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Ciencia

Red de conocimiento global para cuidar los arroyos

25/07/2016
Por: Valentina Restrepo – Vicerrectoría de Investigación

Los bosques secos del país experimentan constantemente el aumento de la temperatura y la falta de lluvias pero su estado no preocupa tanto como cuando estos fenómenos ocurren en las ciudades. Sin embargo, el grupo ELICE de la UdeA estudia algunos arroyos en este tipo de bosques y su impacto en la estabilidad de los ecosistemas.

El grupo de investigación Ecología Lótica: islas, costas y estuarios –ELICE– de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales, liderado por el profesor Juan Felipe Blanco del Instituto de Biología, inició en el año 2011 una investigación en los arroyos intermitentes y efímeros de algunos bosques secos del Caribe colombiano en los departamentos de Sucre y Bolívar, para analizar a partir de la hojarasca que cae la situación de estos cuerpos de agua y su papel en el ciclo global del carbono.

El objetivo inicial de la investigación fue estudiar el estado de conservación de los arroyos, la funcionalidad ecosistémica y los lineamientos para restaurarlos a un estado ecológicamente aceptable; pues las condiciones con extensos periodos de sequía, la constante interacción de las personas y el uso ganadero de las tierras ha modificado a través del tiempo la estabilidad y normalidad de los arroyos de bosques secos, marcados estacionalmente por periodos de lluvia y sequía, con un ecosistema cambiante a partir de sus formas acuática y terrestre.

Hace un año el equipo de ELICE, en su búsqueda para contextualizar mejor los resultados de su investigación, encontró la convocatoria para hacer parte de una red global en Twitter con la etiqueta #1000irp, que hace referencia al objetivo de articular mil arroyos o ríos intermitentes de diferentes partes del mundo para estudiar su contribución al calentamiento global. El trabajo se enfoca en zonas áridas como Estados Unidos, Nueva Zelanda, el Mediterráneo y Australia, que pasan por situaciones similares a las del Caribe colombiano. La red completó la etapa de recepción de información y muestras de hojarasca y sedimentos; el paso a seguir es analizar su funcionamiento en experimentos de laboratorio. 

ELICE en un principio solo recolectaba muestras de hojarasca, que contiene frutos, hojas, madera y otros elementos que caen al cauce, pero al integrarse al proyecto 1000 ríos (IRP), incluyeron también muestras del suelo; “esto nos obligó a pensar el arroyo desde el lecho, algo que normalmente en los ríos no se considera porque se cree que lo importante es la superficie, el agua; pero en este caso al estar el suelo expuesto, interactúa con el aire y ahí radica su importancia”, agrega el profesor Juan Felipe Blanco.

Adicionalmente, el instituto Alexander Von Humboldt, que promueve investigaciones sobre la conservación y sostenibilidad de la biodiversidad, invitó a los investigadores del grupo a participar en la edición del libro Cuencas pericontinentales de Colombia. “Con este proyecto fuimos capaces de impactar también una comunidad y de crear una nueva línea de trabajo en los arroyos de bosque seco, cuando esa planicie costera quedaba huérfana científicamente y sin acciones de protección y conservación”, agregó Juan Felipe Blanco.  

El profesor Blanco explica que existen varios tipos de fuentes naturales de agua en la región: los ríos permanentes tienen agua todo el año; los arroyos intermitentes tienen un periodo de aguas altas y otro de aguas bajas; y están los arroyos efímeros que dependen de las lluvias torrenciales para contener agua, y pasan gran parte del año parcial o completamente secos hasta la llegada de una nueva lluvia. 

Una problemática del ecosistema se da por las condiciones climáticas e hídricas de Sucre, que han obligado culturalmente a los ganaderos a construir unos estanques llamados jagüeyes para almacenar agua en sus potreros. Estos acumulan el agua de las lluvias y represan los arroyos pequeños “cambiando las dinámicas de los ríos y arroyos estacionales del Caribe, pues los ríos donde desembocan están recibiendo menos agua, de manera que se pierde una función importante”, afirma Andrea Arroyave, estudiante del grupo ELICE.  

Pero estos jagüeyes, como lo dice el profesor Juan Felipe Blanco, “se han convertido en nuevos ecosistemas, repositorios de vida que pueden tener algunos peces nativos, exóticos y reptiles que en busca de agua crean una nueva condición en las zonas”, que han estado presentes por décadas y por esto pensar en destruirlos sería un desacierto. Por otro lado, en el norte de Bolívar existen menos jagüeyes por la implementación en los años sesenta de un distrito de riego de dos embalses: El Playón y Matuya, convertidos en ecosistemas constantes.

Otra situación importante que afecta a estos arroyos es la interacción directa con el hombre en las riberas. Dado que muchas personas dependen de la ganadería y los cultivos, estas actividades representan una intervención en la vegetación de la ribera donde humanos y ganado alteran el ecosistema de los arroyos en aguas altas, dejando desprotegido el caudal o modificando constantemente la sedimentación del río; y en época de sequía, utilizando los arroyos como carreteras, lo que destruye la ribera y el cauce natural.

Además, donde las comunidades dependen directamente del caudal para sus necesidades de aseo y alimentación, se nota un deterioro ambiental por la acumulación de basuras, desechos y gasolina, inclusive las pocas piscinas de agua que sobreviven entre la suciedad son utilizadas por los niños y los animales de granja. Para Andrea Arroyave y Juan Felipe Blanco existe un problema de educación y un abandono estatal, político y económico, pues “no hay campañas fuertes sobre la conservación, el uso y el cuidado del agua, no existe el autocuidado y hay un fenómeno de desplazamiento muy grande”, comenta el profesor Blanco.

“Han pasado por el laboratorio toneladas de hojarasca que pueden tener un 20% de carbono, eso significa que toneladas de CO2 han llegado a los arroyos desde las riberas en dos años”, cuenta el profesor Juan Felipe. Esta situación de la producción del carbono aumenta en los arroyos secos y sin ribera arborizada, pues el agua tiene una importante función de fragmentar y lavar el CO2. Es importante como dice Andrea Arroyave, tener en cuenta que “los bosques secos pierden las hojas para minimizar la desecación cuando la temperatura es muy alta, y cuando vienen las lluvias vuelven otra vez a reverdecer, por eso es que hay tanta acumulación de hojarasca en el lecho de los arroyos”.

Eliana Contreras, estudiante de maestría en Biología, analiza las propiedades nutritivas que tiene la hojarasca para los diferentes animales que habitan los arroyos y el suelo de sus riberas, donde se acopla el ecosistema acuático y terrestre; por ello es importante tener en cuenta no solo las especies nativas, sino la calidad nutricional de sus hojas a la hora de reforestar las riberas de los arroyos de bosque seco, porque cuando se reforesta con especies que no pierden sus hojas, los árboles fácilmente se pueden morir por no aguantar el estrés hídrico, es decir, la desecación, y el arroyo queda sin cobertura, sin la sombra que protege la adecuada temperatura para las piscinas de agua. 

A lo largo de los cuatro años de investigar algunos arroyos del Caribe colombiano, por el proyecto han pasado tres estudiantes de pregrado, dos estudiantes de maestría y una estudiante de doctorado. Angie Marbello, del pregrado en Biología y pasante, es actualmente la única que organiza y clasifica las muestras de hojarasca que llegan al laboratorio cada mes. El profesor Juan Felipe Blanco resalta que “este ha sido un proyecto que dio la oportunidad de formar mucha gente, que fue inclusive más allá del tiempo y los objetivos planteados al inicio”.

 

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