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Opinión

Cuarenta y siete mujeres

07/07/2020
Por: Judith Nieto López, escritora y profesora Escuela de Microbiología UdeA

«... Los cuarenta y siete feminicidios a los que hago referencia son, en realidad, cuarenta y siete víctimas dueñas de este homenaje cavado con mi letra y las que hoy hago presentes para con horror confirmar ¡cuánto de humanidad hemos perdido en el país!...»

Empiezo a escribir esta columna el 17 de junio del 2020, día y parte de una semana que resume el grado de violencia padecido por más de cuarenta y siete mujeres colombianas.

En esta fecha se conmemoran tres años del atentado al centro comercial Andino de Bogotá, que dejó a tres mujeres muertas, a sus víctimas sin reparar y con investigaciones sin concluir para saber quiénes fueron los responsables de tan ominosa agresión.

Asimismo, en tres días de esta misma semana han ocurrido cuatro feminicidios en Colombia: en Bogotá, el de una madre de 30 años y su pequeña hija de 4; en Neiva, el de una joven de 19 años muerta a causa de los golpes propinados por su pareja, quien además la privó de alimentos y de agua durante varios días; y en Marmato, el de la universitaria de 23 años cuyo cuerpo, con heridas de arma blanca, fue hallado en lejanas aguas del río Cauca.

Era el cuerpo de Daniela Quiñones, quien vivía en Medellín, salvado de la desaparición, un cuerpo de mujer al que devolvieron las aguas de un río, al parecer cansado de recibir tantos muertos de una violencia que no apaga su fuego. Fue el cuerpo al que los movimientos del agua impidieron tornarse invisible, dejarlo sumido en esa forma esencial del desprecio, como lo señala Carolin Emcke en Contra el odio.

¡Sorprende el horror de estos cuadros de crimen en la humanidad de las mujeres! Pero estremece aún más la indiferencia de los gobiernos locales, regionales y nacional, visiblemente ajenos al constante incremento en la cifra de feminicidios, registrada, en su momento, por los informativos colombianos.

Igual de aterradora es la actitud de la sociedad colombiana, que parece haber incorporado a la “nueva normalidad” del aislamiento preventivo contra el covid-19, los crímenes de mujeres, que constantemente tienen como escenario sus propios hogares. Sin más, merece el calificativo de bárbaro un Estado que permite el asesinato de las mujeres.

Todo esto confirma cómo el hogar ha pasado de ser un refugio, a un lugar de peligro y de riesgo constante para muchas mujeres. En la casa familiar, los cuerpos femeninos son agredidos de manera permanente y de diversas formas. También allí, las mujeres se encuentran obligadas  a los encierros y silencios, que históricamente han recaído sobre ellas, a la obediencia de disposiciones culturales sobre el mundo femenino, y a ser objeto de ocultamientos impuestos por un patriarcado imperante aun hoy, paradójicamente en este siglo de avances en derechos y reconocimientos de los otros; potestades que, al parecer, todavía no amparan del todo a la población femenina.

Lo anterior igualmente deja apreciar el acrecentamiento de los feminicidios en tiempos de la emergencia sanitaria actual, y muestra hasta qué punto la adhesión a la “diferencia”, propia del ser femenino, de la mujer, no es para reconocerla ni mantenerla a salvo del peligro y del homicidio atroz, sino para condenarla a la marginación e imposibilitar su lugar en un mundo que se “declara incluyente”, pero que al momento de poner en práctica dicha inclusión, concede a los agresores el poder para abusar, violar, desfigurar los rostros y los cuerpos de niñas y mujeres, quienes tienen que sobrellevar la señal, la cicatriz moral o la discapacidad física ocasionadas por sus victimarios; y en otros casos, la súplica de vida de las víctimas no es escuchada por ninguna autoridad oficial, como el ruego de los cuarenta y siete feminicidios, ocurridos y registrados en la semana del 14 al 20 de junio de 2020, pedido que acabó reducido a humo y pavesa, formas ligeras que apenas dejan recordar sus rostros marcados por el sufrimiento.

Los cuarenta y siete feminicidios a los que hago referencia son, en realidad, cuarenta y siete víctimas dueñas de este homenaje cavado con mi letra y las que hoy hago presentes para con horror confirmar ¡cuánto de humanidad hemos perdido en el país!

A la niña embera, abusada y violada por miembros del Ejército de Colombia


Nota

Este es el espacio de opinión del Portal Universitario, destinado a columnistas que voluntariamente expresan sus posturas sobre temáticas elegidas por ellos mismos. Las opiniones aquí expresadas pertenecen exclusivamente a los autores y no reflejan una opinión o posición institucional de la Universidad de Antioquia.

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