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Generales

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Tres rasgos de una Universidad de 217 años

John Jairo Arboleda Céspedes, rector de la Universidad de Antioquia, durante la celebración del Día Clásico UdeA 217 años. Edificio San Ignacio Paraninfo. Octubre 9 de 2020.

 

Buenas tardes.

Permítanme empezar este mensaje con un sentido y cálido abrazo —¡un homenaje universitario!— a todos nuestros empleados, profesores, estudiantes, egresados y jubilados, que en los últimos meses han encarado el miedo de ver afectada su salud o la de alguno de sus cercanos. Y por supuesto, mi abrazo de fortaleza y condolencia para quienes hoy conviven con la ausencia de un ser querido y particularmente para aquellos cuyo duelo tiene origen en la pandemia que enfrentamos desde hace siete meses.

Habitualmente, como esa gran familia universitaria que somos, en un día como hoy deberíamos estar frente a frente en nuestro majestuoso Paraninfo o en el Teatro Universitario. Ahora, en cambio, nos une esta pantalla. Pese a ello, no quiero encumbrar el pesimismo de los duros tiempos que hemos enfrentado estos meses. Los invito, mejor, a que situemos este día tan especial, nuestro Día Clásico, en el optimismo de los tiempos que están por venir y en los cuales, sin duda alguna, esta querida Universidad de Antioquia que hoy conmemora 217 años de historia institucional, continuará teniendo enormes contribuciones y protagonismo. Mantengamos esa inspiración en esa bella y esperanzadora frase de El Quijote «Todas estas borrascas que nos suceden son señales de que presto ha de serenar el tiempo y han de sucedernos bien las cosas».

La pandemia del 2020, no cabe duda, puede registrarse ya en la historia del siglo XXI como un acontecimiento; en términos sociológicos, un «hecho social total» que irrumpió abruptamente en las dinámicas colectivas y en las maneras de estar en sociedad. Una institución de las dimensiones de la Universidad de Antioquia no podrá ser ajena al impacto de un histórico momento como este: el cotidiano y necesario lazo de la presencialidad, por ejemplo, fue el primero en verse restringido, lo que desencadenó una serie de adaptaciones y retos que nuestros estudiantes, profesores y empleados, han encarado con creatividad, compromiso y admirable sentido universitario. Precisamente, es allí donde emana ese optimismo que quiero contagiarles hoy, porque de estos tiempos difíciles han emergido con claridad tres rasgos fundamentales de nuestra Alma Máter, sobre los que quiero hacer énfasis dado que le dan especial sentido al que hoy estemos celebrando 217 años de historia académica e institucional de esta, nuestra querida casa de estudios.

(Uno)

La Universidad de Antioquia es un lugar de afectos. Es ese el primer rasgo que quiero resaltar, porque estos meses han sido una comprobación de aquello que algunos académicos llaman «el sentido del lugar». En mi día a día como rector, en los comentarios que se exponen en las redes sociales, en los encuentros y reuniones virtuales, ha sido permanentemente manifestada esa «nostalgia universitaria», que no expresa otra cosa que el deseo de volver a habitar los espacios que están cargados de nuestras propias huellas e historias: caminar de nuevo por los pasillos, escuchar el murmullo en las aulas de clases, ponerse una cita para debatir una idea en una jardinera, escuchar a lo lejos el instrumento —una y otra vez— de un músico en formación. ¡Nos hace falta estar en la Universidad!; y más que estar, nos hace falta esa posibilidad de encuentro con el otro, de encuentro diverso, colorido, amoroso y libertario que se teje en la Alma Máter. Y pese a que todavía no se avizore con precisión una fecha para el retorno completo, en todo caso, estoy convencido de que esa misma «nostalgia universitaria» de la que hoy estamos contagiados, está inspirando con mayor convicción la valoración de la grandiosa institución que hoy celebramos, de la universidad pública que constituimos y que, no me cabe duda, seguirá siendo el lugar de encuentro en torno al conocimiento, al debate, al aprendizaje y a las búsquedas ingeniosas y perseverantes para solucionar las complejas realidades que enfrentamos como sociedad.

(Dos)

