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Academia Cultura

La vorágine, una obra que parece de este tiempo

01/04/2024
Por: Carlos Olimpo Restrepo S. - Periodista

En 1924, la editorial de Cromos, de Bogotá, publicó la novela de José Eustasio Rivera que marcó un cambio en la narrativa nacional y latinoamericana, en la cual la violencia y la selva se tragan seres humanos en conflictos que parecen repetirse hoy con personajes diferentes.


Mapa del Río Putumayo y plantaciones de caucho por Camilo Vallejos Zuñe (1908) y páginas del manuscrito de La Vorágine.

Un funcionario tiene en sus manos un manuscrito de un tal Arturo Cova y lo envía a un ministro colombiano con la solicitud de no publicarlo hasta tener nuevas noticias de los caucheros colombianos en el sur del país, donde la Casa Arana gobierna sin control de las autoridades. Meses o años después, el mismo guardián del texto vuelve a mediar entre las notas que llegan de la selva y el jefe del ministerio para decir que no hay rastro de esa persona y sus acompañantes

El custodio del documento de Cova es José Eustasio Rivera, quien apenas se vislumbra en el prólogo y el epílogo de una de las obras mayores de la literatura colombiana: La vorágine. Pero este es un Rivera ficticio, un suplantador creado por el abogado y escritor huilense del mismo nombre, para dar mayor verosimilitud a su novela, cuya primera edición se publicó en 1924. Ese artificio, que había sido usado antes por otros escritores, sumado a otros elementos narrativos, hicieron de La vorágine un punto de ruptura para la literatura nacional y un referente para las letras latinoamericanas. 

«El elemento autoficcional del autor es muy importante. Rivera crea una serie de estrategias narrativas y discursivas para hacernos creer que todo en este relato novelesco es verdad. Crea documentos como las cartas del comienzo y el final, fotomontajes —en la primera edición de 1924 hay una fotografía de Cova en una hamaca en las barracas de Guaracú y otra imagen de Clemente Silva subido a un árbol de caucho, así como mapas—, estrategias muy novedosas en la literatura colombiana de entonces», indicó Paula Andrea Marín Colorado, profesora del pregrado de Filología Hispánica de la Facultad de Comunicaciones y Filología de la Universidad de Antioquia. 

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Esta investigadora de literatura, edición y lectura resaltó que «Rivera logra que la literatura colombiana, que hasta entonces era muy tradicional, lineal, empiece a ser otra cosa mediante técnicas experimentales de narración y de conjugar distintas capas del discurso; ya la literatura nacional no es solo realista o costumbrista, se abre la posibilidad de recrear y vincular otro tipo de discursos en la narrativa nuestra». 

Al respecto, Óscar Roldán Alzate, jefe de la División de Cultura y Patrimonio de la UdeA, destacó que «hay un punto de quiebre en la literatura colombiana con dos obras: María y La vorágine, porque veníamos de un universo que elabora toda una grandilocuente mirada sobre el Siglo de Oro español, de una literatura colonial, bucólica, con unos códigos estilísticos bastante marcados, y estas dos novelas, en especial la de José Eustasio Rivera, dan un salto cualitativo en la imaginación de una forma novedosa, con una voz distinta y unos giros dramáticos bien complejos». 

«Es una novela que, si bien funda la modernidad de la literatura en Latinoamérica, para nosotros la funda en la concreción de imágenes que puede producir, imágenes que escapan a lo convencional, con pasajes espectaculares, es la primera vez que empezamos a ver cómo el narrador es uno más con las otras criaturas y personajes que están en la selva»: Óscar Roldán Alzate, jefe de División de Cultura y Patrimonio de la UdeA. 

La Violencia en mayúscula

El manuscrito de la novela se encuentra en la Biblioteca Nacional. Foto: Biblioteca Nacional.

«Antes que me hubiera apasionado por mujer alguna, jugué mi corazón al azar y me lo ganó la Violencia». Desde la primera línea, Rivera destaca un personaje que estará presente a lo largo de todo el relato. «Estos personajes entran en una narración mayor, que es esa narración del conflicto de la patria, de la extracción de productos no maderables por parte de la Casa Arana, una idea de adentrarse en territorios non sanctos ni pulcros, claramente enfermizos, para generar una lógica de un análisis sobre el territorio», sostuvo Roldán Alzate. 

