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Vida

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UdeA Noticias
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Vida

Historias tejidas en medio de la guerra

27/05/2016
Por: Juan Diego Restrepo Toro – UdeA Noticias

La vida que se teje, una exposición que reúne el trabajo de quienes tejen por la memoria y la vida, permite apreciar los tejidos como estrategias para la construcción de paz y la reconciliación. Una iniciativa desde la salud mental colectiva, liderada por docentes de la UdeA, entre otras personas y grupos. 

 

Fotos: Juan Diego Restrepo Toro.

Aunque la vida se haya teñido con la sangre de la guerra, todo no ha sido tristeza para las personas que tejen relatos por la memoria: mujeres, algunos hombres, víctimas directas, hijos o familiares de desaparecidos, campesinos, amas de casa, activistas, asociaciones políticas, artistas y otros participantes de la exposición La vida que se teje, que reúne 85 tejidos testimoniales exhibidos en la Casa del Encuentro del Museo de Antioquia y en el Museo Casa de la Memoria desde el 11 de mayo hasta el 10 de julio de 2016.

Si bien estos tejidos narran la violencia, van más allá, pues en medio de la guerra también se viven los afectos, los sueños, el trabajo, el amor y otros aspectos de la cotidianidad. “No hay un solo relato del sufrimiento y de la guerra, hay múltiples historias”, explicó Beatriz Arias, tejedora, curadora de la exposición y profesora de la Facultad de Enfermería. “Más allá de las denuncias, estos tejidos nos hablan de personas, sobre todo mujeres, que a pesar de vivir cosas muy duras, siguen con sus trayectorias de vida”. 

Beatriz Arias expuso el caso de una desplazada del municipio de San Rafael que plasmó en un tejido su llegada a la comuna 13 en Medellín, donde sufrió la violencia urbana, marcada por el proceso de desaparición de personas en La Escombrera, tal vez una de las fosas comunes más grandes de Colombia. “Es un ejemplo de cómo hacerse sujeto político con el tejido. Más allá de una expresión estética, los tejidos tienen una potencia política y estas mujeres la asumen desde un oficio que ha sido considerado como menor, incluso que no ha sido considerado como arte, pero que puesto en un museo adquiere otro nivel”. 

Además de la exposición La vida que se teje, también se llevó a cabo el primer Festival audiovisual Memorias y Tejidos de América Latina y el primer Encuentro latinoamericano de tejedoras por la memoria y la vida, eventos que en conjunto permitieron consolidar la Red de tejedoras, una iniciativa que permita el diálogo entre quienes se dedican a esta labor y a la que se integraron personas y colectivos de Colombia y América Latina. 

“Fue muy gratificante, llegaron grupos que no conocíamos, por ejemplo el costurero literario de EPM o participantes de Cuenca, Ecuador. Es una manera de reconocer el trabajo de otros nodos y de soñar con hacer cosas conjuntas, y así expandir la Red de Tejedoras por la memoria y la vida”, agregó Beatriz Arias, quien se ha dedicado a la labor de tejer y coser desde que era una niña, y que a partir de su trabajo de doctorado "Violencia, Resistencia, Subjetividad: (Des)tejer y tejer la salud mental. Estudio de caso, municipio de San Francisco, oriente antioqueño, Colombia, 2010-2013", ha abordado la temática desde la salud mental colectiva. 

Por su parte, el Festival audiovisual tuvo la intención de mostrar lo que hay detrás del proceso de elaboración de un tejido: “trabajo, risas, llantos, manos, sueños e historias; es mostrar con los videos que los tejidos no son piezas de museo muertas”, indicó Beatriz Arias. Allí participaron producciones audiovisuales de Colombia, Chile, Bolivia, Estados Unidos y México. 

El tejido como acto político

A través de la exploración con técnicas y materiales, los tejedores encuentran una voz política y social, de manera que en La vida que se teje se abordan distintas maneras de narrar, desde los noviazgos en medio del conflicto armado hasta la cultura de la caña panelera. Para reconocer los distintos contextos de creación la exposición incluyó cuatro ejes: vida cotidiana; memorias del dolor, la dignidad y la resistencia; movilización social y trayectorias de vida.

En el tejido de doña Isabelina, una mujer de Nariño, Antioquia, otro municipio golpeado por la guerra, se relata su noviazgo con quien hoy es su esposo, ella recreó su matrimonio como una historia importante, aún en medio de la guerra. De otro lado, uno de los pocos hombres participantes se tejió a si mismo arrodillado, entregándole flores a una mujer, en un retrato de lo que fue su noviazgo en el municipio de Argelia, Antioquia.

