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Opinión

Deuda de sangre

23/08/2017
Por: Adrián Restrepo Parra, profesor Instituto de Estudios Políticos UdeA

"...Des-armar los espíritus y resarcir las heridas morales de buena parte de la población afectada por la guerra es una necesidad para que hechos violentos como los de Ituango dejen de ocurrir allí y en las distintas regiones del país".

A primera hora del día 14 de agosto de este año, cerca de la zona veredal de concentración instalada en Ituango, asesinaron a un excombatiente de las FARC, quien había sido el jefe de las milicias del Frente 18.

Ese mismo día, por azar o por premeditación, este acto violento “coincidió” con dos hechos políticamente importantes, uno del presente y otro del pasado. El presente: el 14 de agosto era el día previo a la terminación de la fase del proceso de paz de las Zonas Veredales Transitorias de Normalización, lo que implica la dejación de las armas y el paso de los excombatientes a lo comúnmente entendido como reinserción o vida civil.

Y el pasado: en esa misma fecha, pero del año 2008, la gente de Ituango fue sacudida violentamente por la detonación de una carga explosiva en el casco urbano que dejó siete personas muertas y 51 heridas. Entre los muertos estaban dos jóvenes de 18 años, uno de 17 y otro de 15 años. Por este hecho fue condenado a 60 años de prisión el miliciano del Frente 18 de las FARC alias “Pájaro”, un joven que, para  el momento del ataque, tenía 19 años de edad.

De acuerdo con los medios de comunicación, el asesinato del excombatiente de la guerrilla, ocurrido el 14 de agosto, incidió en los habitantes del municipio para considerar que hechos violentos como ese representan para el avance de la paz “un mensaje muy claro y fatal”. La situación de Ituango permite especular que, sin descartar la posibilidad de una mera coincidencia entre los tres hechos que tuvieron lugar un 14 de agosto, “el mensaje claro” dejado por acontecimientos violentos como el asesinato del excombatiente sería entonces que no habrá ni perdón ni olvido para los autores de una parte de los actos violentos que han teñido con sangre la historia de este municipio del Norte de Antioquia.

De ser así, habría que incluir a la venganza entre los riesgos que acechan el proceso de paz tanto en Ituango como en el resto del país. Vida por vida, ojo por ojo, para satisfacer el agravio ocasionado por daños recibidos durante el desarrollo de una guerra que muchos no decidieron pelear, pero que finalmente los involucró al arrancarles seres amados. Si “tomar justicia por la propia mano” es efectivamente uno de los móviles de las muertes de los excombatientes, el Estado colombiano está en mora de actuar para dar con los responsables materiales e intelectuales de los homicidios y también en desplegar acciones que eviten la reiteración de tales actos.

Sin embargo, el sentimiento de la venganza no desfallece porque se pongan mayores obstáculos para evitar la realización de un acto violento por parte de una persona que lo considera justo y por tanto necesario para reparar así la pérdida de lazos personales establecidos con familiares y amigos. La venganza –como plantea Weber- es un asunto personal. Expresa el rencor acumulado en una persona por haber padecido un acto dañoso considerado por ella como imperdonable y que solo puede compensarse con la devolución de un mal por otro mal y de esa manera equilibrar la balanza de la vida.

Esta dimensión personal del resentimiento tiene un riesgo como advierte el teórico de la política Thomas Hobbes: la venganza puede trascender hasta engendrar la guerra. Lo cual resultaría toda una desgracia para un país como Colombia que justamente intenta salir de ella. En circunstancias como estas, el mismo Hobbes considera que la venganza puede conjurarse con el perdón porque “dando garantía del tiempo futuro, deben ser perdonadas las ofensas pasadas de quienes, arrepintiéndose, deseen ser perdonados. En efecto, el perdón no es otra cosa sino garantía de paz” (Leviatán, p. 125).

En aras de un tiempo venidero en paz, los ofendidos tendrían que perdonar siempre y cuando, al decir del autor del Leviatán, aquellos considerados artífices de la ofensa manifiesten el deseo del perdón. Posiblemente algunas personas no estén dispuestas a perdonar a quienes les causaron daño porque tal vez en sus territorios no han recibido dicha petición. Des-armar los espíritus y resarcir las heridas morales de buena parte de la población afectada por la guerra es una necesidad para que hechos violentos como los de Ituango dejen de ocurrir allí y en las distintas regiones del país.


Nota

Este es el espacio de opinión del Portal Universitario, destinado a columnistas que voluntariamente expresan sus posturas sobre temáticas elegidas por ellos mismos.  Las opiniones aquí expresadas pertenecen exclusivamente a los autores y no reflejan una opinión o posición institucional de la Universidad de Antioquia.

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