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Opinión

Sentimiento por el Centro

17/04/2017
Por: Ricardo Aricapa Ardila, periodista y escritor

"... ¿Cuál es la razón de ese apego mío al Centro? Me lo pregunto ahora. Y la respuesta no puede ser completa porque los apegos vienen en buena parte del inconsciente, uno no se los propone ni los programa. Simplemente surgen, echan raíces; uno no se da ni cuenta....

En el Centro hay lugares que me gustan, los hay que me disgustan, y hasta me molestan, y no pocos me asustan. El Centro tiene unas imágenes que me emocionan y momentos que amo, y cuando no amo por lo menos me suben el ánimo. Los tiene también que me dejan frío, o me entristecen, o me bajan de nota, o me emputan. Y todo eso de una manera cercana, cotidiana, porque el Centro no es algo ajeno a mi vida, no es un asunto allá.

Ha sido por tiempos mi lugar de trabajo, actualmente lo es, y ha sido sobre todo mi hábitat durante muchos años, casi los que llevo viviendo en Medellín. Aunque no propiamente el Centro ha sido mi hábitat, aclaro, sino sus fronteras: los barrios Boston y Prado, que ya prácticamente se han vuelto Centro también. Una vez sí viví, como dos años, en el “centro-centro”, en el ojo del huracán, y no resultó muy amable.

¿Cuál es la razón de ese apego mío al Centro? Me lo pregunto ahora. Y la respuesta no puede ser completa porque los apegos vienen en buena parte del inconsciente, uno no se los propone ni los programa. Simplemente surgen, echan raíces; uno no se da ni cuenta. Pero en mi caso sí hay factores que creo pueden explicarlo.

Uno es el hecho de ser soltero empedernido y sin hijos, lo cual me ha salvado de la necesidad de buscar espacio en las afueras, en barrios más propicios para levantar una familia. Y dos, el no ser nacido en Medellín. Yo soy de Riosucio, Caldas; allí pasé la infancia e hice todo el bachillerato.

Y uno es de donde hizo el bachillerato, se ha dicho. No soy pues de ningún barrio, no puedo decir como otros: soy de Manrique, soy de Belén, o del Poblado, o de Castilla. Yo tengo que decir que soy del Centro, que es como decir soy de ninguna parte, considerando que es un lugar de todos y de nadie.

Es un lugar de todos porque la estructura de la ciudad es radial, fue diseñada para que todo confluya en el Centro, como los radios de una bicicleta. De ahí el gentío que congrega, incluso los domingos. En alguna parte leí que el Centro mueve más de un millón de personas diariamente. Eso es mucha gente, como veinticinco veces el cupo completo del estadio Atanasio Girardot.

Y es un lugar de nadie porque no tiene dolientes, habitantes propios, familias residentes. Es un torrentoso caos de día, y un éxodo masivo al caer la noche, cuando se convierte en un oscuro desierto con pocos oasis. A las seis de la tarde las oficinas ya han apagado sus luces y han cerrado los talleres y las industrias; a las siete bajan sus cortinas los almacenes, un poco más tarde lo hacen los tecnológicos y universidades, y después de las nueve bajan el telón las salas de teatro que milagrosamente sobreviven, y a la altura de las diez ya es poca la vida que queda, son contados los buses y escasas las patrullas policiales. Y de ahí en adelante el Centro queda en otras manos, otros oficios y otras mañas, queda a merced de los habitantes de la noche, de los celadores, los taxistas, los indigentes, los drogadictos, las putas, los travestis, los malandros, los gatos callejeros…

Se habla de intervenir el Centro, de hacer cuantiosas inversiones para redimirlo y tratar de ordenarlo, lo cual es propósito loable, necesario, demorado incluso. Pero lo que si no se puede esperar, porque no se le pueden pedir peras al olmo, es que el caos se reduzca, que el Centro pierda su esencia tumultuosa y su vocación de bazar bullicioso. Eso no depende de la buena voluntad de un alcalde sino del modelo económico neoliberal que nos montaron, que en Colombia, y en el mundo entero, no ha hecho más que empobrecer a muchos y enriquecer a pocos.

Así que, en una ciudad de comerciantes como Medellín, en la que más de la mitad de la población económicamente activa tiene la aguja pegada en la economía informal, cuentapropistas que llaman, a la gente no se le puede pedir que no se rebusque con sus ventas y comercios callejeros; lícitos unos, otros no tanto, y otros abiertamente delincuenciales. ¿Y dónde se rebusca? Pues en el Centro.


Nota

Este es el espacio de opinión del Portal Universitario, destinado a columnistas que voluntariamente expresan sus posturas sobre temáticas elegidas por ellos mismos.  Las opiniones aquí expresadas pertenecen exclusivamente a los autores y no reflejan una opinión o posición institucional de la Universidad de Antioquia.

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