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Paisajes extraños

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25/08/2017
Por: William Fredy Pérez Toro, profesor Instituto de Estudios Políticos, UdeA

"...Ni siquiera es el barrio donde termina este viaje lo que nos confunde. No es el régimen impositivo de una banda, ni los mandatos inciertos de la cuadra de arriba, ni la dominación del sector, ni las violencias que tan curiosamente se van domesticando o se van haciendo riqueza mientras fluyen hacia el otro extremo de la ciudad..."

(…) quizás ahora habría que cerrar un poco más el foco y reconocer que sólo ciertas piezas de ciudad son las que compiten, en tanto otras no sólo quedan atrasadas sino que, más grave aún, son sistemáticamente excluidas y ocultadas a ojos nacionales y extranjeros. Una confirmación práctica y didáctica de este hecho puede obtenerse al desdoblar el plano turístico de cualquier ciudad. Se comprobará con facilidad que la ciudad real –material– ha sido comprimida y reducida sólo a un par de barrios atractivos al mercado y a los turistas. El resto, simplemente no existe.*

Medellín nos puede confundir seriamente. A veces nuestra propia experiencia no reconoce la ciudad; como si viviéramos en otra parte. Y no lo digo por los veinte minutos que lleva este bus tratando de llegar al otro lado del puente, ni por el embutido de trabajadores cansados, adolescentes temerosas, mujeres embarazadas, señoras con niños aferrados y estudiantes lidiando con mochilas.

Ni por la registradora que no devuelve o por la infernal coincidencia de reggaetón y freno de aire; ni por las órdenes imposibles (“busquemos la salida por la puerta de atrás”) o las poses de responsabilidad empresarial (“denuncie cualquier irregularidad”, “trabajamos para su comodidad”, “si subió por la puerta de atrás, no pague”). No es por eso que lo digo. Eso ha sido muy nuestro. Tanto como la porquería que llevamos en la piel a esta hora; las capas de azufre, plomo y benceno que se acumulan en los bronquios; la nube de material particulado que podemos espantar repudiando fumadores, o los fluidos letales que van al río y que la ciudad disimula persiguiendo muchachos que orinan en los parques.

No son esas cosas las que pueden hacer irreconocible a Medellín. No es el mercadillo bajo el viaducto, en el paradero del bus; ni los ancianos que siguen allí abandonados a su suerte, ni los niños voceadores de “rueda, rueda, papelito y bareta”. Tampoco es esto de cruzar diariamente una ciudad “por fin compacta y policéntrica”; esta especie de hormiguero con el que juegan niños traviesos, este laboratorio para “descubridores” de ciudades copiadas a pedazos, de ciudades pa’fuera.

Ni siquiera es el barrio donde termina este viaje lo que nos confunde. No es el régimen impositivo de una banda, ni los mandatos inciertos de la cuadra de arriba, ni la dominación del sector, ni las violencias que tan curiosamente se van domesticando o se van haciendo riqueza mientras fluyen hacia el otro extremo de la ciudad. Nada de eso nos hace extrañar la ciudad. Además, por qué tendrían que ser raros estos excedentes tan típicos del progreso que aprendimos, o estas huellas de un sempiterno emprendimiento ahora hecho ciencia, o estos resultados de estas enseñanzas tan vivas sobre la importancia de amontonar cosas, “hartas cosas para vivir bien bueno”.

Esta ciudad puede hacerse irreconocible, no porque este bus pasara por fin, a rayones, el embudo del puente; o porque esquivara el reguero que dejó otro y otro y otro accidente en la avenida; o porque se atascara otra vez frente al nuevo centro comercial que construyeron en el límite mismo de la calzada. Es lo habitual. Así crece Medellín.

Lo raro, lo que nos puede confundir, es la distinción Lee Kuan Yew World City Prize a “las ciudades con mayor desarrollo urbanístico y social en el mundo”, un reconocimiento que la prensa local asimila al “Premio Nobel de las ciudades” y que puso a Medellín, dicen, “al nivel de Nueva York, Bilbao y Suzhou”. O el primer lugar en el concurso City of The Year, otra vez, a la ciudad más innovadora “por encima de 200 ciudades de todo el mundo, incluidas Tel Aviv y Nueva York”. Que la innovación, según dice la prensa, haya llevado a Medellín “a la cima mundial”.

