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Sociedad Cultura

Las grafías callejeras del paro nacional

25/05/2021
Por: Natalia Piedrahita Tamayo- UdeA Noticias

Las calles y muros de varias ciudades colombianas son por estos días los lienzos de las manifestaciones que se vienen dando en el paro nacional que ya cumple 27 jornadas. Los artistas que intervienen estos espacios son conscientes de que los mensajes que plasman, muy posiblemente, serán borrados en poco tiempo. Algunos académicos, sin embargo, resaltan en el arte de calle el poder de generar diálogo y su potencial como acción política. 

Fotografía: Comunidad de Pintura Callejera de Medellín. 

«El pueblo no se rinde carajo». Ese es uno de los mensajes que se lee en los muros del deprimido de la Avenida 80 con la calle San Juan, en Medellín. Se trata de un mural pintado por un colectivo de artistas callejeros, su testimonio de lo que actualmente sucede en el país. Quienes pintaron este mensaje  refieren que es también una respuesta ante la acción del Ejército de tapar un primer manifiesto, aquel que —el 2 de mayo, cuarto día de protesta del paro nacional— apareció en esas mismas paredes y que decía «Estado asesino». Los trazos incluían también, en gran tamaño, la cifra 6402, que según la Jurisdicción Especial para la Paz —JEP— corresponde al número de víctimas de falsos positivos que se produjeron en Colombia entre los años 2002 y 2008.

Los trazos del arte callejero que han acompañado a las marchas y las protestas durante el paro nacional son testimonios sobre violaciones a los derechos humanos que suceden en el país y también son clamores de esperanza y exaltaciones de la vida y la libertad de expresión. Los parques, calles y muros de Cúcuta, Bogotá, Pereira y Cali son hoy lienzos que narran los asuntos medulares de lo que está pasando en Colombia. 

«La calle es la mejor galería: está a los ojos de todos. No tienes que entrar a un museo para ver estas obras. No son un cuadro de la sala que debe combinar con el color del sofá. Son hechos que están ahí para los ojos de la ciudadanía», expresó Juan Fernando Vélez González, artista plástico, profesor e investigador de la Facultad de Artes de la Universidad de Antioquia. Como «pintor de calle» —experiencia que ha vivido desde 2005—, Vélez se ha dedicado a explorar las dinámicas del grafiti tanto de Medellín como de otras ciudades.

Desde su perspectiva los artistas callejeros son la voz del pueblo: «en estos colectivos que intervienen los muros están los hijos de varias décadas de violencia, que crecieron viendo fenómenos como el paramilitarismo y las milicias urbanas de 1990, jóvenes que no tienen nada que perder y que están indignados y cansados de vivir y presenciar la injusticia».

Fotografía: Comunidad de Pintura Callejera de Medelllín. 

Para los académicos, hay en estas expresiones una denuncia, una síntesis de la indignación y las carencias que muchos colombianos han padecido por décadas, un acervo de emociones en los muros. Son construcciones conjuntas, pensamientos que representan a muchos, que van más allá de lo individual y se convierten en acción política. Los trazos son variados: hablan de los pueblos originarios, sobre la dignidad de cada vida, el llamado de la naturaleza, la agonía de vivir en un país rico en recursos y en el que, paradójicamente, la muerte y la escasez agobian a la mayoría.

«Esas formas expresivas, esos lenguajes sensibles expresan aquello para lo cual las palabras se agotan. Para muchos, las expresiones «partido político», «Estado» o «democracia» ya no dicen mucho, las palabras se agotan cuando su contenido es meramente retórico y entonces cobran gran valor otros lenguajes, estéticos, poéticos y de la imagen. La política nos obliga hoy a pensar en estos lenguajes. El arte entonces reclama su función política y aparece como experiencia que condensa aquello que nos es común como seres humanos», opinó Catalina Tabares Ochoa, socióloga, profesora e investigadora del Instituto de Estudios Políticos de la Universidad de Antioquia.

El de los grafiteros es, además, un fenómeno colectivo en el que han cambiado las dinámicas y se ha democratizado la participación. Según cuentan algunos de ellos, en la ciudad hubo épocas en las que era necesario un ritual de iniciación para ser aceptado en el gremio: si el artista no tenía un black book —cuaderno donde el grafitero realiza sus esbozos de proyectos futuros— y una libreta para diseñar, no era tan bienvenido; además, dicen, era muy costoso acceder a los aerosoles. En el presente, en cambio, se conectan en colectivos y comunidades, y comparten las pinturas y sus proyectos. De esa forma, en buena medida, se dan a la creación. Así mismo, ahora tienen otras facilidades para la comunicación y aprendizaje; las redes sociales, en especial Youtube, por ejemplo, han hecho que las personas puedan acceder fácilmente al conocimiento de técnicas de dibujo.

«En Medellín éramos cerca de 50 grafiteros en 1990, ahora hay más de 3000. Esto habla de cómo el fenómeno ha cambiado y cómo las voces se unen hoy para construir y deconstruir. Hay una declaración de fortaleza en las calles cuando el Ejército tapa una pintura y aparece luego un mural más potente», declaró Giovanni Acevedo —conocido en el medio bajo la firma de Nuka— artista plástico que desde 1990 ha pintado las calles de la ciudad, un testigo de la evolución de este arte.

Arte callejero y mediador

El Código nacional de policía y convivencia que actualmente rige en Colombia dice que el grafiti solo podrá llevarse a cabo en zonas habilitadas, bajo previo permiso de la autoridad competente. Pero el arte callejero, por décadas, se ha realizado más allá de las reglas y de manera autónoma. Y, desde esta premisa, que ha sido incómoda para algunos ciudadanos, también ha propiciado encuentros de ciudad, convergencias en torno a géneros musicales como el hip hop y a gustos por la ilustración y las expresiones gráficas. «El arte de calle tiene el poder de generar diálogos y consensos —destacó Vélez González—. Es muy sintomático que en la 80 con San Juan, en un espacio que siempre se han repartido los hinchas del Deportivo Independiente Medellín y el Atlético Nacional, ahora se vea la denuncia de un solo tema que es latente en el país».

No hay que olvidar que la dimensión social del arte está declarada desde que el hombre paleolítico marcaba las cuevas con las primeras grafías de la caza colectiva o con la mera intención de decir que se estuvo allí, lo cual es ya un testimonio de presencia, la huella que se deja para otro espectador.

Nuka lo sintetizó así: «Las manifestaciones artísticas que se están viendo en este momento en Colombia nacen de la cooperación y la unión, también de la rabia e indignación ante la violencia y la falta de garantías. En cualquier caso, se trata de un mestizaje en el que participan desde artistas plásticos y diseñadores hasta escritores e investigadores. San Javier, el centro, Buenos Aires, Castilla, Santa Cruz, los populares, casi todos los barrios tienen hoy movimiento grafitero», aseguró.

La música, el teatro, las imágenes, el performance, son fuentes de resiliencia y memoria en medio de las manifestaciones que en Colombia se están dando; y en ese sentido el arte callejero es un símbolo de aquello que debe cambiar para que la sociedad sea más equitativa: «Aunque los estudios políticos piensan la participación de los individuos desde sus contextos particulares y esto es valioso, desde el arte se cuestionan las formas tradicionales y hegemónicas de hacer política. Si la puesta en escena de la directora de una banda sinfónica conmovió a todos en el país, es por ese motor político que reside en el arte y que debe permear a los tomadores de decisiones y líderes», resaltó Tabares Ochoa.

De la Serie Geometría Ancestral, protección de Jaguar Negro. Vinilo, marcadores y laca al stencil. Cortesía: Por: Juan Vélez.

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