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Opinión

Agua luna

21/11/2020
Por: Pablo Cuartas Restrepo- Profesor de Ciencias Planetarias en el pregrado de Astronomía

Desde diciembre de 1972 ningún ser humano ha vuelto a pisar la Luna. El último hombre en pisar el suelo de nuestro satélite era también el único científico que hizo parte de las misiones Apolo. Harrison Smith, el piloto del módulo lunar, también era geólogo. Desde entonces hemos soñado con volver.

Hemos propuesto, incluso, establecer allí colonias humanas permanentes. Las bases lunares siempre hicieron parte de nuestro deseo de exploración y de la ciencia ficción. La carrera espacial incluyó propuestas de bases militares y científicas en la Luna, como los proyectos Horizonte y Lunex de los Estados Unidos, o el proyecto Zvezda de la Unión Soviética.

Aunque parece que la Luna dejó de ser interesante para la humanidad, cierto es que durante los últimos 50 años hemos estado estudiando su superficie, sus cráteres y, especialmente, ¡su agua! El agua es vital si es que queremos establecer colonias permanentes. La Luna no posee una atmósfera, por lo que la presencia de agua líquida sobre su superficie es imposible, además está expuesta al flujo permanente de radiación ultravioleta proveniente del Sol, que destruye las moléculas de agua.

Por muchos años se creyó que no habría posibilidad de encontrar agua en la Luna. Pero en el año 2008 la sonda de observación Chandrayaan-1, de la agencia espacial de la India, hizo impactar un pequeño proyectil cerca del cráter Shackleton en el polo sur de la Luna y, después, analizó los residuos del impacto detectando hielo de agua. También se detectó hielo de agua usando un espectrógrafo infrarrojo construido por la Nasa, llamado el maperador mineralógico de la luna —M3 por sus siglas en inglés, moon mineralogy mapper—.

Encontrar hielo en los cráteres del polo sur de la Luna fue un gran hallazgo, pero de alguna forma se esperaba que hubiera hielo de agua en regiones donde literalmente nunca da el Sol. Ahora la Nasa ha sorprendido con una nueva evidencia de agua en la Luna. Usando un telescopio infrarrojo montado en un Boeing 747 llamado SOFIA —stratospheric observatory for infrared astronomy—, la Nasa encontró evidencia de moléculas de agua, esta vez en un lugar más soleado de la Luna, cerca al cráter Clavius en el hemisferio sur. Parece ser que, a diferencia de lo que creíamos, el agua podría estar presente en muchos lugares diferentes de la superficie de nuestro satélite, no solo resguardada entre las frías paredes de los cráteres del polo sur.


Cráter Clavius de la Luna. Fotografía: Lunar Reconnaissance Orbiter (LRO).

Ahora el interés científico apunta a entender cuál es el origen del agua detectada por SOFIA. Las moléculas de agua no sobreviven a la falta de presión atmosférica y a la radiación ultravioleta que rompe las moléculas en un proceso llamado fotodisociación, por lo que debe existir algo que esté formando o depositando el agua sobre la superficie de la Luna. Una posibilidad son los impactos de cometas o asteroides ricos en agua que depositaron su contenido en épocas recientes de la historia de la Luna. La otra opción es a través de la reacción de los protones del viento solar con el hidroxilo (OH) presente en los minerales de la superficie lunar. Se abre una nueva línea de investigación para los científicos lunares: explicar el origen de su agua.

Encontrar agua en la Luna, aunque sea en una cantidad que es cien veces menor a la que podría encontrarse en el lugar más seco del desierto del Sahara, abre nuevamente la posibilidad de soñar con misiones de exploración y con establecer bases permanentes sobre nuestro vecino espacial más cercano.

La Nasa ha establecido el 2024 como el año en que volveremos a la Luna. El proyecto Artemisa pondrá nuevamente al ser humano en la Luna a mediados de esta década. Poder contar con recursos como el agua in situ facilitaría el trabajo de exploración y permitiría, por ejemplo, misiones de mayor duración. Por otro lado, investigar qué tipo de procesos son los que están acumulando agua en la superficie lunar nos permitirá entender cómo se ha dado la distribución de esta sustancia maravillosa a lo largo de nuestro sistema planetario, cómo llegó y cómo se mantuvo en nuestro planeta durante los últimos cuatro mil millones de años, el tiempo suficiente para que una forma de vida iniciara su búsqueda de respuestas más allá de su propio planeta.

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