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Opinión

Aviso parroquial

20/02/2018
Por: William Fredy Pérez, profesor Instituto de Estudios Políticos, UdeA

"...No se requieren pues “medidas contra la inseguridad”, sino medidas para prevenir; pero para prevenir hurtos; pero hurtos cometidos en una universidad; pero cometidos en una universidad pública; pero en una universidad pública y sin violencia..."

El jueves pasado en la noche, ha de haber sido después de las nueve, una persona ingresó por la ventana que da a mi puesto de trabajo y tomó la Unidad Central de Procesamiento (la CPU) de mi computadora. No hubo violencia. De hecho, las celosías fueron retiradas con cuidado y se encontraron intactas en el mismo lugar de los hechos. Tampoco se forzaron cajones de mi escritorio, ni se perdieron cosas que estaban a la mano: una vela, dos botellas de agua, un insecticida, cinco lapiceros, una docena de libros. También quedaron sobre mi escritorio la pantalla, el teclado, los parlantes, el mouse y los audífonos que estaban fijados al equipo.

Tengo varias interpretaciones sobre los hechos, y de ellas se derivan algunas esperanzas. La primera interpretación es que la universidad (dueña del equipo) y yo (dueño de cien carpetas y mil archivos, y responsable del inventario), hemos sido víctimas de “fuerzas oscuras”. Como son oscuras, pues naturalmente no puedo decir oscuras de qué, de dónde o de quién; pero en cualquier caso puedo suponer que su condición oscura es similar a la finalidad que perseguían o persiguen. Por eso tengo la esperanza, si este es el caso, de que me devuelvan la CPU una vez descubran que la información contenida allí es mucho más oscura que esas fuerzas y su finalidad; es decir que mis archivos no permiten iluminar nada; que las tinieblas persistirán y que solo yo puedo ver la genuina luz que sale de “mis imágenes”, “mis documentos”, mis videos, mi música y mis descargas. 

Si fueron esas fuerzas, me ilusiona pensar que procederán con cuidado, eficientemente, rápidamente. Y que me harán llegar pronto la CPU. Es que, a decir verdad, he quedado algo ciego sin buena parte de mis borradores de tesis, ensayos de artículos, ficheros, bases de datos, programas de cursos, recibos de pago, proyectos de investigación, biblioteca digital, sentencias, leyes, versos por pulir y fotografías familiares. 

La segunda interpretación que tengo sobre los hechos, es que “el golpe” lo ha dado en realidad alguien con muy pocos recursos criminales. Una persona sin intención o sin capacidad de ejercer violencia para obtener lo que pretende. En este caso lo más probable es que la persona que se llevó mi CPU quería eso… una CPU; la que fuera, la que estuviera al alcance, sobre la que no hubiera vigilancia. La quería para personalizar su propio computador o para venderla. 

Por eso mi esperanza ahora es que antes de armar la poderosa PC que tiene en mente, quien se llevó mi memoria se decepcione con esa CPU tan -correlativamente- chichipata: Simple, desactualizada, lenta y, además, fea. Me ilusiona pensar que en un ataque de rabia la destruirá. O, en el peor de los casos, que la venderá. Sueño, eso sí, con que proceda a resetearla antes de recibir los cien mil pesos que le darán por ella (a eso está “el cambio” en el bajo mundo).  Yo sé que esta esperanza es miserable. Pero es que francamente me atormenta pensar que alguien verá mis archivos personales. Sobre todo los borradores de trabajos sin corrección ortográfica.

La tercera interpretación es que alguien quería un archivo mío y suponía que no se lo daría voluntariamente. Mi esperanza en este caso es que, una vez extraiga lo que necesita, me devuelva lo demás; y, por supuesto, que en el futuro esa persona tenga un poco más de confianza. En ella misma y en mí.

Una cuarta interpretación es que la persona o las personas que tomaron la CPU me querían hacer daño. En este caso no hay esperanza de que me devuelvan nada. Pero me hace ilusión pensar que leerán este aviso parroquial y que sabrán que lo lograron. Que me jodieron. Y que ya está. 

No se sabe cuántos eventos así ocurren en esta ni en ninguna otra universidad, pues las universidades solo hablan de estas cosas o solo filtran información a la prensa cuando se requiere justificar alguna medida innovadora, renovar un contrato o establecer una restricción especial. Con todo, entre colegas y estudiantes sí hablamos del asunto, pero también por épocas y con una desinformación y una imprecisión más propia del discurso de cualquier político en campaña que de un académico.  De hecho, no dudamos en nombrar lo que ocurre como inseguridad.

