Opinión

Hay estudiantes a los que se les debería evitar, a como diera lugar, la graduación, todo con tal de que no inicien la glorificada senda del progreso. Pero no me refiero a aquel entendido, por supuesto, en los términos de la solidaridad, la cultura o la educación. Tiene que ver más con ese bendito progreso (tan paisa, tan colombiano) y tan mal entendido, y que generalmente huele a gasolina.

El amigo de un amigo de un primo (es decir, yo) tenía una estudiante quien, una vez graduada y montadas sus fotos al Facebook con el sagrado diploma de la U, se dirigió al banco más cercano para prestar unos considerables millones de pesos para hacerse a un carrito de segunda.

Así que su mundo, a partir de ahí, estuvo ya signado por la deuda y por sus altos intereses, por los impuestos, por las revisiones tecno- mecánicas, por el natural desgaste de su pichirilo y por la pérdida de su inversión. Además de los tacos y, sobre todo, por los escasos días sin carro, que seguramente le deben poner aún los nervios de punta.

Puede que a la muchacha le guste sufrir y esté bien así, pero, en todo caso, a los otros parece irnos muy mal, por esa letal idea de desarrollo del capitalismo:

Es evidente que se sigue asociando la palabra desarrollo a un vehículo de cuatro ruedas, un motor de combustión, un equipo de música, cuatro altavoces y un aparato de aire acondicionado. Y Latinoamérica y Asia son continentes llenos de eso que se llama países en desarrollo. Y esos países están a su vez llenos de personas que están también desarrollándose económicamente y que empiezan a tener acceso a bienes de consumo que antes eran lujos lejanos. Y la compra y posesión de esos bienes representa un grito al aire de autoafirmación y alegría capitalista. Y el coche es el grito que más se oye, el que más lejos llega, el que más luce. Por eso, y porque cada vez están más baratos […], no sólo no para allí de crecer su venta sino que no disminuye, de momento, la percepción de objeto necesario (Bravo, 2015, p. 46).

Pero bueno, volviendo nuestra progresista muchacha, cada uno hará con su plata (sobre todo si es realmente del banco) lo que le venga en gana, pero la cuestión aquí es que la decisión individual de cientos y miles de emprendedores en cuatro ruedas, tiene una evidente influencia en el resto de los mortales que nos movemos en dos piernas –que casi siempre salen gratis– o en dos ruedas que solo requieren de paciencia y de aire.

Es decir, Medellín siempre tan vanidosa, debería realmente ponerse seria y apostarle a otros medios alternativos de transporte y desincentivar el carro particular, o, por lo menos, que sus vanagloriosos poseedores paguen todo el daño ambiental que le producen al resto, en términos de negro humo, congestión y ruido. Y, por otra parte, crear más ciclorrutas, mejorar las que hay y hacerle las cosas más fáciles a los valientes ciclistas que se meten a maniobrar en una ciudad evidentemente hecha para el carro.

Aunque valientes, sobre todo, en esta clasista Medellín, ya que están dispuestos a ser asociados con estudiantes y con obreros, quienes, al parecer, son los únicos virtuosos que se le miden –por ahora– a las dos ruedas. Sé que con todo lo anterior vuelvo con la misma cantaleta, pero es a ver si algún día las cosas cambian. Aunque afortunadamente no me siento solo, porque esta parece ser eterna, como toda cantaleta que se respete. Así que escuchemos mejor al poeta, esta vez al charro León de Greiff:

Villa de La Candelaria
A Joya, Tiza y Leo

Vano el motivo
desta prosa:
nada...
Cosas de todo día.
Sucesos
banales.
Gente necia,
local y chata y roma.
Gran tráfico
en el marco de la plaza.
Chismes.
Catolicismo.
Y una total inopia en los cerebros...
Cual
si todo
se fincara en la riqueza,
en menjurjes bursátiles
y en un mayor volumen de la panza.

Nota 1: Ya, por fin, llegaron las famosas calcomanías para las bicicletas de la UdeA, lo que le evita a los ciclistas llenar diariamente una burocrática planilla. Porque es más propio de una universidad (sobre todo si es pública, que debe dar ejemplo) permitir el fácil ingreso a estos, y no hacerlos sentir como si realmente estuvieran ingresando a una embajada.

Nota 2: Mientras pienso en toda esta cantaleta que ha de ser escrita, paso por un barrio “viejo” de Medellín, y observo con tristeza cómo un buldócer se ensaña con una casa antigua, mientras abre un profundo hueco, para que allí luego sea levantado un impersonal y alienante edificio de apartamentos. Es decir, otro ejemplo de “progreso” al cien, sin duda.

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Bravo, P. (2015). Biciosos: ¿por qué vamos en bici? y otras preguntas que te haces cuando vas a pedales. Bogotá: Penguin Random House.

Nota

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