En otro paredón se encuentran las memorias del sufrimiento y de la guerra, donde aparecen tejidas las historias de la esclavitud, la muerte, el despojo o la denuncia del desaparecido, a través de tejidos o de esculturas de tela que materializan las memorias de los familiares desaparecidos.

Estas historias contadas desde distintas perspectivas, desde “abajo” si se quiere, cobran fuerza en un momento en que la recuperación de la memoria, de cara al posconflicto, permita comprender lo que nos ha sucedido, “reconociendo no solo el dolor y el sufrimiento, sino las iniciativas de paz y resistencias no violentas que han surgido en los territorios en medio del conflicto armado como aprendizajes significativos para transitar el camino hacia una construcción de paz”, según se justifica en la presentación de La vida que se teje, una exposición que cuenta con la curaduría de Roberta Bacic, Isabel González y Beatriz Arias, y la museografía de Yesenia Rodríguez y Eliana Beltrán. Un proyecto de la Universidad de Antioquia, el Museo de Antioquia, la Asociación Campesina de Antioquia, Conflict Textiles y el Museo Casa de la Memoria – Alcaldía de Medellín. 

Entre estos relatos está La cogida de café, un tejido de Francy Ney Benítez, campesina del corregimiento de Nutibara, municipio de Frontino, Antioquia, quien da cuenta de la cotidianidad y la precariedad de la economía del café. Allí cuenta cómo se involucró en la rutina cafetera con el fin de comprarse una cama con colchón. 

La cogida de café

Tejido y relato de Francy Ney Benítez.

En el año 2015 me tracé la meta de comprarme una cama con su respectivo colchón con los jornales que me pagaran en plena cosecha cafetera. Me levantaba entre la 3:00 y 3:30 de la mañana, de lunes a viernes, para poder despacharme, dejar comida para mis tres hijas y me iba para la vereda Curadientes, donde llegó por primera vez la madre Laura Montoya, el 20 de febrero de 1916.

Salía de mi casa a las 5:30 a.m. para poder llegar al lugar de trabajo a las 6:00, pero desayunaba tipo 9:00 a.m. y no almorzaba, sino que tomaba agua con jugo de naranja para poder salir media hora antes de lo acordado con el patrón. Comencé a trabajar cogiendo café al kilo pero no me estaban dando las cuentas y opté por trabajar más bien al día. 

Una vez se largó un aguacero y nos tocó salir corriendo a todos los trabajadores para una choza de indígenas que quedaba cerca del corte de café, en donde vivía Teresa y su esposo, José Miguel. Estos indígenas viven solos y se sostienen de ventas de piñas y de naranjas. 

Tuve un tropiezo con el patrón porque el hombre era muy exigente con los regueros de café verde en el suelo y ordenaba que había que recogerlo muy bien para evitar la propagación de la broca al café. Me llamó la atención porque vio unos granos de café maduro en un palo y resulta que ese surco no era el que llevaba yo, sino que lo llevaba la hija del patrón y me gane el llamado de atención.

Un vecino del patrón me dijo que si le podía colaborar dos días cogiendo un café que tenía muy maduro y que había que cogerlo con mucho cuidado por lo que estaba florecido, porque esa era la próxima cosecha para el siguiente año. Resulta, sucede y acontece que comencé a trabajar y me encontré con la sorpresa de que la que mandaba era la esposa del señor. Un día me contestó de manera grosera que para eso me pagaban, para que hiciera las cosas bien hechas. 

Un tío me había buscado para que le ayudara cogiendo café pero le había dicho que no porque como ya estaba comprometida con el otro señor que me dejo sin trabajo… entonces me decidí. Era en una vereda llamada La Campiña, el primer día llegué muy cansada al trabajo porque este quedaba en una parte muy alta pero allí hice muy buenas amistades. Esos palos parecían unos gallineros porque estaban muy altos: una señora evangélica que se encontraba trabajando se cayó y salió rodando, por suerte no le pasó nada y se levantó del piso riéndose, y todos nos toteamos de la risa. Al día siguiente un trabajador se encontró una serpiente en un palo de café, la cual nos hizo correr del susto a mí y a mis compañeros. Quedé muy paniquiada y le dije al tío que no volvía a trabajar porque les tengo mucha fobia a las serpientes. 

Al fin la meta que tenía trazada no la alcancé porque no seguí trabajando y no me pude comprar ni la cama ni el colchón. 

Galería fotográfica

La vida que se teje

 

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