Pero, hay que decirlo: la imposibilidad de estar allí —en la Ciudad Universitaria, en las sedes y seccionales—, no resultó en absoluto catastrófica. Por el contrario, nos ha permitido constatar la profunda convicción que compartimos todos por mantener avante un estatus académico que se sustenta en la rigurosidad y la calidad, aun reconociendo en nuestra universidad su predominante tradición presencial. Las actividades universitarias desde la distancia trajeron consigo, sin embargo, un admirable proceso de adaptación de parte de nuestros estudiantes, profesores y empleados. En la intimidad de sus casas, nuestros cerca de 8.000 docentes —regulares, ocasionales y de cátedra— asumieron la compleja responsabilidad de repensar sus cursos y migrarlos a plataformas digitales, de ingeniar estrategias de interacción virtual con sus alumnos, de participar en procesos de formación para el uso de herramientas TIC, de reconfigurar esquemas pedagógicos y evaluativos que permitieran sostener los procesos de enseñanza y aprendizaje con la calidad que nos caracteriza. Sé que todo eso no ha sido fácil, no solo porque muchos de nuestros maestros han trazado su valiosa trayectoria pedagógica a partir del intercambio en el aula física, sino también porque esta pandemia ha provocado una carga emocional en ellos y en sus familias. Sin embargo, nuestros profesores han demostrado que son el capital intelectual y humano más importante que tenemos como institución. Hace poco, precisamente, dimos la grandiosa noticia de que la permanencia en la Universidad para este semestre 2020-2 ha superado el 98 por ciento, un dato muy alentador porque no solo demuestra que no se cumplieron los preocupantes pronósticos generados ante la pandemia, sino también que ese gran esfuerzo e interés de profesores y estudiantes por mantener activos sus procesos académicos, ha dado frutos, frutos que se corresponden ahora con la buena voluntad de los gobiernos nacional y regional para destinar recursos económicos que garanticen el pago de las matrículas de nuestros estudiantes; precisamente esta semana el gobierno departamental radicó, ante la Asamblea, el Proyecto de Ordenanza que permitiría que los estudiantes de pregrado, provenientes de 117 municipios no certificados y matriculados en las cuatro instituciones oficiales de educación superior, mantengan la matrícula cero en los semestres 2021-1 y 2021-2.

Sin duda, la pandemia nos demostró la fragilidad y el peso de nuestras desigualdades sociales, lo que simultáneamente también nos llevó a que como institución planteáramos estrategias rápidas que no solo permitieran apoyar a quienes necesitaban recursos tecnológicos e incluso económicos, sino también que nos obligó a trasladar todas nuestras capacidades universitarias para sostener en curso acciones que para nosotros son irrenunciables y sustentan la formación integral y humanista de nuestros universitarios: la promoción del bienestar físico y mental, la rica oferta cultural, los espacios de conversación que permiten reflexiones profundas y enriquecen el pensamiento crítico.

Es toda esa capacidad adaptativa la que me lleva a plantearles el segundo rasgo institucional que ha emergido con claridad en esta coyuntura sanitaria que vivimos: La Universidad de Antioquia busca el equilibrio. Es esa una característica de vieja data, aprehendida con creces en estos 217 años en los que esta misma institución se ha visto sitiada por circunstancias variopintas: las tensiones emanadas del periodo independentista, las guerras civiles, las ocupaciones militares, los intereses bipartidistas, los largos periodos de protestas y movilizaciones sociales, las crisis de gobernabilidad interna, las trágicas, irrespetuosas y dolorosas incursiones de actores armados, y hasta los críticos escenarios de desfinanciación. A pesar de todas esas situaciones, esta institución se yergue y continúa su rumbo. Poner hoy nuestra mirada en ese retrovisor de la historia, nos invita al optimismo. Sé que no han sido meses fáciles, que la pandemia de la covid-19 no solo puso en jaque esa normalidad que conocíamos, sino que también ha sembrado miedo e incertidumbre, y agudizó las enormes desigualdades que tenemos como sociedad. Y, sin embargo, la bicentenaria Alma Máter de los antioqueños ha tomado una vez más lo mejor de sí para demostrar por qué ha sido, desde sus inicios, el proyecto cultural y científico de mayor importancia y duración que ha tenido la sociedad antioqueña. Estoy seguro, pues, que a esos acontecimientos históricos que enlisté hace un momento, se les unirá la pandemia del 2020 como un suceso más que motivó nuevos aprendizajes y transformaciones para la Universidad, apuestas encaminadas hacia la modernización y flexibilidad académica, hacia la integración de los saberes científicos y, fundamentalmente, hacia un replanteamiento concienzudo sobre el valor del otro y sobre el urgente compromiso que como universitarios de una universidad pública debemos asumir para transformar las brechas sociales que persisten en Colombia.

(Tres)

Precisamente, se ha dicho que la «universidad debe ser faro y guía para la sociedad». So pena de que tal mandato, de tanto decirlo, suene ya a una suerte de cliché, lo invoco en este mensaje porque representa claramente el tercer rasgo que quiero remarcar esta tarde la Universidad de Antioquia se reconoce como parte de otros. El 15 de marzo anunciamos la suspensión indefinida de la mayoría de nuestras actividades presenciales, una decisión difícil, sin precedentes en nuestra historia reciente. Ante el temor, la incertidumbre y la expuesta fragilidad humana, hubiese sido natural resguardarse de este virus que aquietó al mundo entero. Y, sin embargo, buena parte de nuestra comunidad científica se volcó a hacer lo que mejor sabemos hacer: poner el conocimiento al servicio de los otros, de los nuestros. Así que me siento orgulloso de estar aquí y ratificarlo con firmeza: en esta oscuridad la Alma Máter ha iluminado el camino, porque es una institución que le es útil a la sociedad, a esta sociedad, que sabe y conoce cómo es esa esa sociedad a la que se debe.

