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Opinión

El paraco que llevamos dentro

12/02/2020
Por: Francisco Cortés Rodas, profesor Instituto de Filosofía UdeA

« ...Si se acepta que los ciudadanos puedan portar armas, deben saber que estas, en necesidad extrema, son para matar. Y matar es siempre, —guerra, legítima defensa, atraco—, destruir una vida ajena...»

El médico, asediado por tres atracadores, se defendió y los mató. En menos de veinticuatro horas la expresión mayoritaria de la verdad absoluta que se manifiesta en las redes sociales prejuzgó (¿pre-trinó?) que el autor de los disparos es un héroe nacional.

Sin que la justicia hubiera iniciado sus investigaciones, Abelardo de la Espriella, —quien se ha valido del arribismo como medio de ascenso social, el Rastignac criollo—, sentenció: “Son unos buenos muertos, tuvieron su merecido”.

Le siguió Alfredo Rangel, “En las ciudades hay un desbordamiento de la violencia y la incapacidad de la justicia para responder. Es necesario flexibilizar el porte y la tenencia de armas de la ciudadanía de bien para defenderse” (Semana).

Millones de tuiteros hormonados y testiculados, como decía el expresidente Turbay, expresaron opiniones parecidas. El “paraco que llevamos dentro”, como dicen algunos, que es propio de nuestra identidad nacional, afloró en el reclamo de armar a los ciudadanos de bien, como Rangel cataloga a las clases sociales.

¿Ciudadano de bien es aquel que siente en su corazón que lleva un “paraco por dentro”? Los que no sientan eso, ¿son ciudadanos de mal? ¿Estos son los pobres y aquellos los ricos? ¡Aclare Rangel!

Es un absurdo político pretender armar a una sociedad después de que esta misma ha realizado un gran proyecto de pacificación.

El argumento según el cual, se está produciendo un desbordamiento de la violencia que obliga a las personas a su propia defensa —¿nuevas autodefensas?—, es el argumento del estado de naturaleza, en el cual la sociedad está en el nivel “salvaje”, primitivo o bárbaro de la humanidad, en el que el hombre habría sido “lobo para el hombre”.

Defender la tesis de la permanencia en este estado, por cuenta de unas bandas de ladrones, conduce a negar el camino de la civilización, que ha sido el de asegurar el empleo monopólico de la violencia por el Estado, que significa que ningún ciudadano esté armado.

Lo que quieren Rangel y otros, con esta propuesta de flexibilizar el porte y tenencia de armas es impedir la consolidación de una cultura política civilizada en la cual sean aseguradas las condiciones de una paz social, y en la que se instituya que el derecho y el discurso sean los únicos medios para solucionar los conflictos.

Si se acepta que los ciudadanos puedan portar armas, deben saber que estas, en necesidad extrema, son para matar. Y matar es siempre, —guerra, legítima defensa, atraco—, destruir una vida ajena.

El que mata destruye la naturaleza y, como la naturaleza es una, se destruye tanto en el destructor como en el destruido. En este momento, al ser la vida inmolada aparece como su temible fantasma la culpa como mala conciencia que fustiga al que ha herido la naturaleza.

En sociedades como la nuestra, con grandes desigualdades, no se pueden tratar las cuestiones sociales con el Código Penal en la mano. Los problemas sociales requieren soluciones sociales. No es con esa gritería en Twitter que se enfrentan estos problemas.

Este texto fue publicado en el periódico El Colombiano el martes 11 de febrero de 2020


Nota

Este es el espacio de opinión del Portal Universitario, destinado a columnistas que voluntariamente expresan sus posturas sobre temáticas elegidas por ellos mismos. Las opiniones aquí expresadas pertenecen exclusivamente a los autores y no reflejan una opinión o posición institucional de la Universidad de Antioquia.

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