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Sociedad

Reconfiguración del poder: veredicto de las urnas

05/11/2019
Por: Juan Carlos Arenas Gómez- Profesor Instituto de Estudios Políticos

Los resultados de las elecciones del 27 de octubre reconfigurarán el poder municipal y departamental. Esta recomposición es heterogénea, varía según las regiones del país y tiene matices asociados con los cargos en disputa.

¿Cómo respondieron los electores?

La participación se incrementó levemente en todas las corporaciones en comparación con los resultados de 2015. En alcaldías, gobernaciones y asambleas la asistencia a las urnas superó el umbral del 60 %, en los concejos estuvo por encima del 59 %, mientras que en las JAL la participación sobrepasó el 55 %. Estos datos señalan un importante flujo de ciudadanos que acudieron a la jornada electoral que, para el caso de las alcaldías, superó en más de dos millones a los sufragantes que habían atendido la misma cita en el 2015. 

Sin embargo, el matiz de esta participación hay que buscarlo en los resultados del voto en blanco, los votos nulos y las tarjetas no marcadas. Para las gobernaciones, las asambleas y las JAL el incremento del voto en blanco respecto a los resultados de 2015 superó el 3 %, para los concejos y las alcaldías el alza registrada es de 1.3 y 2 %, respectivamente. En contraste, los indicadores de votos nulos y tarjetas no marcadas descendieron levemente, manteniendo, sin embargo, valores muy altos en algunos de los cargos.

Esto significa que el número de ciudadanos que asistieron a las urnas y no apoyaron a ningún candidato está por encima de dos millones en el caso de las alcaldías, y supera la barrera de los cuatro millones en las gobernaciones, las asambleas y las JAL. Este fenómeno de «abstención activa» puede estar asociado a múltiples causas y debería propiciar una reflexión sobre la relevancia que los votantes le atribuyen a los cargos, y sobre la insatisfacción ciudadana ante la falta de claridad en la oferta electoral.

Ganadores y perdedores de la contienda

Uno de los asuntos importantes de la competencia por las gobernaciones y alcaldías es el aumento en el número de coaliciones que triunfaron en estos cargos. Para las gobernaciones, de cada 100 candidaturas 40 tenían el aval de una coalición, pero conquistaron el 78 % de los cargos disponibles. En el caso de las alcaldías, el porcentaje de candidaturas con este tipo de respaldo era del 25.4 % y conquistaron más del 46 % de los ejecutivos municipales.

Esto es importante porque revela una de las dimensiones del debilitamiento de los partidos políticos, a lo que habría que agregar dos razones adicionales. Primero, la necesidad de identificar cuáles son los partidos que acaparan más poder dentro de estas coaliciones. Segundo, el hecho de que los políticos y sus partidos suelen ser más elusivos de sus responsabilidades ante la ciudadanía cuando están amparados en «coaliciones», cuyos nombres suelen olvidarse en el curso del ejercicio de gobierno.

Podemos detenernos en algunos matices de las alcaldías obtenidas por partidos. El primero es que las etiquetas más nuevas del sistema de partidos se abrieron un pequeño espacio en los gobiernos locales, conquistando 35 alcaldías. Allí se incluyen partidos religiosos y étnicos, además de la alianza Colombia Humana-UP, que abrió la posibilidad de participación a un desmovilizado de las Farc quien resultó electo como alcalde del municipio de Turbaco, en el departamento de Bolívar. El segundo es que, de los partidos de mayor trayectoria, solo el Centro Democrático —CD— y la Alianza Verde incrementaron el número de alcaldías propias. El tercer matiz es que partidos como Cambio Radical —CR—, Partido de la U, Partido Liberal Colombiano —PLC— y Partido Conservador Colombiano —PCC—, sufrieron pérdidas significativas en los gobiernos locales que controlaban en solitario, pero integran un amplio número de coaliciones triunfadoras, lo que compensará relativamente estas pérdidas.

¿Cambios en las ciudades grandes?

Ciudades como Bogotá, Medellín, Cali, Barranquilla y Cartagena cultivaron entre sus electores, y en la opinión pública en general, una expectativa respecto a lo que podría pasar con sus administraciones locales. Algunas de esas expectativas se cumplieron, otras estuvieron marcadas con cierta dosis de sorpresa o incertidumbre. Barranquilla es el caso típico de continuidad y es el que más se aproxima a una especie de hegemonía. El candidato ganador sumó el 62 % de los votos, mientras que los partidos que le declararon su respaldo obtuvieron para el concejo más del 70 % de la votación.

Los casos de Bogotá y Medellín ofrecen los resultados más llamativos porque suponen algún giro en la política. El primero porque marca un hito en
el acceso de las mujeres a la política en las grandes ciudades, en medio de una contienda cargada de reacciones que presentan este triunfo como la concreción de la amenaza de la «ideología de género».

Mientras que los resultados en Medellín suponen la derrota del uribismo en su doble versión: la en- carnada por la oficialidad del Centro Democrático, y aquella un poco más ligera que tiene como rostro visible al alcalde Federico Gutiérrez y a su candidato Santiago Gómez. Obviamente, esta derrota está matizada por los resultados en la competencia al concejo, que no le fue desfavorable al partido del senador Uribe.

Por último, mientras que Cali le apostó al retorno de quien ya había sido alcalde, cerrándole las puertas al candidato apoyado por el uribismo. En Cartagena el clima político estuvo marcado por la incertidumbre sobre la gestión de cualquiera que asuma el cargo; marcada la trayectoria por un tren de escándalos y gobiernos interrumpidos, la candidatura de William Jorge Dau parece expresar el reclamo de punto final a los escándalos que han retrasado la gestión en el distrito turístico más importante del país.

Finalmente, todos estos gobiernos enfrentarán la tarea de armar sus apoyos en los concejos, en medio de un clima de fragmentación de los partidos, que hace que este tipo de concertaciones no necesariamente pase por el filtro de las fronteras e identidades partidistas.

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