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Opinión

Es necesario escuchar la voz de la protesta social

28/10/2020
Por: Germán Darío Valencia Agudelo, profesor Instituto de Estudios Políticos UdeA

«... Voz, que bien atendida, puede convertirse en una especie de buzón de sugerencias de clientes insatisfechos, y que al traer ideas puede reducir costos políticos y volver fieles y amigos a cliente-ciudadanos insatisfechos... convertir la voz de protesta es una bella oportunidad para aprender de los ciudadanos acerca de cómo mejorar políticas y aumentar confianza y lealtad en el sistema democrático...»

En Colombia se ha hecho habitual que el último trimestre del año se intensifique la protesta social. Cada año, por esta época, miles de ciudadanos salen a la calle a levantar su voz de reproche contra el Gobierno nacional. Lo hacen porque no están a gusto con lo realizado durante el año. La gente no quiere que finalice el ciclo sin que el político escuche su expresión de desagrado. Además, desean que no se repita la misma historia el próximo año, y hacen el llamado para que se tomen otras acciones.

Los ciudadanos recurren a los diversos mecanismos que le ofrece el sistema democrático para movilizar la opinión pública y hacer que los gobernantes los atiendan. Entre los más utilizados están las marchas, los paros y las manifestaciones públicas. Incluso, para ser atendidos, los ciudadanos recorren muchas veces grandes extensiones, se desplazan desde lejanos lugares, con el objetivo de llegar a las emblemáticas plazas y alzar las vallas, encender los micrófonos y hacer escuchar con su estentórea voz.

En este sentido, lo más lógico sería que los gobernantes atiendan la voz, y a partir de ella exploren soluciones para las demandas de los insatisfechos ciudadanos. Esa fue la recomendación que Albert Hirschman realizó, en la década de 1970, en su libro Salida, voz y lealtad. Recomendó a los políticos que lo mejor que podían hacer ante las fallas en el sistema social y al deterioro del Estado era escuchar su voz de la ciudadanía. La voz, nos decía, opera como un potente instrumento que alerta al gobernante sobre las fallas del sistema. Sirve para que los representados enuncien su punto de vista a sus gobernantes, expresen su sentir y tomen decisiones acordes a las demandas sociales.

Pero las marchas y manifestaciones públicas, desafortunadamente, no les gustan a nuestros mandatarios. Mucho menos los actos donde se le alza la voz, se causa ruido y se denuncie públicamente el mal actuar de su administración. Estos no quieren escuchar la voz ciudadana. Los habitantes de la Casa de Nariño o del Capitolio Nacional no se sienten a gusto con estos actos de desagravio públicos. Consideran la voz del ciudadano como palabra ruidosa y desagradable. Conciben al marchante como una especie de adversario político al que no hay escuchar y en su lugar atacar.

Nuestros gobernantes se están comportando como típicos empresarios capitalistas. Quieren que los ciudadanos, si no están de acuerdo con las decisiones que ellos toman, actúen como clientes insatisfechos: se mantenga silencio, busquen otra tienda o empresa mejor y se vayan. Piensan como presuntuosos dueños: ante un cliente insatisfecho es mejor que abandone el local. No les gusta que se pongan al frente del negocio con un cartel y alcen su voz para ahuyentar otros clientes. No quieren que se les incomode con las palabras que denuncian el mal servicio que prestan o el pésimo producto que entregan.

Pero en un Estado de derecho como el nuestro no se le puede decir al ciudadano que emigre. El gobernante no puede decirle a su principal que abandone el país. Los ciudadanos normalmente no quieren irse del país. La salida o el exilio es la última opción que quieren explorar, es muy doloroso salir de su tierra. La ciudadanía activa quiere quedarse y hacer escuchar su voz de inconformidad. Desean, ante una situación de deterioro, utilizar la voz para cambiar las cosas. Confían en su capacidad para influir en el político y cambiar las práctica o acciones que toma.

Una situación como esta fue la que se tuvo en Bogotá la tercera semana de octubre. Los indígenas que se manifestaron en la Plaza de Bolívar han querido manifestar su inconformismo con las acciones del Gobierno nacional. No ven la salida del país como una opción, ni siquiera remota; no quieren abandonar sus territorios, quieren quedarse, luchar por la vida, por la protección de los territorios ancestrales y por el cumplimiento de lo acordado. La voz es la única opción que tienen como comunidades indígenas para cuidar sus territorios y defender sus derechos.

Por eso se puede decir que los indígenas y marchantes de las semanas pasadas supieron utilizar la voz. Se comportaron como auténticos ciudadanos, con una actitud alerta, activa y expresiva en sumo grado. Lograron mediante acciones de protesta movilizar la opinión pública. Y, como ciudadanos, exploraron diversos mecanismos para ser escuchados y presionar para que los malos comportamientos sean corregidos o al menos no sigan creciendo. Salieron a la calle como masa, se pararon frente a la casa del gobierno, tocaron la puerta y, aunque no se la abrieron, usaron la voz para hacerse escuchar con la intención de cambiar las cosas. Fueron directamente al lugar donde residen y se deciden los que ostentan el poder.

De allí que se les puede decir a los manifestantes que participaron en estas marchas que hicieron lo que la política ama y defiende con mayor fuerza. Usaron el mecanismo más notorio que tiene la política para hacerse escuchar. Un mecanismo que a pesar de ser el más simple es el que mayor fuerza tiene en el sistema político. Se levantaron y a través de palabras expresaron lo que piensan, con la intención de aportar al mejoramiento de la sociedad. Se comportaron como actores que alerta sobre las disfuncionalidades del sistema y la necesidad de corregirlas. Alertando al gobernante sobre las fallas que se tienen.

Y finalmente decirle al Gobierno nacional que no es bueno ver los ceños fruncidos de millones de colombianos. Aunque el sistema político puede sobrevivir con ciertas fallas, esta situación ni es buena ni se puede resistirse por mucho tiempo. Es necesario trabajar en acciones para corregirlas, siendo la primera de ellas escuchar la voz ciudadana. De esta manera se podría, como dice Hirschman, “evitar que el mal comportamiento se alimente a sí mismo”, crezca y se extienda a todo el sistema, y pueda, incluso, producir el colapso.

La voz ayuda, es correctora, imaginativa y propositiva. Voz que, al ser escuchada, puede ayudar a cambiar la mala situación y “volverla a la senda correcta”, y dar esperanza al ciudadano, mejorando la gobernabilidad. Voz, que bien atendida, puede convertirse en una especie de buzón de sugerencias de clientes insatisfechos, y que al traer ideas puede reducir costos políticos y volver fieles y amigos a cliente-ciudadanos insatisfechos. En breve, convertir la voz de protesta es una bella oportunidad para aprender de los ciudadanos acerca de cómo mejorar políticas y aumentar confianza y lealtad en el sistema democrático.

Este texto fue publicado el martes 27 de octubre en la página de la Fundación Paz y Reconciliación 


Nota

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