¿Cómo ha emanado esa luz? De múltiples formas, desde múltiples ámbitos. Inspirados en la consigna «la UdeA responde al covid-19», conformamos 15 grupos de trabajo —con participación de todas nuestras facultades, escuelas, institutos y corporaciones— mediante los cuales la institución le ha hecho frente a la pandemia desde los ámbitos académico, científico y desde su sentido y responsabilidad social. Temprano y hasta hoy, un equipo de nuestros médicos especialistas y epidemiólogos, rodean a los dirigentes locales y regionales para pensar y trazar, conjuntamente, estrategias y acciones que, respaldadas por el sustento científico, permitan asegurar el bienestar de los antioqueños. En ese mismo sentido, pusimos a disposición del sistema de atención en salud toda nuestra trayectoria en telemedicina, que ha sido fundamental no solo para atender casos asociados al virus, sino muy especialmente los impactos que el aislamiento preventivo, la crisis económica, y el cambio de dinámicas cotidianas, han representado para la salud mental de miles de antioqueños y habitantes de otras regiones. Y, en un momento en el que la Organización Mundial de la Salud recomendaba a los países “pruebas, pruebas y más pruebas”, pusimos a disposición de la región, para la detección de casos de infección por el SARS-CoV-2, nuestra capacidad instalada de laboratorios.

Mientras tanto, el trabajo —silencioso y cauto— de nuestros investigadores empezó no solo a resonar y a darle visibilidad al accionar de la Universidad en la pandemia, sino también a demostrar resultados concretos: quedará consignado en el relato nacional de este suceso histórico que en uno de los laboratorios de esta institución de 217 años se aisló y cultivó el SARS-CoV-2, lo que ha derivado en valiosos procesos de desarrollo y relacionamiento con otros centros científicos y empresas de todo tipo. Así mismo, desde la Universidad se presentó el «Protocolo Colombia» —para realizar diagnósticos más rápidos y económicos con insumos nacionales—; y nuestros bioingenieros se embarcaron en una cruzada para desarrollar ventiladores mecánicos, apuestas que expresan muy bien por qué el país debe caminar sin vacilaciones hacia una “soberanía científica y tecnológica”, que nos permita encarar con rapidez situaciones de esta magnitud, sin depender plenamente de los avances, insumos y hallazgos importados de otros países. Y esa labor no puede ser aislada, por el contrario, este acontecimiento nos invita a reflexionar sobre el por qué debemos romper con esa cierta compartimentación de saberes que nos caracteriza, que crea fronteras disciplinares y limita la integración académica. Porque, también en estos meses, ha quedado en evidencia la amplia y generosa producción investigativa que poseemos: nuestros expertos en economía han analizado este momento desde distintos ángulos y, por mencionar apenas una de sus valiosas producciones, construyeron las guías municipales de reactivación económica para 115 municipios antioqueños. No menor importancia ha tenido la voz crítica de nuestros investigadores sociales, juristas y politólogos, que no han dejado de analizar y llamar la atención sobre las complejas situaciones que golpean las libertades, la democracia social y política, y la construcción de paz territorial; sobre los asesinatos de líderes sociales y de mujeres; y también sobre la urgencia de abrir más espacios para debatir el garantismo jurídico-político colombiano.

 Así pues, desde hace más de dos décadas la Universidad asumió la investigación como un “apellido” propio. Y este acontecimiento del 2020 le ha demostrado al país que aquello no es un capricho, que no es avaricia mendigar recursos para la ciencia nacional; y que, como lo afirmó la reciente Misión de Sabios: «Sin el concurso de las ciencias y las artes, ningún país ha logrado desarrollar tecnología ni procesos continuados de innovación y de diseño, y por ende de fortalecimiento sostenido de su productividad y su competitividad».

En esta bicentenaria institución continuaremos levantando la bandera de la investigación científica en todos los campos como el recurso más expedito para materializar esa visión que nos hemos trazado en nuestro Plan de Desarrollo: poner la excelencia académica y la innovación al servicio de los territorios, de la sostenibilidad ambiental y de la sociedad.

Quiero pues, para cerrar, compartirles mi alegría de celebrar hoy con ustedes los 217 años de este lugar de afectos, de esta institución que ante las crisis más temerarias busca el equilibrio y revisa su pasado y presente para buscar mejores futuros, una búsqueda que solo alcanza cuando se reconoce como parte de otros.

Mi felicitación y reconocimiento, desde luego, a todos los universitarios distinguidos en este Día Clásico, juntos representan las maravillosas capacidades, conocimientos y vocaciones que tenemos para intervenir y transformar positivamente la sociedad.

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