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Opinión

Reconciliación

21/05/2019
Por: Juan David Muñoz Giraldo, estudiante Universidad de Antioquia

« ... La consecuencia de que la reconciliación sea un débil discurso y no un compromiso ha costado muchas vidas, ya son más de 129 excombatientes de las Farc asesinados desde que se suscribió el Acuerdo final, y ni siquiera estas cifras, no de muertos, sino de vidas silenciadas, han logrado despertar la sensibilidad de los colombianos,...»

Cuenta Juan Manuel Santos en su texto, La batalla por la paz, que en medio del proceso de paz le dijo innumerables veces al papa Francisco que visitara Colombia, éste, quizá iluminado por el espíritu santo le aseguró que vendría, pero en el momento que más lo necesitara. Son inescrutables son los designios de la providencia, porque este momento no fue en el periodo más crítico del proceso, ni siquiera en la firma del Acuerdo final, sino en su fase más difícil, es decir, posterior a la firma. Dudo si sea preciso decir: implementación.

Como un evangelista, trajo su buena nueva: «Demos el primer paso a la Reconciliación», el mensaje se imprimió en miles de camisetas, pero incompleto (quizá el único objeto era vender camisetas), «Demos el primer paso»… ahora comprendo por qué la parte más importante fue omitida, la reconciliación es una palabra que, en su sentido laico o religioso, desconocemos los colombianos, además del acto mismo de reconciliar.

Curiosamente, uno de los mensajes más profundos en los últimos meses acerca de la  reconciliación en Colombia, lo hemos recibido de parte de Claude Ashin Thomas, un monje budista Zen que, antes de ser monje, fue un veterano de guerra de Vietnam con estrés postraumático que vivía  en la calles como adicto al alcohol y a las drogas, y antes, un soldado estadounidense que se alistó como voluntario en la guerra de Vietnam y asesinó a cientos, como suele empezar diciendo en sus conferencias: Yo soy un asesino, yo maté mucha gente en la guerra…pero no dice esto para mortificarse, ni darse golpes de pecho a la manera cristiana, ni para librarse de la culpa, pues intentó librarse de ella cuando regresó de la guerra y no lo consiguió, coqueteó con el suicidio pero su vocación era otra, y le llegó de la mano de un monje vietnamita, de una de sus «víctimas», éste fue quien lo inició en el budismo Zen, y le enseñó no solo el sentido de la palabra reconciliación, sino el acto mismo de reconciliar–se.

Thomas dice; yo no trasformé mi vida, mi vida se transformó a través de mis compromisos, y su compromiso ahora es con la paz, por eso, hoy es un monje mendicante y peregrino, que va por el mundo comprometido con la paz. Al observar el proceso de reconciliación en Colombia en el marco del proceso de paz, nos damos cuenta de que la reconciliación es y ha sido ante todo un discurso, no un compromiso, una máxima que se repite sin convicción, sin convencimiento.

La consecuencia de que la reconciliación sea un débil discurso y no un compromiso ha costado muchas vidas, ya son más de 129 excombatientes de las Farc asesinados desde que se suscribió el Acuerdo final, y ni siquiera estas cifras, no de muertos, sino de vidas silenciadas, han logrado despertar la sensibilidad de los colombianos, tuvo que ocurrir el asesinato del pequeño Samuel David Gonzalez, hijo de excombatientes, de apenas diez y siete meses de edad, para que se esbozara una tenue indignación, quizá un trino presidencial condenando el hecho y prometiendo justicia. ¿Por qué vulnerar la candidez e indefensión de un pequeño, de un  hijo de la paz, el símbolo mismo de la esperanza? ¿Por qué esperar que ocurran estos hechos inmisericordes para conmovernos ante la tragedia?, ¿Por qué esperar estos dolores, como diría el poeta,  tan fuertes, tan fuertes, como del odio de Dios? 

Así como ni los cientos de inmigrantes Sirios muertos en el Mediterráneo conmovieron a la unión europea, hasta que el pequeño y frágil cuerpo de un niño de tres años yacía boca abajo en las playas de Turquía, tampoco los cientos de excombatientes asesinados han conmovido a los colombianos, pero más grave aún, parece que tampoco la muerte del pequeño Samuel David, como decía el mensaje que surgió tras hallar el cuerpo del niño sirio; «Ha fracasado la humanidad», vale la pena preguntarnos si como colombianos, en el acto mismo de la reconciliación hemos fracasado.


Nota

Este es el espacio de opinión del Portal Universitario, destinado a columnistas que voluntariamente expresan sus posturas sobre temáticas elegidas por ellos mismos. Las opiniones aquí expresadas pertenecen exclusivamente a los autores y no reflejan una opinión o posición institucional de la Universidad de Antioquia.

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