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Gente UdeA

Investigación social como mecanismo de la memoria

06/09/2019
Por: Luisa María Gallo G – Sistema de Bibliotecas

Rafael Rubiano Muñoz es sociólogo y maestro en Ciencia Política de la Universidad de Antioquia. Es candidato a doctor en Ciencias Sociales de la Flacso, Argentina. Eligió la investigación como forma de vida y, en sus palabras, va tejiendo los motivos que contribuyeron a esta decisión. 

Rafael Rubiano Muñoz.

No tiene ningún reparo en mencionar su edad, quizá porque intuye la lozanía de su aspecto. Habla haciendo pausas como saboreando las palabras y se ríe con tranquilidad. Nació en Medellín el 29 de abril de 1969 y estudió toda la vida en el Instituto Jorge Robledo, un colegio mixto, privado y laico, que se constituyó en su pilar para la formación académica que eligió. 

Desde niño soñó con ser docente de la Universidad de Antioquia, un espacio que frecuentaba en la infancia en compañía de su tío, profesor de Química y Farmacia, y otros primos. Los sábados fueron los días del fútbol y de cultivar su fascinación por el espacio universitario. Época en que el deporte era una de sus principales ocupaciones y no había elegido la actividad intelectual como proyecto de vida. 

Es el segundo de cuatro hermanos y creció en una familia que, según sus palabras, no tenía un gran «capital cultural», aunque sí confiaba en las posibilidades humanas de la formación académica. «Yo no hubiese sido universitario sin mi papá porque me apoyó mucho». Sabe que de las 13 publicaciones que ha hecho, ninguna ha sido leída por su familia, pero sí han sido gratamente celebradas. 

Mientras fue estudiante, los libros que debía leer los prestaba en las bibliotecas y memorizaba gran parte de sus pasajes porque sabía que no podría conservarlos, lo que ayudó a que, aún hoy, tenga una buena memoria y recite párrafos completos durante sus clases. 

«Para mí el libro siempre fue una fascinación, desde muy pequeño, no sé cuál fue la chispa, pero yo sentía un gran amor. Cuando tuve para comprarlos, empecé a conseguir y ya tengo como 4000 libros: literatura, sociología, historia, América Latina. Están en varias partes de la casa, a veces pienso en no comprar más y leer electrónicos, pero encuentro una edición rara y me la llevo. Cuando volví de Argentina preferí dejar ropa para traer la maleta llena de libros». 

Habla de su experiencia en el país del sur americano, donde investigó para obtener su título de doctor en Ciencias Sociales, por la Flacso, Argentina. Aún está a la espera de realizar la sustentación de su tesis doctoral: un estudio sobre la vida y pensamiento de Baldomero Sanín Cano, un campesino rionegrero que trabajó como periodista para el diario La Nación desde 1914 hasta 1931. 

«Sanín Cano se me reveló (en el sentido más espiritual y místico de la palabra) una noche finalizando el mes de agosto, no fui quien lo eligió, él me eligió a mí [...] apenas se podía ir borrando la bruma mediante un pequeño acto de inspección e indagación», así lo describe en su relato Autobiografía de un viaje intelectual en los espejos de la investigación latinoamericana. 

Su 2011 fue un año de crisis, pensó renunciar a la comisión de estudios porque no estaba siendo viable el desarrollo del tema con el que inicialmente había pensado hacer su tesis doctoral, un análisis comparativo entre Jorge Eliécer Gaitán y Juan Domingo Perón. La visita que recibió de su hijo y la aparición de Baldomero Sanín Cano, personaje que había conocido por un texto de Rafael Gutiérrez Girardot llamado La literatura colombiana en el siglo XX, lo ayudaron a salir de esa incertidumbre.

Estudiar tal personaje era una gran oportunidad, porque al estar en Buenos Aires podía acceder a material que en Colombia no se conocía. 

«Me fui al otro día a la biblioteca del Congreso y empecé a recopilar material, allá no hay muchos documentos microfilmados o digitalizados. Me tocó, algunas veces, recomponer los artículos con hongos, húmedos, rotos, como un rompecabezas», contó Rubiano. 

Considera que Sanín Cano fue un ser excepcional, «pero los genios en este país terminan aplastados por el olvido y la indiferencia. Y esa es la tarea de la investigación: frente al olvido y la no memoria el investigador trata de recuperar el patrimonio cultural de un territorio. Yo creo que ha sido uno de los elementos de mi trabajo investigativo».

Para muchos, investigar a un personaje es un asunto impráctico, pero él está convencido de las posibilidades que ofrece para comprender a Colombia, pues hasta las guerras circulan por medio de las ideas. Sus pesquisas son una forma de «entender qué pensamos, cómo pensamos, por qué lo hacemos, cuáles son los referentes culturales, por qué somos intolerantes, a qué se debe la inclinación a la violencia, por qué no respetamos al otro y por qué no somos plurales».

Considera que una investigación nunca finaliza, cuando cree que acabó de abrir una ventana, y se asoma ahí, encuentra que hay otras mil ventanas por abrir, y lo que parece terminarse se transforma en un infinito universo. Por eso, lamenta que la universidad siga sin generar espacios en los que los docentes que han estado durante una comisión de estudios compartan sus hallazgos. 

Es docente desde 1993 y está encargado de dictar Problemas colombianos del siglo XIX y América Latina. Ha sido profesor de la Universidad Pontificia Bolivariana, Eafit, Autónoma Latinoaméricana, Tecnológico de Antioquia y de la Universidad de Antioquia. 

Ahora vive en el campo, en zona rural de Guarne. Una forma de reconectarse con la naturaleza y de dispersarse de un ambiente que suele consumir los días. Una oportunidad para encontrar maneras de estar más presente en la vida de sus padres, sus hermanos y su compañera.

En su casafinca se encarga de la huerta, el jardín y los perros. Escucha boleros, salsa, vallenato, música clásica y música popular, porque «mientras más cosas del arte se puedan disfrutar, la mente está más dispuesta a comprender la pluralidad del universo». 

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