Sobre este aspecto, el antropólogo y doctor en Literatura de la UdeA Juan Carlos Orrego, destacó que «es una obra que hace de un hombre violento un héroe. Arturo Cova es violento, machista, arbitrario, caprichoso e irresponsable. En el comienzo de la novela rapta a una mujer, Alicia; eso es muestra de que Cova es un héroe violento y con él empieza un panteón nuevo en la literatura colombiana». 

Orrego, profesor del pregrado de Antropología de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanas de la Alma Mater, explicó que «Cova se autodefine como violento, no es solo que se perciba como tal, y, aun así, es un héroe que seguimos desde hace un siglo porque La vorágine se ha editado muchas veces, ha sido llevada al cine y la televisión. ¿Ese héroe nos gusta? Yo creo que sí, porque nos vemos reflejados en él».  

Agregó que «el encanto de La vorágine puede venir de la violencia del héroe, no sé si los lectores son conscientes de eso. Hay una compilación de artículos que hizo Monserrat Ordóñez en los años ochenta y en ellos se ponía en evidencia que Cova es machista, pero esto no es un consenso general de la sociedad lectora colombiana; vemos la obra como la ley de la selva, un hombre y una mujer que se pierden en ella, se encuentran con unos caucheros violentos, pero el héroe también lo es, y bastante».  

«Y esa Violencia con mayúscula la impregna toda, como impregna toda la historia y la literatura de Colombia: desde los Varones ilustres, la epopeya en verso de Juan de Castellanos, hasta los sicarios de la mafia que hoy pueblan las telenovelas», destacó el escritor y periodista Antonio Caballero en la presentación de la edición que en 2015 publicó el Ministerio de Cultura. 

De manera similar, Orrego considera que «aunque las caucheras desaparecieron en las selvas del sur de Colombia y otros lugares de América Latina, las actitudes humanas siguen siendo las mismas y por eso La vorágine tiene mucha vigencia (…). Esta es una novela sobre unas actitudes humanas feroces: los empresarios del caucho están armados, se adueñan de las tierras, secuestran individuos y poblaciones para ponerlas a trabajar, esclavizan para sacar el caucho, sin importar cuántos se mueren, castigan de una manera salvaje a quienes no cumplen con la cuota, todo con el poder de las armas y el capital. Esto es algo similar a lo que han hecho en años recientes la guerrilla y los paramilitares por el control de la coca o la minería ilegal». 

Por eso, «la representación de este tipo de conflictos en la literatura contemporánea no se puede entender sin referirlo a la que es quizá nuestra primera novela que habla de este tipo de violencia» subrayó Orrego. 

La selva, protagonista omnipresente

Mapa de la ruta de Arturo Cova que acompañó la quinta edición de la novela, dirigida y revisada por el propio autor en 1928 en Nueva York, la cual es considerada la definitiva y con base en la cual se han publicado ediciones posteriores.

La novela transcurre entre las llanuras orientales y las selvas del sur del país, y son estas últimas el escenario que más relevancia cobra, hasta llegar a ser un personaje protagónico. 

«La elaboración literaria de la selva o la presencia de la naturaleza en la literatura colombiana, durante todo el siglo XIX, fue una naturaleza de contemplar, exuberante, muy bella, a la que el ser humano podía ir y controlar, explotar, colonizar para su beneficio. En La vorágine la naturaleza no se deja dominar, lo que es una crítica muy fuerte que hace Rivera a esa relación del ser humano con la naturaleza. A diferencia del señorito bogotano que iba a la selva con un ánimo extractivista, de aventura, Cova se da cuenta de que esto no es posible, que la lógica de la selva lo traspasa, una relación que no se había visto antes en la literatura colombiana», resaltó la docente Paula Andrea Marín Colorado. 

Juan Carlos Orrego señaló que La vorágine es una obra de ruptura, «hay un realismo cruento, la selva aparece como un lugar horrible, muy diferente a lo que los críticos del Romanticismo llamaban el locus amoenus, la naturaleza armónica; no, aquí la selva es detestable, pegajosa, llena de peligros, pero a pesar de eso se mantiene la idea simbólica de la naturaleza, como es el caso con las aves. Hay una posibilidad de leer la novela desde ese punto de vista, por ejemplo, hay una especie de discurso sobre las diferencias sociales representado en las aves». 

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