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Dilema 2: El juego como experiencia cotidiana en la vida de los niños, que requiere ser acompañada por adultos

El juego toma sentido como experiencia relacional cuando se vive con otros y otras, sean pares o adultos significativos, que dan un lugar de reconocimiento y participación legítimo a las maneras diversas y particulares de posicionarnos en la existencia.

Al respecto, algunos estudios sostienen que el juego es un componente básico en la constitución del vínculo niño-cuidador y que de este modo se constituye en una de las experiencias más cruciales en la primera fase de aprendizaje, siendo considerado como el motor del desarrollo y como una de las maneras de favorecer el vínculo afectivo (Posada, Gómez y Ramírez 2010; Stern 1978; Spitz 1961 y UNICEF 2004).

Además, para Biasoli, Lima, & Simionato (1993), el ritmo de desarrollo intelectual está en relación con la calidad y el tipo de juegos que los padres proveen y también con la cantidad de tiempo que juegan con el hijo.

En este sentido, consejeros y consejeras de El Poblado, presentan sus planteamientos, así: «mi mamá se la pasa todo el tiempo conectada al celular, y yo le propongo que juguemos y me dice que está ocupada. Esto me hace sentir mal, porque las pocas veces que los padres juegan con uno, se siente bien porque me prestan atención», además los consejeros de San Antonio de Prado, relatan: «Para mi jugar es entretenerme, o divertirme un rato, o si tu mamá y tu papá no te presta atención es entretenernos, mientras nosotros o ustedes mismos resuelven ese problema».

El juego considerado como entretenimiento frente a la desatención de los padres evidencia una necesidad de reconocimiento que llama mucho la atención con la propuesta que hacen los consejeros de El Popular: «para el mes de abril, invitamos a los papás, pero no le decimos que es para jugar sino para una reunión seria y cuando lleguen, jugamos».

En este punto es importante considerar los cuatro niveles de implicancia parental en el juego para hacer alusión a los tipos de participación de los padres en relación al juego de sus hijos, los cuales fueron descritos en una investigación realizada en Medellín por Montoya & col. (2012)

  • El padre o la madre que se vincula con el juego. Aquel que se conecta con su hijo en la situación de juego, ocupa roles, entra en la fantasía e incluso anima para que empiece el juego.
  • El padre o la madre que responde al juego. Aquel que empieza a jugar por iniciativa de la niña o el niño y va siguiendo todo lo que éste le va proponiendo. Aquí pareciera que la función del padre es atender a las solicitudes del niño.
  • El padre o la madre que observa el juego. Aquel que no juega con el niño, pero está pendiente de lo que hace y dice.
  • La no implicancia de los padres en el juego de sus hijos. Se presenta en ocasiones, cuando no existe una vinculación afectiva entre padres, madres e hijos.


Estos niveles de implicancia de los padres en el juego se consideran maneras de influir en las construcciones simbólicas e imaginarias de los niños, en tanto su forma de participar e involucrarse, suma recursos a los del niño y se convierte en detonante para la creatividad de ambos. También es necesario decir que estos niveles no son estáticos y en ocasiones pueden variar, pues van relacionados con los diferentes momentos del ciclo vital. En algunos momentos será crucial una no implicancia intencionada para promover la autonomía como elemento importante una vez se haya consolidado un vínculo afectivo seguro y protector.  Por ejemplo, algunos consejeros adolescentes de San Sebastián de Palmitas, proponen «juegos que hacen sentir la adrenalina de vivir como Stunt life y Montain Bike» para disfrutar de su libertad, sin embargo, será necesario algún nivel de implicancia simbólica de los adultos para acompañarlos en su autocuidado.

En relación con la implicancia de la familia en el juego, los consejeros de Santa Elena, proponen «incluir el juego como parte de la agenda cotidiana de la familia, tan importante como la comida». Si bien la alimentación es necesaria para el crecimiento y desarrollo, los consejeros y consejeras nos recuerdan que el juego es alimento para su imaginación, pensamiento, creatividad y tranquilidad, además tiene un ingrediente adicional cuando es vivida como experiencia relacional y afectiva con sus adultos significativos.

En esta dirección, los juegos intergeneracionales entre adultos y niños se presentan como posibilidades para fortalecer el vínculo afectivo, transmitir aspectos culturales de comportamiento, como valores, normas y hábitos. A través de juegos como los tradicionales se pueden reconocer las costumbres de los pueblos, buscando mantener prácticas del pasado que son susceptibles de ser conservadas o introduciendo nuevas, que permitan resignificar hábitos adultocéntricos, a partir de las voces de niños y niñas.

El juego también permite replantear las relaciones de poder y sus posibilidades de negociación, cuando uno de los consejeros afirma: «yo propongo negociar con los adultos para tener tiempos con ellos para jugar» y «a los niños nos gusta jugar y nadie puede obligarnos a no hacerlo».

De esa manera «jugar para estar juntos y disfrutarnos, compartir y charlar» (San Javier), es una de las propuestas que consejeros y consejeras hacen a Medellín y a sus adultos significativos para enriquecer sus familias con el juego como estrategia protectora frente al estrés y la ausencia de comunicación y solidaridad. De acuerdo con lo anterior, podemos afirmar que las familias que juegan alimentan vínculos afectivos seguros entre padres e hijos, constituyendo un factor protector desde el ámbito familiar, útil para hacer frente a posibles condiciones de vulnerabilidad.

Finalmente es necesario advertir que algunas investigaciones han encontrado que los padres y madres tienden a controlar el lugar, el tiempo y la manera en que sus hijos juegan, generándose así un juego condicionado, que de alguna manera puede afectar la calidad del juego y limitar el potencial del mismo como acto libre y espontáneo. Así pues, que esta invitación está centrada en promover juegos intergeneracionales que permitan la expresión libre, creativa y placentera del juego para el fortalecimiento de los vínculos y relaciones familiares. Todo lo anterior, en coherencia con lo que plantea Tonucci: «un adulto sano es el resultado de un niño que ha jugado mucho y ha tenido autonomía» (2018).

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