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Lo que cuentan las palabras

13/09/2019
Por: Judith Nieto López, profesora Escuela de Microbiología UdeA

« ...Extraño origen, esencia y destino tienen las palabras, tantas cargadas de vitalidad y transformadas por los escritores, quienes desde su vocación de lectores excepcionales persisten en ellas; para retenerlas en la noche insomne,... »

En tiempos de libros, ¿por qué no hablar de las palabras? Ese misterio del que tantos se han ocupado: surgen del alfabeto, “modelo de toda combinatoria de unidades mínimas”, como se lee en Ítalo Calvino; esa gran maquinaria capaz de reproducir un texto infinito con un número finito de elementos —según paráfrasis de Umberto Eco—.

Sí, de ahí proceden las palabras, del abecedario, herramienta antigua y en constante actualización, obra de la producción permanente de nuevos textos. Tarea adelantada ya desde tiempo antiguo, heredada en su forma oral del legendario Homero y conservada hasta nuestros días.

Larga es la historia que cuentan las palabras: las que se dejan leer, las que se pueden pensar, las que se logran interpretar; las que convidan a revisar qué hay además de lo que dicen; es una manera de hacerse testigo de lo no mencionado en una sociedad, máxime cuando no todos se encargan de tal labor.

Solo algunos lo hacen; entre ellos, los  pensadores y los escritores, cuya condición otorgada por la vida —no necesariamente por la publicación— les posibilita, además de contar, acercar el sentido de lo que los rodea, de esa hechura del mundo y de las comunidades siempre difíciles de entender, aunque abiertos a ser estudiados  y pensados en procura de comprender su verdadera razón de ser, visible en el contenido ominoso o glorioso de estas.

Pero también hay sustancia de recuerdo en las palabras, obra de aquellas que permanecen en el sonido, de las que se pronuncian y de las que se leen; en ellas rezuma la memoria con sus huellas, con sus pasos de tiempo desandado, con eso que convida a volver la mirada, pues atrás ha quedado la señal lograda por la acción y esencia de las palabras, cuya envoltura común, resuelta en el oficio de nombrar, puede ser atropellada, por ejemplo, por una pasión sin límites.

Así, y como si se tratara de una misión que se les ha concedido, las palabras a veces nombran, a veces invocan; otras reclaman; otras cantan; otras nombran al amor y al desamor, a la pobreza, a la mala vida, a la culpa y al remordimiento. Pero también están las que cuentan del tiempo que huye, de la vida que lo persigue y de la muerte que un día llega.

Imposible prescindir de las palabras: de las que redimen y, como sucede hoy casi de manera generalizada, de las que ofenden con pretensión de castigo, pues con todos los tonos pueden las palabras. Es lo que las torna misteriosas por obra del movimiento de los labios o de la mano que se empuña para escribirlas, para volverlas verbo hecho soplo venido de la carne.

Extraño origen, esencia y destino tienen las palabras, tantas cargadas de vitalidad y transformadas por los escritores, quienes desde su vocación de lectores excepcionales persisten en ellas; para retenerlas en la noche insomne, en el párpado en su movimiento lejano; para impedir su huida, hoy y en medio de tantas cosas destinadas a perecer.


Nota

Este es el espacio de opinión del Portal Universitario, destinado a columnistas que voluntariamente expresan sus posturas sobre temáticas elegidas por ellos mismos. Las opiniones aquí expresadas pertenecen exclusivamente a los autores y no reflejan una opinión o posición institucional de la Universidad de Antioquia.

                                              

 

 

 

 

 
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