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Opinión

Máscaras

26/02/2020
Por: Carlos Vásquez Tamayo, profesor Instituto de Filosofía UdeA

«...¿No podría nuestra U pensar las capuchas? Desde distintos saberes habría tela para tejer: indagar entre filósofos y sicólogos, historiadores y artistas, antropólogos, educadores del cuerpo y del alma. Un ciclo, un clima, unos días dedicados a comprender con rigor y paciencia...»

¿Alguien ha escuchado a un capucho? Una vez presentí, con vívido asombro, que un muchacho que estaba discutiendo conmigo inmediatamente después de un tropel, acababa de quitarse una capucha.

Me hablaba a gritos, enardecido, también yo me dejé llevar por la rabia. Fue en los bajos del bloque 16, el de la administración. Había allí, escuchándonos, un grupo grande de estudiantes.

Parecía como si nos preparáramos para un pugilato. En el calor de ese momento pensé, este muchacho acaba de descubrirse el rostro, en el tropel terrible que acaba de pasar, buscó un rincón para despejarse.

Me parece verlo todavía. Su rostro muy cerca del mío. Su gestualidad era hermosa y terrible. Nuestras razones estaban ofuscadas, se veía su dolor y también impotencia.

Yo pensé, pasó de ser a no ser un capucho. O, pasó del no ser de su cara a una gestualidad airada. Una facción bella, apasionada y locuaz. También temerosa, como debe ser la mía cuando el miedo desborda.

Y pensé entonces en el rostro. En los rostros, en la fragilidad de alguien en su rostro. El rostro es lo más desnudo de uno y lo más vulnerable. También lo más amado, el rostro es la visibilidad del amor.

A esto de un rostro, de la exigencia ética que supone una persona cuando se concentra en su rostro, le ha dedicado el filósofo lituano E. Lévinas páginas entrañables.

Ante un rostro nada se puede, cualquier intención se detiene, no es posible tenerlo ni poseerlo ni reducirlo. El rostro es la exigencia ética, el ‘no matarás’ que coloca en el punto de mayor gravedad la responsabilidad por otra persona.

La otra persona es lo primero, lo exigente es el cuidado del otro. El rostro dice: recíbeme, acógeme, que nada me pase. En el rostro el otro se da y pide ser guardado.

Pero está la capucha. La máscara que esconde y transforma. En ella también se da el otro, por sustracción de su rostro. Está presente en su ausencia, exigente en su invisibilidad.

¿Por miedo? ¿Por cálculo y estrategia? ¿Por esa necesidad atávica de llevar una máscara para colocarse en el espacio inaudito de la representación?

La capucha es un exceso de sentido, pide ser pensada, materializa un llamado. Como si dijera: ‘también yo estoy aquí, me doy a ver en la presencia de mi ausencia. No me traten como si fuera nadie, o el mal anónimo, la reverberación de una cólera sin alma.

También yo quiero el alma y la protejo a mi modo. Quizás más que ustedes, que en el rostro llevan la seña mortal de la indiferencia. Esa es una máscara peor, un rostro petrificado y servil’.

De seguro los capuchos reivindican una acción grávida y severa. Como la acción que es acontecimiento en escena.

A lo que nos resistimos es a la inmediatez de su violencia. Su furor destructivo. Como si los signos y los símbolos ardieran en un hogar sin materia.

El teatro es la representación de la acción, incluso de aquella que lleva violencia. Hay algo en la representación que atempera, suaviza, desarma, la mímesis que introduce catarsis. Querríamos capuchas que representen sin anular, que cuiden no ahogar el fuego que encienden.

Lo que me pasó esa vez fue un estremecimiento al presentir que ese muchacho que podría empujarme, golpear mi cara, vencer mi razón, hubiera estado en el núcleo de ese estallido, ese humo, esa lucidez sin salida. También podríamos habernos abrazado, o apretado nuestras manos, esas extensiones del rostro que hablan aún sin palabras.

¿No podría nuestra U pensar las capuchas? Desde distintos saberes habría tela para tejer: indagar entre filósofos y sicólogos, historiadores y artistas, antropólogos, educadores del cuerpo y del alma. Un ciclo, un clima, unos días dedicados a comprender con rigor y paciencia.

Me imagino un evento así, en la diversidad de hablas y de saberes. Una puerta, un resquicio, un gesto de fraternidad que refleje a la Universidad en su inagotable simbólica.

Para oírles la voz a los capuchos y en su voz sus gritos y sus palabras.


Nota

Este es el espacio de opinión del Portal Universitario, destinado a columnistas que voluntariamente expresan sus posturas sobre temáticas elegidas por ellos mismos. Las opiniones aquí expresadas pertenecen exclusivamente a los autores y no reflejan una opinión o posición institucional de la Universidad de Antioquia.

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