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UdeA Noticias
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Sociedad

¿Cómo funciona el estigma de las drogas?

05/02/2018
Por: Juan Diego Restrepo Toro – UdeA Noticias

Por su innovadora investigación sobre la estigmatización de las personas que usan drogas por parte de quienes diseñan políticas públicas, a Andrés Felipe Tirado le otorgaron la distinción Magna Cum Laude al presentar su tesis en el doctorado en Salud Pública. 

“No solo las personas que consumen drogas tienen temor de ser estigmatizadas y se ocultan, los tomadores de decisiones formulan las políticas públicas desde el estigma, y muchos de ellos tienen temor a ser catalogados como promotores del consumo”, dice Andrés Felipe Tirado sobre su investigación, que recibió la máxima distinción por su giro en la mirada a la hora de pensar en que quienes formulan las políticas no son personas neutras, “o asépticas”.

A través de la investigación cualitativa, Andrés Tirado entrevistó a personas que han trabajado en la formulación de políticas públicas en los niveles nacional, regional y local. Quería indagar cómo los tomadores de decisiones ven a las personas que usan drogas, cómo se ven a ellos mismos y cómo ven las políticas públicas en Colombia y en el mundo. Tirado es egresado del programa de Enfermería de la Universidad de Antioquia y magíster en Epidemiología del CES. Con su trabajo, “Significado del estigma sobre el consumo de drogas ilegales y su influencia en la formulación de políticas públicas de reducción de la demanda en Colombia”, terminó el doctorado en Salud Pública.

Su foco estuvo en políticas públicas de la reducción de la demanda de drogas, es decir, las que tienen que ver con disminuir el consumo, dejando de lado el análisis sobre las políticas de reducción de la oferta, aquellas que tienen que ver con la producción, el narcotráfico o la comercialización. El estudio no indagó por el consumo de drogas legales, tabaco o alcohol, ni por el consumo en personas menores de 18 años. 

“Son drogadictos y nada más”

Para Andrés Tirado no es lo mismo hablar de un consumidor de drogas, de un drogadicto o de una persona que usa drogas. “Yo hablo de personas que usan drogas para resaltar el sujeto en la oración, hablo de personas con los mismos derechos tuyos y míos; no es solo un consumidor y no es solo un adicto”. El sociólogo canadiense Erving Goffman define el estigma como una etiqueta negativa que se le asigna a una persona y a partir de ella, son juzgadas y discriminadas. 

“Si te pongo la etiqueta de drogadicto, entonces no te reconozco como un profesional, un ciudadano o un buen amigo, sino como un drogadicto y nada más. El estigma borra todo resto de la humanidad de las personas”, señala Andrés Tirado. 

Autores más recientes que Goffman, como Bruce G. Link y Jo C. Phelan, han identificado cinco etapas en el proceso de estigmatización: primero hay un etiquetamiento de las personas, después se crea un estereotipo social, luego hay una separación entre quienes tienen la etiqueta y los que no; la cuarta etapa es la discriminación y la quinta es la relación desigual del poder entre quien estigmatiza y quien es estigmatizado.  

En nuestra sociedad, el estigma sobre las personas que usan drogas está relacionado con la historia del país y del continente. Colombia ha librado una guerra contra las drogas en los últimos 50 años y ha dejado de ser un país únicamente productor para convertirse en consumidor, lo cual ha instalado en el imaginario colectivo una relación entre las drogas ilegales con todo lo negativo que hay en la sociedad: la enfermedad, la muerte, la degradación, el delito o el vivir en las calles.

Todo esto es reforzado por figuras públicas y por los medios de comunicación, con campañas como “las drogas pueden cambiar tus planes”, (aunque cualquier cosa podría cambiar tus planes, por ejemplo ser víctima de un accidente de tránsito por parte de alguien en estado de embriaguez), y piezas comunicativas en las que se muestran las imágenes más degradantes de las personas que usan las drogas. Por su parte, las figuras públicas importantes hablan de “acabar con el flagelo” o con el “el demonio de las drogas”.

