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Academia Opinión

¿Cómo se relacionan la educación, la paz y la pobreza?

20/11/2018
Por: Elvia María González Agudelo - Decana de la Facultad de Educación de la Universidad de Antioquia

Entre los 17 objetivos de desarrollo sostenible para 2030, la Unesco plantea el fin de la pobreza, la educación de calidad, y la paz, justicia e instituciones sólidas. ¿Cómo se relacionan?

La educación permite introducir a los individuos en los procesos sociales; todos los seres humanos son susceptibles de modificarse, por tanto, pueden ser educados y convivir en sociedad. La educación es una responsabilidad del Estado para garantizar dicha convivencia, por ello en Colombia, según el artículo 1. o de la Constitución, las personas que la integran deben ser demócratas, dignas y solidarias; he ahí los fines de nuestra educación.

Pero, ¿cómo garantiza el Estado la dignidad? Según Kant, la dignidad es todo aquello que trasciende un precio y la trascendencia es la libertad plena; ser autónomo, no deberle nada a nadie para poder decidir en conciencia es la condición humana en sí misma, su esencia: todos somos iguales, nadie es más que alguien. Vivimos en pro del bien común, la solidaridad.

La indignidad, en cambio, empieza con la pobreza. En Colombia, según el Dane, en 2016 había 8 586 000 personas pobres, sin ingresos suficientes, ni educación (aunque por ley es gratuita, hoy hay más de 2.7 millones de analfabetas), salud, calidad de vida (sin electricidad, batería sanitaria, agua potable, suelo, es decir, sin una vivienda digna, en hacinamiento). Tampoco tienen bienestar (ni radio, ni televisión, ni teléfono, ni transporte, ni Internet, ni recreación, ni espacio para los deportes y las artes).

Este panorama de injusticia social es una indigna contingencia de vida, que solo se supera con educación para todos y durante toda la vida. El artículo 67 de la Constitución prescribe que la educación es un derecho de la persona, que busca el acceso al conocimiento, a la ciencia, a la técnica, a la cultura, y a los demás bienes y valores de la cultura. Por eso, la educación debe forjar el respeto a los derechos humanos, a la paz, a la democracia y al ambiente; formar en lo moral, lo intelectual y lo físico, y promover, además de la libre formación, de la singularidad como persona —en palabras de Gadamer, la elaboración histórica de su propia conciencia—, la solidaridad, la convivencia y la dignidad. En un país digno no puede haber pobres.

Pero los ideales teóricos y constitucionales están lejos de la realidad: no todas las niñas y niños están en la escuela (cobertura), ni todas las escuelas son atractivas (calidad). Además, la escuela necesita pensarse con políticas públicas simples que permitan a los infantes dormir, iniciar la jornada escolar después de las 8:00 a. m., pues el sueño mejora la salud mental y física; hacer educación física tres veces a la semana, que es lo mínimo para prevenir en salud; jugar en clase, ya que lo que se aprende jugando no se olvida y en el juego se comparte y se incorpora el cumplimiento de la norma; erradicar las tareas para la casa; posibilitar el desarrollo de las múltiples inteligencias (no todos van a ser matemáticos ni lingüistas); incorporar espacios físicos diversos, dejar atrás los salones rectangulares y los horarios rígidos; provocar una educación basada en proyectos y formar en filosofía, pues la mayoría de los problemas de la humanidad son sobre la existencia humana: ¿quién soy yo?, ¿quién eres tú?, ¿cómo podemos ser un nosotros?, ¿qué vamos a ser en la vida?

Si el Estado cumple con una educación de calidad para todos, seguramente seremos dignos, solidarios y pacíficos.

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