Lo que nos puede hacer dudar, es el premio MobiPrize en la categoría “Estado, ciudad o nación 2015”, otorgado al sistema de transporte “innovador, integral y que beneficia a la ciudadanía”; o el premio de Asiet a la ciudad digital para la seguridad, que permite “mirar informes y reportar incidentes y así facilitar la vida”. O la distinción BRAVO Business Awards a “la ciudad más transformada”, gracias a “las alianzas público privadas y académica, a favor del desarrollo social y urbano”. O el premio World Travel Awards a la south america's leading city break destination que es, según los periódicos paisas, “el premio Óscar de la industria del Turismo”, y que  fue otorgado a la ciudad por “la riqueza de su cultura, la amabilidad de su gente, su comida, la diversidad de opciones de ocio, el entretenimiento que ofrece y su agradable clima”... Otra vez, “por encima de Río de Janeiro, Buenos Aires, Santiago y Montevideo”.

Es como si ya no supiéramos dónde diablos está la Medellín que caminamos, porque dicen que esta misma ciudad ganó el premio International Sustainable Transport Award, por el incremento de los espacios públicos, el programa Comparte Tu Carro, el Sistema Inteligente de Movilidad, el mejoramiento de combustibles (y nuevamente, “por encima de ciudades como Buenos Aires y Ciudad del Cabo”). O que ganó el Orbe Innoverde por el “liderazgo ambiental, producción de tecnologías verdes y servicios ambientalmente responsables”; o la distinción del Holcim Award categoría Oro América Latina a los diseños arquitectónicos caracterizados por “la innovación, transferibilidad y normas éticas”, o el Premio Verde en diseño urbano de la Universidad de Harvard, o el reconocimiento como ciudad ejemplo en Latinoamérica por unos Paneles Informativos y por un Control de Flota que “permiten que los ciudadanos tomen decisiones inteligentes en las vías y se movilicen en un transporte urbano sostenible”. O que haya sido clasificada mundialmente entre “las 100 ciudades en el mundo Smarter Cities Challenge”.

Son muchos títulos realmente, en tan pocos y confusos kilómetros cuadrados: “Capital mundial de las aves”, “capital mundial de la cumbia”, “capital del mundo económico”, “ciudad más innovadora en transporte de escalera eléctrica”; “capital mundial para la poesía”, “capital mundial del Gabismo”, “centro de convergencia mundial de emprendimiento”, “sede mundial de la bicicleta”, “capital latinoamericana de la moda” “capital mundial infantil y juvenil del tenis de mesa”, “capital mundial fútsal”, sede de “la conferencia de economía más importante en el ámbito mundial” y, aún, “ejemplo mundial en diseños de almacén” según el Store Design Competition ganado por un supermercado “del Este de Medellín”. Como si la misma ciudad que cruzamos ahora fuera la capital del mundo mundial.

Inclusive, aunque Medellín no ganara “el premio capital mundial de la hora del planeta”, es un hecho que “estuvo entre las 34 ciudades del mundo que llegaron a la recta final”; o aunque sea reconocida apenas como “la segunda capital mundial del tango”, de todas maneras una combinación de tango y reggaetón hacen de Medellín “la capital mundial de contrastes musicales”. O “aunque no tenga una edificación, complejo arquitectónico o estructura que puedan ser declarados patrimonio histórico y cultural de la humanidad”, la prensa local arguye que la ciudad “sí cuenta con montañas, bosques, rutas culturales y paisajes que podrían calificar en un futuro para el título, debido a que estos sitios también pueden clasificar. Inclusive, la misma ciudad como tal, podría serlo en un futuro”.

En cualquier caso, en fin, capital del mundo mundial. Aunque este puto bus no avance y aunque un montón de gente siga subiendo por la puerta de atrás.

*Greene, Ricardo (2005). Pensar, dibujar, matar la ciudad: orden, planificación y competitividad en el urbanismo moderno. eure, 94, pp. 77-95


Nota

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