En lo que a mí respecta, debo declarar que lo ocurrido no configura una imprecisable, alarmante, dramática, terrible, invivible, escalofriante y ni siquiera extraordinaria situación de inseguridad. Lo que ocurrió fue el hurto de una CPU a un profesor en unas condiciones específicas. Es decir que, también en lo que a mí respecta, en nombre de este episodio no se justifican medidas de seguridad que -cuando así se las denomina- son naturalmente imprecisables y fácilmente alarmantes, dramáticas, terribles, invivibles, escalofriantes o extraordinarias.

Por supuesto que se requieren medidas. Pero medidas que por lo menos parezcan tomadas en un lugar como este de gente inteligente, crítica y que procura hablar con precisión. Es decir que para casos como el que comento no se trata de tomar medidas para “acabar con la inseguridad”. De una parte, porque ese es un objetivo humanamente inalcanzable, y de otra parte porque los medios que demanda una finalidad así formulada derivan constantemente en el incremento de aquello que dicen combatir. 

No se requieren pues “medidas contra la inseguridad”, sino medidas para prevenir; pero para prevenir hurtos; pero hurtos cometidos en una universidad; pero cometidos en una universidad pública; pero en una universidad pública y sin violencia; pero cometidos sin violencia y sobre aparatos CPU; pero sobre aparatos CPU que se encuentran cerca de ventanas; pero que se encuentran cerca de ventanas por las cuales podrían penetrar personas; pero por las cuales podrían penetrar personas después de las 9:00 pm.  

Aunque nos satisfaga joderlos a ellos también, si se consulta la investigación disponible en criminología es fácil saber que no hay ningún impacto preventivo en la persecución y el encarcelamiento de quien, por ejemplo, se apodera sin violencia de una CPU que está cerca de una ventana en la oficina de un profesor. Aunque nos parezca obvio, también es fácil concluir que la grabación de lo que ocurre día y noche en los puestos de trabajo de los profesores, en el mejor de los casos, apenas permitiría probar la responsabilidad penal de las personas que se apoderaran de una CPU (siempre que no tengan el rostro cubierto, claro está, y siempre que la cámara funcione). Esta incómoda y costosa solución, por lo tanto, finalmente diferiría su eficacia preventiva al sistema penal. Por eso tampoco disuade. 

Igualmente, por más que insistamos en una contención genérica en los puntos de acceso a la universidad, ocurre que en mi ventana no se exige carné a los que entran por ahí, ni se verifica que el número y la foto de su carné coincidan con los de la cédula. Mucho menos a esa hora de la noche. O por más que nos resulte tentador y bastante racional, deberíamos descartar la posibilidad de cerrar definitivamente esa ventana. Un muro en ese agujero no es funcional y la solución resultaría ineficiente si se calcula la productividad que se espera del profesor, en relación con su condición de confinamiento contra una pared. 

Finalmente, por más que se trate de una solución para “ventanas desprotegidas”, no deberíamos confundirnos con “la teoría de las ventanas rotas” y suponer rápidamente que si no aparece mi CPU, van a desaparecer todos los computadores de la universidad, los televisores, los equipos de laboratorio, las motos y los carros. Tampoco conviene llenar de guardias la ciudad universitaria, a menos claro está que estemos interesados en alguna política de empleo. No solo porque una CPU (mejor que la que perdí) cuesta menos que un vigilante privado por mes, sino porque el éxito de las estrategias de mayor presencia policial, persecución y castigo de toda infracción, se desvanece cuando se consultan datos sobre vulneración de derechos. Y el costo de las libertades, aunque no lo parezca, también se pueden medir. 

Pero claro que hay que hacer algo. No digo que ahora mismo puedan decirnos qué hacer los candidatos a una rectoría, al Congreso, a la Presidencia de la República (¡dios nos libre de un discurso que tome mi pobre CPU y la expropie nuevamente para conseguir votos!). No; lo que digo es que hay que hacer algo. Digo que podríamos desplegar nuestra capacidad imaginativa y, por ejemplo… poner unas cuatro varillitas ahí en mi ventana. No se verá tan bonita como ahora, claro, pero puede funcionar. Por lo menos mientras convencemos a quienes cometen hurtos en la universidad de que eso, apoderarse sin permiso de una CPU, es grotesco. O que es de chichipatos o que en cualquier caso se ve muy feo. 

Que da pena hacerlo, así no lo descubran a uno. Que eso no tiene mérito (¡es tan fácil asaltar a alguien o apropiarse de algo en una universidad pública!); que eso no sirve para aprender y que así no se avanza en la profesión (¿una escalada de dos metros?, ¿una CPU de un profesor empleado público?, ¿en la noche?); que no hay valentía en eso (¿cuál riesgo?, ¿qué objetivo?), ni rentabilidad (¿unos miles de pesos?, ¿una persona jodida?). Que aún entre niños traviesos, en fin, es muy difícil explicar el mérito, la valentía, el heroísmo, el aprendizaje o el sentido que tiene arrebatarle a un anciano el carné de la seguridad social.


Nota

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