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Generales

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SOS por el aire: todos juntos

La realidad es que hoy, esta ciudad que se jacta de ser, además, la más innovadora y la más educada, es la más contaminada del país y una de las que tiene el aire más irrespirable del mundo. Las razones son más que evidentes: el crecimiento desaforado de su población y por lo tanto un incremento, aun más escandaloso, de su flujo automotriz y de su actividad industrial. Pero ante estas circunstancias, sobresale la ausencia de medidas verdaderas, medidas que sean drásticas y fijadas a largo plazo, por parte de las autoridades para detener la polución. Añádase a este gris panorama, la corrupción que ostentan los grandes lobbies constructores, inmobiliarios, industriales y vehiculares.

Empresarios y dirigentes, bajo la aprobación de una ciudadanía siempre pasiva, lo que han terminado por construir es una urbe que ha crecido vertiginosa y caóticamente empujada por la ambición de las finanzas, por el uso frenético de los combustibles fósiles y no renovables y que sigue siendo pensada, finalmente, más para los autos y el beneficios de unos pocos que para los ciudadanos.

Frente a este panorama, aplastante sin duda, porque está en juego la salud de nosotros, la de las generaciones futuras y la de las especies animales y vegetales que nos acompañan, decidí escribir una carta de protesta y hacerla pública. En este proceso me acompañó mi esposa Alejandra Toro y su difusión se hizo a partir de la plataforma de Change.org. Con algo de ingenuidad creí que una carta de un escritor reconocido, que se indignaba por la calamitosa situación ambiental de su ciudad y pedía soluciones verdaderas y no pañitos de agua tibia, iba a despertar el apoyo masivo de sus lectores.

Pero en tres meses que lleva la carta colgada en la web, ha tenido el apoyo de apenas más de diez mil firmas. Desolado ante esta relativa indiferencia ciudadana, decepcionado de esa misma población católica que pareciera ignorar los lúcidos mensajes ambientalistas de su Papa Francisco, acudí al decano de la Facultad de Comunicaciones de la Universidad de Antioquia para intentar generar un video y que mi voz de alarma se fortaleciera con las voces de la institución académica.

El decano, David Hernández, aprobó de inmediato mi propuesta y el video se realizó con el apoyo de los Servicios Audiovisuales de la Facultad, con la asesoría de Carlos Cadena, director de Ciudad Verde y de un grupo de especialistas académicos e investigadores del área de la salud de diversas universidades de Medellín.

Pero el decano fue más allá. Sugirió que extendiéramos nuestra preocupación a las altas instancias directivas de la universidad. De este modo, el rector Mauricio Alviar no solo atendió con interés mis inquietudes, sino que aconsejó que nuestro video y mi solicitud fuera al G8 (grupo de ocho universidades locales). Para ello designó a Gisela Posada, directora de Relaciones Públicas de Rectoría, para que, de su mano, se hiciera posible la presentación de nuestras inquietudes al G8.

Y para mi sorpresa, encontramos un ambiente de gran recepción, de gran inteligencia y sensibilidad, entre los rectores de las universidades más importantes de Medellín. Me detengo en el itinerario de esta carta, porque es importante resaltar el papel que el trabajo colectivo tiene y debe tener en este tipo de crisis ambientales. Solo si hay una unión de todos los estamentos ciudadanos será posible detener los estragos que los modelos económicos implementados por nuestros gobernantes están generando en el clima.

En las crisis ambientales que viene padeciendo el planeta, la política y la empresa siempre han actuado lerdamente. Y ellos son los principales responsables del deterioro de la naturaleza y de nuestras sociedades. Pero nosotros, y me refiero especialmente al campo universitario e intelectual, y a todos como ciudadanos y habitantes de este planeta, no podemos seguir comportándonos de una forma indiferente y egoísta, como si el asunto de estas degradaciones no fuera de nuestra incumbencia.

En este sentido, el papel que la academia universitaria debe ocupar aquí es crucial. No olvidemos que ella es la conciencia de una sociedad. No podemos seguir aislados, con nuestras investigaciones sobre el tema ambiental durmiendo en los computadores, en los anaqueles de las bibliotecas, o generando insulares conclusiones en los coloquios y las revistas indexadas.

Es fundamental que la universidad se proyecte activamente en esta crisis y que, desde su ámbito científico, tecnológico y humanístico, dé soluciones y se involucre en la implementación de ellas. La ruta a seguir es tan urgente como obligatoria. No solo se deben abrir todas las instancias del debate académico, sino que habrá que consolidar una cotidianidad ecológica que ayude a enfrentar el problema que hemos ocasionado.

Todos juntos, desde la Universidad, debemos, y aquí este verbo es menester entenderlo en toda su dimensión ética y moral, luchar por el cuidado del agua, el aire y la tierra. Esos tesoros que nos permiten ser. Pablo Montoya. Ensayista, narrador y poeta.

 

Editorial de la revista Agenda cultural Alma Máter – septiembre 2016

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