“Cuando se refuerza ese imaginario negativo de las drogas como el gran enemigo, el discurso se vuelve legítimo entre la sociedad, todo el mundo lo cree y así se crea el estigma social”, expone Andrés Tirado. 

Lo mismo sucede a nivel global. Por ejemplo, la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito, UNODC por sus cifras en inglés, desde su nombre indica su objetivo de luchar contra las drogas y el crimen organizado. “Ellos formulan las políticas antidrogas de la ONU, pero enfatizan en asociarlo con el delito. Sin embargo, las drogas por sí solas no hacen nada; la matica, la pastilla o la cocaína solas, no hacen nada; el problema es la relación de los sujetos con las sustancias”, apunta Tirado. 

¿Problema o fenómeno?

Según Andrés Tirado no se deben desconocer los efectos del consumo de drogas en las personas, por eso la investigación no es una incitación directa al consumo de las sustancias. “Cuando en las políticas públicas se refieren a las drogas como un problema, se debe atacar; pero si lo vemos como un fenómeno, lo podemos comprender e intervenirlo de maneras diferentes”.

De acuerdo con el Informe Mundial sobre las Drogas 2015, la población mundial entre 15 y 64 años es de aproximadamente 4 mil millones; alrededor de 95% nunca han consumido drogas; el 5% lo han hecho el último año y solo el 0,6% de ese grupo etario tiene un uso problemático de drogas.

"Esta última es una proporción pequeña, pero sobre ella se legisla”, explica Andrés Tirado, “según el decálogo de patología dual, solamente el 10% de las personas que consumen drogas tienen un riesgo real de volverse adicto. De hecho son más perjudiciales las drogas legales que las ilegales, la Organización Mundial de la Salud, OMS, dice que las muertes asociadas al consumo de alcohol y de tabaco son más altas que por consumo de otras drogas”. 

Para no ser estigmatizadas, las personas que consumen drogas se ocultan y al hacerlo, se vuelven invisibles para el sistema de salud y dejan de acceder a derechos como empleo, educación o trabajo.

Los políticos y sus máscaras

Según los resultados, los políticos y tomadores de decisiones también tienen temor a ser estigmatizados como promotores del consumo si llegan a hablar en términos positivos de las personas que usan drogas.

En el debate de propuestas de reducción de daño, como por ejemplo proveer jeringas para disminuir las infecciones en consumidores de heroína, “los políticos me decían: es que yo no puedo hablar de esto abiertamente, está en juego mi nombre, mi reputación, me van a ver como que estoy promoviendo esto; mejor lo manejo con bajo perfil, o me enfoco en otras prioridades que tiene el país como epidemias o desastres naturales”, cuenta Andrés Tirado. 

Los políticos tienen una fachada, una doble cara, porque su imagen está relacionada con el apoyo que tenga del electorado. “Si desde el imaginario social, las drogas son malas, entonces me voy a poner en una postura de atacar las drogas. Para los delincuentes, la cárcel; para los adictos, el tratamiento”, agrega Andrés Tirado y explica que no existe una política de Estado, sino políticas de gobierno desarticuladas, en las que se termina medicalizando la condición humana y “enfermando a todo el mundo”.

Lo paradójico es que aunque en Colombia se despenalizó la dosis personal, no se despenalizó el porte y la única manera de acceder a las drogas es a través del mercado ilegal. Las políticas antidrogas se enfocan en el objetivo grande de dejar de consumir, pero se olvidan de los objetivos medianos como poder estudiar, trabajar o vivir una vida tranquila. Y aunque la Ley de Salud Mental dice que las personas que consumen drogas tienen derecho a un tratamiento integral, esto no se cumple. 

En palabras de Andrés Tirado, otro político le dijo: “el poder de los diarios es fuerte, los más tradicionales están controlados por los empresarios y por la Iglesia católica, que es muy influyente, y cuando uno está en esos roles hay que pensar en lo que quieren los distintos sectores, en lo que quiere la junta directiva de la ciudad, que son sus concejales, y decisiones sobre un cambio en las políticas de drogas tienen un costo político, ¿vale la pena correr ese riesgo?”.

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