Opinión

-Vengo a solicitar una cita

-Usted aparece con un incumplimiento. No se la podemos asignar por el momento. Debe cumplir con un requisito formativo.

Este diálogo se presenta cotidianamente en los puntos de atención y de asignación de citas, ubicados en el bloque 22 de la Universidad de Antioquia: primer piso en las taquillas de la IPS Universitaria, y cuarto piso en el Departamento de Promoción de la salud y Prevención de la enfermedad –P y P—; es tan común la escena, que casi se ha vuelto parte del paisaje. El asunto, que no es de poca monta, merece que nos detengamos y le demos una mirada más detenida. Tal vez se requiere que recuperemos nuestra capacidad de asombro ante cifras que son más que elocuentes.

En lo que va de 2015, la IPS reporta como citas incumplidas por parte de la comunidad estudiantil a los servicios de medicina y odontología, la suma de 40 estudiantes. Al servicio de psicoorientación, nuestros profesionales ya acumulan un total de 641 incumplimientos, y sigue sumando.

A estos estudiantes no se les exige el pago de ninguna retribución o reparación monetaria, por la simple razón de que la Universidad no es una EPS, y –aunque lo fuera— la Ley 1438 de 2011 prohíbe tajantemente el cobro de dineros por concepto de citas incumplidas. La Universidad, como centro de educación superior, lo único que les pide a los estudiantes incumplidos es asistir a un taller formativo de uso responsable de los servicios en salud.

El taller
Quienes hemos padecido la cercanía de parientes beatas y cantaletosas, sabemos de sobra que la verborrea que pretende ser correctiva genera un efecto contrario. Nos vacuna, nos inmuniza contra la norma. Por ello, mi primera aseveración, después del saludo, es que al pedirles que acudan a esta actividad, no se les está haciendo una citación a un tribunal del Santo Oficio; la pretensión del taller es simplemente proponer otros puntos de vista que tal vez ellos no han considerado acerca del  incumplimiento.

Lo primero es analizar el hecho del incumplimiento.  La hora profesional tiene un costo.  Ese dinero, en última instancia, sale del bolsillo de los contribuyentes. Es decir, una cita incumplida es tiempo perdido por parte del profesional, lo que se traduce en recursos públicos mal utilizados, despilfarrados por parte del usuario.  Mirándolo en profundidad, incumplir una cita es, de cierta manera, un acto de deshonestidad. Nuestra natural indignación frente a la corrupción rampante en las tres ramas del poder público podría ser perfectamente extensiva frente al mal uso que damos en ocasiones a los dineros que son de todos. Al señalar con el dedo índice, es probable que tres dedos nos estén señalando a nosotros mismos.

Parece exagerado, pero seiscientas ochenta y una citas incumplidas traducidas a dinero contante y sonante, no son para nada números insignificantes.

Además de lo anterior, la cita incumplida pudo haber sido utilizada por otro usuario que requería también una cita oportuna y tal vez con mayor urgencia.

Lo segundo es indagar acerca de la causa. Nunca encontraremos cómo resolver un problema puntual o recurrente si no buscamos en el origen del mismo. Pues bien, la experiencia nos muestra que más del 90% de los casos se dan por olvido de la cita, de la fecha o de la hora;en segundo lugar, los estudiantes refieren haber incumplido por la coincidencia con un compromiso que ellos consideran de mayor relevancia, tal vez una clase, un quiz, una reunión, etc.; en contados casos quisieron ser atendidos por otro profesional, pero no se decidieron a solicitar el cambio; y, en menor cantidad, aparecen causas atribuibles a una falla en el servicio de asignación de citas de la IPS o de Bienestar Universitario.

El trasfondo de todo nos muestra una evidente falta de organización del horario y del cronograma de las actividades diarias. Aprender desde ya a agendarse y a ponerlo por escrito, nos ayuda sobremanera a superar nuestra falta de orden y de memoria.  La multiplicidad de actividades y compromisos, amén del alud de distractores, nos convierten involuntariamente en incumplidos consuetudinarios.

La bondad y efectividad de esta disciplina, se reflejará inevitablemente en la vida profesional.  El exigente mercado laboral, donde cada vez existe más plétora profesional, menor oferta de empleo y mayor demanda por parte de los nuevos egresados, exige competencias que tal vez en otros tiempos eran más prescindibles. Llegar un minuto tarde a una entrevista de trabajo puede marcar una gran diferencia con otros aspirantes a un cargo. Así de sencillo. No es gratuito ni producto del azar el hecho de que Corea, en 1950, tuviese un PIB y un IPC que correspondía a la cuarta parte de los mismos indicadores de la Colombia de entonces. Sesenta años más tarde las cifras se invirtieron en comparación con la actual Corea del Sur, por supuesto.  ¿Milagro de tigre asiático? ¿Mejores recursos naturales? ¿Neuronas de mayor calidad?  Absolutamente no.  El prodigio tiene un nombre: disciplina.

El tercer aspecto para analizar está mediado por las consecuencias. Todos nuestros actos, independientemente de una valoración moral o ética, tienen consecuencias. Toda causa conlleva un efecto. Pues bien, es evidente que el análisis cuantitativo de las citas incumplidas por parte de quienes tienen una mirada más economicista, más presupuestal, tarde que temprano llevará a tomar medidas mediante argumentos como “lo que no se utiliza o se utiliza mal, es porque no se necesita”. Argumento que –además— encaja perfectamente con una innegablemente pobre sostenibilidad fiscal de todos los entes públicos.Undécimo mandamiento: no dar papaya, dice la sabiduría popular; hacer un buen uso de los servicios, ejercer nuestros derechos de manera responsable y adecuada, es reafirmarles en su condición de esenciales y fundamentales. Es impedir que –por irresponsabilidad nuestra— perdamos logros duramente obtenidos. Nada logramos endilgándole a los demás la culpa por nuestras propias desgracias.

Hacer un buen uso de los servicios en salud es, además, otra forma de ejercer la ciudadanía y de ser conscientes de nuestro autocuidado como personas adultas. Lo contrario, me atrevería a decir, es una suerte de infantilismo ciudadano, que perpetuará una situación de subdesarrollo a la que, inútilmente, se le buscan otras causas.

Nota

Este es el espacio de opinión del Portal Universitario, destinado a columnistas que voluntariamente expresan sus posturas sobre temáticas elegidas por ellos mismos.  Las opiniones aquí expresadas pertenecen exclusivamente a los autores y no reflejan una opinión o posición institucional de la Universidad de Antioquia.