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Opinión

De la actividad científica basada en la ancestralidad

24/01/2020
Por: Luis Fernando Echeverri López, profesor Instituto de Química UdeA

« ...Aun en contra de nuestra voluntad, el proceso de desarrollar un nuevo medicamento e incluso de validar el uso tradicional es lento, engorroso y costoso, pero es la única manera de garantizar, no solo su efectividad, sino también la seguridad de los pacientes y animales de laboratorio y además no generar falsas expectativas...»

Aun a riesgo de ser descrito como sobrecalificado y de hacer parte de ese ejercito de egos (que incluye la Academia de Ciencias Exactas, agremiaciones de inmunólogos y Facultades de Medicina, entre otros), me permito hacer algunos comentarios al debate reciente sobre la Ministra de Ciencia y Tecnología, basados en un comunicado que envié a mis colegas de la Academia de Ciencias Exactas Capitulo de Antioquia. En primera instancia de sus declaraciones se desprende un hondo desconocimiento de procedimientos éticos, químicos, farmacéuticos y farmacológicos.

Causa una gran desazón por las personas que participaron en sus ensayos, quienes eventualmente abandonaron sus tratamientos y los reemplazaron por otros basados en extractos de desconocida calidad, potencia, homogeneidad y control de calidad. Y cuyo verdadero estado de salud al inicio y al final de los ensayos debió ser evaluado por expertos oncólogos con todas las pruebas y exámenes del caso.

Todo ello supuestamente fundamentado en un hongo de origen asiático, que, según su libre interpretación, es un acervo de nuestra ancestralidad. No sobra mencionar que la etiqueta de tradicional, nativo o exótico le da un valor agregado a su potencial uso y lógicamente a su costo. Trataré de ahondar en este polémico término.

Uno de los aspectos mas conocidos y de mayor uso de la ancestralidad son las medicinas alternativas y de ellas la etnomedicina o etnobotánica. Aunque mucho se valora como un patrimonio de los pueblos, hay que evaluar con mucha precaución la información suministrada por textos antiguos, tradiciones, leyendas, curanderos o la misma radio-bemba. Por otra parte, hay dos tipos de medicina tradicional, la urbana y rural.

Una preocupada por el peso, la calvicie, los calores, las arrugas, el “fitness” y la potencia sexual, y la segunda empeñada en vencer otro tipo de enfermedades con lo que se tiene a mano. Toca pues usar plantas y afines, funcionen o no, pues tampoco hay presencia del estado para una atención adecuada, ni quien avale su efecto, mas allá de la propia supervivencia.

La ancestralidad se enriquece. Tal es el caso del Noni, el jugo más caro del mundo, proveniente del saber tahitiano. Comenzó siendo un inmunopotenciador y terminó recomendado para el tratamiento de las fracturas, derrames cerebrales y obviamente, como potenciador sexual. Y la marihuana, que sólo tiene un par de recomendaciones farmacológica demostradas, pero que hoy es una panacea.

Peor aún, hay reportes de plantas medicinales contra el SIDA o Alzheimer, que solo fueron clínicamente tipificadas hace 30 o 40 años…. un tiempo irrisorio para generar información tradicional seria y firme. Finalmente sería útil conocer cuándo y dónde se acostumbra o se ha reportado usar borojó para tratar la dermatitis, cuando hay supuestas aplicaciones mucho mas placenteras.

También hay múltiples recomendaciones farmacológicas de las plantas medicinales; asi, el hongo (perdón que lo asimile a planta) que ha sido causa parcial del debate de ancestralidad, tienen 15-20 recomendaciones de uso, algunos de la información etnomédica y otros basados en ensayos in vitro y en muy pocos casos, de modelos animales.

Eso sería muy interesante y económico, pero causa mucha aprehensión saber que las moléculas de esos materiales tradicionales (porque las causantes de sus efectos son moléculas, no entes esotéricos) interactúan o tocan simultáneamente al corazón, los riñones, el cerebro, el hígado, los músculos, los pulmones, los nervios etc. Y entonces esa planta pasa al otro extremo, de medicamento a veneno.

La ancestralidad también mata. Se conocen las intoxicaciones y desenlaces fatales con la Fruta Bomba en la Costa Caribe, el Catape en Medellin, el Comfrey en Bélgica y Estados Unidos y los riesgos del Gingko y las goticas de Valeriana para el mal genio. Es deber tener en mente lo relacionado con las florecitas supuestamente antiinflamatorias de caléndula adulteradas con diclofenaco, los embriones de pato cargados de esteroides y el oxígeno líquido oftálmico.

