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Opinión

Levanten la mano por favor los que…

25/10/2016
Por: Oscar Roldán Alzate, Jefe Centro de Extensión Cultural UdeA

"...No es un secreto que nuestra democracia, aun siendo una de las más antiguas de la vida moderna en el orbe, no ha alcanzado una instancia de madurez para lograr el reconocimiento integral de la gravedad que esto implica, y que debería comenzar por entender de qué se trata ser nación, para luego ser patria,..."

Pocas veces la democracia colombiana ha consultado al pueblo asuntos trascendentes. Recientemente, y casi sesenta años después de la última cita de este tipo, nuevamente un Sí o un No eran la única alternativa para responder sobre un asunto de significativo cuidado para el devenir de una nación.

El arqueo de los comicios dejó a un país prácticamente dividido en dos partes iguales; pero, como pasa en la democracia, solo bastó con una ínfima diferencia para decretar una respuesta irrefutable que representaría la globalidad de los anhelos de quienes se levantaron, caminaron y se expresaron.

Quien osa responder una pregunta de este calibre es un patriota, así de simple; incluso sin importar cuál sea su opinión, pues se espera que sean su convicción y suficiente ilustración las que medien a la hora de marcar la hoja con la respuesta, lo que quiere decir que no hay una correcta y otra errada. Sí o No es la contestación posible a una pregunta cerrada, sin posibilidad para los matices ni para la argumentación típica que habitualmente pide, luego de la pregunta,  “Si responde no, argumente, si responde sí, diga por qué.

Ahora bien, en la cultura política del pueblo parece estar la respuesta a la siguiente pregunta que se deriva de los resultados: ¿por qué esta consulta dividió, casi a la perfección, al país? Muchas han sido las conjeturas sobre la situación, las que claramente son necesarias para seguir adelante con el tema, pues no se trata de algo que se pueda dejar así no más.

Precisamente, en este punto, tendríamos que adentrarnos en decir que somos muchas Colombias en un solo territorio, incluso después de un siglo que claramente mantuvo dividido al país en dos colores que simbolizaban dos ideologías políticas, las mismas que suscitaron el primer plebiscito en 1957. Pero bueno, aquí la cosa es más compleja, pues se trata de entender y procesar las opiniones de los colombianos sobre la guerra y la paz; es decir, sobre lo que entendemos por conflicto y, en este caso en particular, sobre la noción misma de “pacto, o, contrato social” que aflora con una fuerza inusitada.

No es un secreto que nuestra democracia, aun siendo una de las más antiguas de la vida moderna en el orbe, no ha alcanzado una instancia de madurez para lograr el reconocimiento integral de la gravedad que esto implica, y que debería comenzar por entender de qué se trata eso de ser nación, para luego hablar de patria, asunto que necesariamente inicia por concebirnos a nosotros mismos como una comunidad humana diversa en ideologías, en etnias y razas y, claro está, en oportunidades, algo que lograron las revoluciones burguesas de los siglos XIX y XX, pero que, lamentablemente, Colombia no vio surgir; en cambio, se optó por desconocer la desigualdad social y dilatar los problemas del campo frente a las crecientes masas urbanas que hoy se han visto desbordadas. Aquí, la producción simbólica colectiva, mediada por los rituales contemporáneos y las creencias tradicionales, además de la comprender la diferencia como principio de identidad, son nodales para llegar a potenciar las capacidades del universo complejo que es Colombia.

Y en esta tarea, a propósito, podríamos encontrar la respuesta a la pregunta recurrente sobre la función del arte y la producción cultural frente a los retos que deja la crisis social arrastrada por un conflicto. No es gratuito que los artistas colombianos, en su inmensa mayoría, usen como insumo primario la realidad y la actualidad del país. Las artes, producidas bajo anormalidad social, develan las causas y efectos de la misma. Los pueblos que han alcanzado “pactos o contratos sociales” sólidos dejan a sus artistas y creadores emprender nuevos caminos, con la libertad propia de una soberanía jamás cedida a un tercero. La fenomenología, la tecnología y, hasta la psicología, en la creación, se toman la escena de las galerías, teatros, conciertos y, claro está, la de la literatura.

Recientemente, Doris Salcedo, la más conocida de las artistas contemporáneas colombianas cubrió con telas blancas de dimensiones antropométricas, la Plaza de Bolívar en Bogotá. Fueron casi dos mil piezas las que se necesitaron para convertir la superficie de piedra en una sábana luminosa impoluta. Igual número de nombres de víctimas fueron grabados con ceniza sobre las telas para posteriormente ser unidas delicadamente con hilo, hasta lograr el cobertor completo del espacio del pueblo.

“Sumando ausencias” es el oxímoron con el que la artista nombró esta acción colectiva que buscaba hacer un llamado agónico sobre el momento actual que atraviesa nuestro país. Las críticas no demoraron en aparecer, pues claramente la propuesta, además de hermosa, elaborada sincrónicamente con el asunto plebiscitario, dejó un sinsabor que no permite aún entender si fue oportuna u oportunista. Bueno, a lo mejor faltan tiempo y respuestas más claras a la pregunta sobre la cultura política de este cuento de casi dos siglos llamado Colombia.

En suma, y regresando al asunto del plebiscito, hay preguntas que quizá se deban hacer mirando al otro a los ojos y pidiéndole que si está de acuerdo, simplemente levante la mano.


Nota

Este es el espacio de opinión del Portal Universitario, destinado a columnistas que voluntariamente expresan sus posturas sobre temáticas elegidas por ellos mismos.  Las opiniones aquí expresadas pertenecen exclusivamente a los autores y no reflejan una opinión o posición institucional de la Universidad de Antioquia.

 

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