Le siguió Alfredo Rangel, “En las ciudades hay un desbordamiento de la violencia y la incapacidad de la justicia para responder. Es necesario flexibilizar el porte y la tenencia de armas de la ciudadanía de bien para defenderse” (Semana).
Millones de tuiteros hormonados y testiculados, como decía el expresidente Turbay, expresaron opiniones parecidas. El “paraco que llevamos dentro”, como dicen algunos, que es propio de nuestra identidad nacional, afloró en el reclamo de armar a los ciudadanos de bien, como Rangel cataloga a las clases sociales.
¿Ciudadano de bien es aquel que siente en su corazón que lleva un “paraco por dentro”? Los que no sientan eso, ¿son ciudadanos de mal? ¿Estos son los pobres y aquellos los ricos? ¡Aclare Rangel!
Es un absurdo político pretender armar a una sociedad después de que esta misma ha realizado un gran proyecto de pacificación.
El argumento según el cual, se está produciendo un desbordamiento de la violencia que obliga a las personas a su propia defensa —¿nuevas autodefensas?—, es el argumento del estado de naturaleza, en el cual la sociedad está en el nivel “salvaje”, primitivo o bárbaro de la humanidad, en el que el hombre habría sido “lobo para el hombre”.
Defender la tesis de la permanencia en este estado, por cuenta de unas bandas de ladrones, conduce a negar el camino de la civilización, que ha sido el de asegurar el empleo monopólico de la violencia por el Estado, que significa que ningún ciudadano esté armado.
Lo que quieren Rangel y otros, con esta propuesta de flexibilizar el porte y tenencia de armas es impedir la consolidación de una cultura política civilizada en la cual sean aseguradas las condiciones de una paz social, y en la que se instituya que el derecho y el discurso sean los únicos medios para solucionar los conflictos.
Si se acepta que los ciudadanos puedan portar armas, deben saber que estas, en necesidad extrema, son para matar. Y matar es siempre, —guerra, legítima defensa, atraco—, destruir una vida ajena.
El que mata destruye la naturaleza y, como la naturaleza es una, se destruye tanto en el destructor como en el destruido. En este momento, al ser la vida inmolada aparece como su temible fantasma la culpa como mala conciencia que fustiga al que ha herido la naturaleza.
En sociedades como la nuestra, con grandes desigualdades, no se pueden tratar las cuestiones sociales con el Código Penal en la mano. Los problemas sociales requieren soluciones sociales. No es con esa gritería en Twitter que se enfrentan estos problemas.