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El profesor Carlos Vásquez plasma una hermosa y sentida reflexión acerca del milagro de la paz: "...Vivir en paz es romper, dejar, entregar, deponer, abandonar. Al que vive en paz no le importa ganar, obtener, no quiere dominar..."
¿Qué querrá decir vivir en paz? Y esa palabra, ¿de qué región viene, quién la trae, quiénes están dispuestos a pronunciarla?
Es una palabra escamosa, difícil, oscura. O, por lo menos, sentimos que impacta con su extrañeza. A la vez, nos da pudor decirla, como si toda una lengua extraña buscara en ella desencadenar.
Inmersos en los vocablos de la guerra, no conocemos sino palabras armadas, un idioma perpetrado para descargar.
En la Universidad es común oír decir que aquí impera y vence el argumento más fuerte. La verdad misma es asunto de fuerza, convence porque vence. Decimos que las palabras suspenden la violencia cuando no son sino un instrumento de mando.
De tal modo la guerra impregna el lenguaje. Lo pone a su servicio y a la vez le sirve. Lo que nos lleva a pensar que no conocemos palabras en paz.
Vivir en paz, ¿qué es eso? Creemos que habría que aprender a hablar. Como si esa palabra fuera un talismán que desata y libera sonidos
desconocidos, voces que no hemos osado pronunciar.
Hay palabras que le pueden resultar afines. Muchas de ellas tienen una noble tradición y al mismo tiempohan sufrido el abuso de un uso sin compasión y sin tasa.
Pues la guerra propaga palabras domesticadas. Se repiten con la lógica terrible de la garganta que da órdenes y vocifera.
Pero hay otras, las palabras de siempre para decir el dolor y la pena. Y ahora que mencionamos una y otra vez a las víctimas, quisiéramos imaginar que es de ellas de donde brotan, como chispas de fe, palabras inauditas y frescas, sonidos que imitan el agua y el viento, el fuego y su silencio crispado.
Decimos perdón y pensamos en una palabra que solo florece en la desesperanza. Pues solo perdona aquel a quien daña lo extremo.
El perdón es algo inconcebible, por eso perdonar es la virtud más alta. Se perdona lo imperdonable. El perdón es la flor imposible de la vida en comunidad.
Y si lo pensamos detenidos, hallamos que la paz misma es incómoda, su idea no se deja calzar. No se acomoda a nada. Acaso porque los hombres nos hundimos en la polémica y ella, como dijo el filósofo, es la madre de todas las cosas.
Nos tememos que la paz es un estado raro, escaso, excepcional. Acaso sea un don que se otorga por épocas breves. Y por eso se invoca, se llama. Y al mismo tiempo nadie sabe qué es.
La paz nos deja perplejos, lleva a un estado de simplicidad y pureza. Supone la renuncia al primado de la acción.
Vivir en paz es romper, dejar, entregar, deponer, abandonar. Al que vive en paz no le importa ganar, obtener, no quiere dominar.
La paz es un estado de intensa perplejidad. El pacífico no quiere y no puede. No le interesa conjugar la vida bajo la tiranía del ser ni del tener ni del haber.
Los verbos se agotan, las acciones se debilitan y se suspenden. Cunde la quietud que recibe. Acaso sea un desaparecer, un alejarse, un guardar las distancias.
Creemos que la paz redefine el amor, la convivencia, la amistad. Esos términos están llenos y desbordados por las pasiones y se cultivan en la hostilidad.
Entonces, ¿cuál es el tema? ¿De qué se habla si vivimos en paz? La paz es el tiempo de las palabras escasas. No hay mucho que decir en realidad. La vida pletórica necesita hablar poco. Acaso algunas cuantas palabras que vienen de la gratitud y la aceptación.
O las palabras del recuerdo, esa otra vida para la que tendremos tiempo en tiempos de paz.
Pero habrá qué imaginar, para decir, llamar, invocar. En la paz tendremos de nuevo la oportunidad de crear. Lo terrible de la guerra es que no deja palabras sino para el obcecado principio de realidad.
También el filósofo pensó en una paz perpetua. La paz trastorna las relaciones del espacio y el tiempo, acaso en la paz el espacio será infinito, volveremos a la tierra sin divisiones, a lo mejor se aminore nuestra obsesión de linderos.
También el tiempo volverá a ser nuestro, un tiempo desmigajado y plural. Un tiempo sin conjugación, sin sucesión ni amenaza. Un tiempo libre en el que podamos zambullirnos y volver a jugar.
Nota
Este es el espacio de opinión del Portal Universitario, destinado a columnistas que voluntariamente expresan sus posturas sobre temáticas elegidas por ellos mismos. Las opiniones aquí expresadas pertenecen exclusivamente a los autores y no reflejan una opinión o posición institucional de la Universidad de Antioquia.
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