Podría preguntarse por qué razón hay un auge del uso de las plantas medicinales; mas aún, porqué la OMS las mantiene dentro de las opciones farmacológicas. Tengo una teoría. Si, el consumo de plantas medicinales se ha incrementado notablemente, pero los índices de enfermedades como la malaria, la tripanosomiasis, leishmaniasis, esquistosomiasis, dengue, chikunguya, cáncer, Alzheimer, Parkinson, diabetes, hipertensión y obesidad, entre otros, también siguen cuesta arriba, que, en contraposición al uso incremental de las plantas medicinales, deberían disminuir. Evidentemente algo anda mal.

Si ahondamos un poco en el plano local y consultamos el listado (generosamente ampliado) de plantas medicinales oficialmente aceptadas por el INVIMA como tales, se verá que brillan por su ausencia aquellas recomendadas para la tuberculosis, gripe, infartos, y la larga lista mencionada antes. Más de la mitad son recomendadas para problemas digestivos, especialmente la flatulencia, que no es una enfermedad mortal, excepto que uno se encuentre en un ascensor, mal acompañado.

Es decir, estamos consumiendo muchas plantas medicinales, pero para males menores y que simplemente son tisanas. Pero, además, si se busca la ancestralidad de esa larga lista, se notará también que muy pocas son realmente autóctonas o nativas … en el segundo país más rico en biodiversidad vegetal del mundo¡ Y hay cosas oscuras en esas listas, en los tratados de etnobotánica y en la tradición oral. Por ejemplo, cómo se llega a la conclusión de que una planta reduce el colesterol o es activa contra la leucemia, si esto requiere exámenes clínicos.

Algo similar ocurre con la prevención del cáncer. O cuando dicen que una planta es útil para controlar la diabetes, pero no indican sobre cual tipo específicamente. Además, hay recomendaciones críticas: depurador de la sangre (de qué?), diurético (quien dijo que tenemos que vivir orinando?), limpia el hígado (cómo?) etc etc. La ancestralidad pues no es sinónimo de curación, inocuidad y verdad

Confundir los resultados de ensayo in vitro con un ensayo clínico y desconocer los riesgos que implica no curar, sino tal vez intoxicar, es un procedimiento con visos de irresponsabilidad. No hay en este momento ningún producto farmacológico anticanceroso basado en Ganoderma aprobado por el Ministerio de Salud de algún país del mundo; solo en China se considera en un producto como un coadyuvante del tratamiento anticanceroso únicamente. Lo demás son agüitas y extractos comercializados a precio de oro, contra prácticamente todo el espectro de enfermedades habidas y por haber.

Seria fabuloso que se aportaran nuevos medicamentos para una enfermedad tan penosa metabólica, espiritual y económicamente, pero lo mínimo que se debe hacer es emprender el camino científico, para conocer las dosis, la frecuencia de aplicación, la duración del tratamiento y los efectos colaterales. Comprende uno que ante la falta de recursos científicos y farmacológico se opte por dejar de ser agnóstico e incluso que se acuda a todo tipo de tratamientos alternativos, pero ello no justifica que alguien con formación académica suficiente proceda de esta manera.

Aun en contra de nuestra voluntad, el proceso de desarrollar un nuevo medicamento e incluso de validar el uso tradicional, es lento, engorroso y costoso, pero es la única manera de garantizar, no solo su efectividad, sino también la seguridad de los pacientes y animales de laboratorio y además no generar falsas expectativas. Una empresa local, citada por la Ministra, lleva casi 10 años de ensayos y de gastos, para demostrar que un colorante potencialmente aplicable a alimentos no es tóxico, así derive de un producto usado en toda América, precisamente como alimento y como colorante.

Hace parte pues este suceso de nuestra colección de exóticos aportes a la ciencia, como vacunas que no fueron, aguas oxigenadas que no funcionan, extractos de gallinazos contra el cáncer, tierras marcianas inocuas que no existieron y un largo etcétera y de lo cual hemos guardado un desgraciado silencio.

Aplaudo que haya opiniones sólidas y fundamentadas de todo lado y que nosotros, los académicos, intervengamos en ello, pues de alguna manera somos garantes de la fé pública, y de que la verdad prevalezca, en una sociedad que tiene un gran desconocimiento de lo que es la ciencia y como se hace, y que es tan fácilmente influenciable por falsos profetas de la esperanza, mas no de la evidencia.

En fin, esta no es una problemática de color, pobreza, envidia, celos, subdesarrollo, o política, como algunos lo hacen creer. Es un conflicto entre la fé ciega y la racionalidad de la ciencia. Hacerlo como la plantea la ministra, significaría seguir dando por ciertas prácticas ancestrales como el uso de sanguijuelas, los enemas o la ablación del clítoris y fomentando la extinción de los rinocerontes por el uso de su cuerno como regulador sexual. Aunque para algunos el efecto placebo todo lo puede, o bien, creen firmemente que existen los milagros. ¡En algo hay que creer!


Nota

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