Opinión

En un mundo urdido por la casualidad, siempre habrá un pedazo de azar que nos atañe, del que nos sentimos responsables y queremos ponerlo en la memoria, caprichosa también como el azar.

Por este tiempo que el Instituto de Estudios Políticos celebras sus 30 años de fundado urge invocar la complicidad de las palabras y reinventar con ellas nuestra propia historia, para darle sentido a la experiencia compartida.

Narrada como vivencia personal, adquieren sentido ciertos rasgos circunstanciales que permiten la emergencia de aquellas cosas frente a las cuales cultivamos la admiración y con las que contribuimos al patrimonio de recuerdos de tres generaciones que han aportado al dinamismo del Instituto.

En esta reserva de recuerdos está la entonación de los maestros que hemos tenido, las discusiones horizontales sobre textos y realidades mientras tomábamos café, la vida cotidiana entretejida de vínculos que desestiman los contratos y las formalidades, pero que hacen atractivo el esfuerzo cotidiano de acudir a la cita.

Entre esas vivencias está la maestría, la investigación, la revista y los múltiples contactos con organizaciones sociales y comunitarias. Todas ellas son experiencias colectivas que han durado en el tiempo. Y cada una de ellas le ha dado forma a la idea inicial de quienes se propusieron crear el IEP.

Al tiempo, más allá de las distinciones y las posiciones en los rankings, quienes hoy integramos este equipo podemos reconocernos en los verbos que aquí y durante todo este periodo hemos aprendido a conjugar. Las ideas, las prácticas y las afinidades que hemos heredado de William Restrepo, de María Teresa Uribe, de Fabio Giraldo nos ayudan hoy a dilucidar nuestra responsabilidad frente al saber específico que cultivamos, frente a la exigencia de pensar más allá de la erudición y ante el reclamo de asumir una postura ética como universitarios ante una sociedad que combina las “normalidades” de la vida republicana con la práctica persistente de atrocidades.

Los retos que enfrenta la investigación, la formación postgradual, el mantenimiento de un canal de comunicación académica como la revista y el contacto permanente con las comunidades, demandan una adaptación a los contextos actuales, que permitan que la experiencia y saber acumulado no sean un lastre sino un elemento que potencia lo que hacemos.

Nuestra responsabilidad consiste en estar a la altura de quienes fueron sensibles a los retos de su momento histórico, cultivaron un genuino interés en la reflexión sobre la política, lograron enlazar ese interés con la oportunidad de formar investigadores y se empeñaron en darle vida a un canal para la comunicación académica como la revista estudios políticos.

Todo eso complementado con una actitud abierta ante las demandas de la sociedad para clarificar sus principales retos de sobrevivencia en un contexto turbulento, que combina las principales promesas y amenazas características de la sociedad contemporánea.

En fin, son 30 años en los que el Instituto ha sido el aula que recrea el encuentro de profesores con quienes afrontan las exigencias de una maestría; ha sido también parte de esa comunidad imaginada de académicos que, al tiempo compitiendo y cooperando, ha dinamizado el desarrollo de la ciencia política en el país y ha sido, sobre todo, trama y madeja con organizaciones sociales, con periodistas, funcionarios públicos, comunidades organizadas, de quienes ha recibido el reto de indagar el sentido de la política práctica, para ponerla en diálogo con teorías y métodos, rompiendo el encierro del trabajo académico y confiriéndole un mayor sentido a lo que como universitarios hacemos.