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El inesperado retorno de la fauna a costas y ciudades

09/04/2020
Por: Natalia Piedrahita Tamayo- Periodista

Diferentes especies silvestres se han visto en calles y recintos durante la cuarentena por la covid-19. Los reportes de su tímida aparición provienen de ciudades de todo el planeta. ¿Por qué se da este fenómeno y qué mensajes nos envía a los humanos confinados? 

Zorro cangrejero -Cerdocyon thous- avistado en el norte de Bogotá. Fotografía: Gerardo Barreto. 

Durante la cuarentena por la covid-19 se han reportado avistamientos de manadas de delfines surcando los mares cercanos a Dibulla, en la Guajira, y a la bahía de Cartagena, en Bolívar. En otros departamentos como Antioquia, Casanare y Cundinamarca, se grabaron videos de zorros, zarigüeyas y osos hormigueros transitando las desoladas vías, usualmente llenas de gente y tráfico. 

En el panorama internacional, las noticias son similares: grupos de focas caminando por las calles del centro urbano de Galápagos, provincia de Ecuador. También en Japón se les vio a miles de venados pasando por Nara. Además, se reportaron migraciones como la del bisonte americano, que después de un siglo retornó a México. Esa inesperada reconquista de la fauna ha dado, incluso, para cientos de memes y noticias falsas en redes sociales, en las que, por ejemplo, se viralizó un falso retorno de peces y cisnes a los canales de Venecia, Italia. 

Sin embargo, otros reportes más impactantes son verídicos: se han visto especies declaradas en peligro de extinción, como el delfín blanco y el leopardo de las nieves, retornando a sus hábitats. El efecto colateral del confinamiento humano parece contundente: estas apariciones no solo se reportan desde las grandes ciudades, sino también en las costas, donde se evidencia que la calidad del agua ha mejorado y con ello han aumentado las visitas de especies que producto de la contaminación o la colonización humana, se habían desplazado a otros hábitats.

«Muchos estudios muestran cómo la expansión urbana crea condiciones favorables para grupos de especies oportunistas que pasan a ser comensales y fragmentan el hábitat, por tanto excluyen a otros grupos que deben adaptarse o migrar a nuevos sitios», explicó José M. Riascos, doctor en Ciencias Naturales y profesor en la Sede de Ciencias del Mar de la Universidad de Antioquia —ubicada en la zona costera del Urabá antioqueño—. Esta alteración en las rutinas, dijo, está relacionada con la amenaza que los patrones de consumo humano representan para la vida de otras especies, sobre todo para las que viven cerca de las urbes. 

Las implicaciones del ruido y el cambio climático

Uno de los factores que mayor mortalidad de fauna silvestre genera es el flujo vehicular, es el caso de tigrillos y zarigüeyas. El no tener tantos carros circulando en las vías representa seguridad para las especies que viven o visitan las ciudades: En palabras de Riascos: están explorando hábitats que les habían sido quitados por el crecimiento urbano. 

«Aunque hay animales capaces de adaptarse al ruido generado en las ciudades —como las palomas, las ratas, y algunos reptiles— muchas otras no lo logran porque su sensibilidad se guía por lo auditivo», sintetizó Marcela Jojoa Unigarro, bióloga del Área Metropolitana del Valle de Aburrá. Es el caso de varios grupos de mamíferos, como los quirópteros —conocidos comúnmente como murciélagos—, que son capaces de escuchar frecuencias ultrasónicas, lo cual les permite identificar barreras mientras vuelan y capturar a sus presas. 

En el caso de las aves, muchas de las cuales utilizan el canto para funciones sociales como la comunicación con sus polluelos y la búsqueda de pareja, la alteración del campo acústico de sus hábitats genera un enmascaramiento de su nicho: «Hay estudios que muestran que el ruido reduce la biodiversidad, aunque algunas se adaptan, implica un aumento en la amplitud de sus vocalizaciones, es decir, un desgaste energético para ellas». En el contexto acuático,es aún más claro el efecto, ya que el ruido en el agua viaja a una velocidad mayor. 

El ruido generado en la ciudad también produce estrés en muchos otros grupos, como los anfibios. Mauricio Rivera Correa, herpetólogo y profesor de la Universidad de Antioquia, señaló que la ciudad es un nuevo ambiente que modifica el entorno natural y puede romper la red trófica, modificando los paisajes acústicos y, por lo tanto, las relaciones ecológicas entre las especies.

Sucede así: «una especie de rana macho que necesita que su vocalización sea escuchada por una hembra para la reproducción y no logra contrarestar el eco del tránsito vehicular, por ejemplo, tiene que competir fuertemente con ese entorno acústico para que sus sonidos sean medianamente percibidos por la hembra receptora. Si esto no se logra, dificultaría la reproducción, y por tanto, el mantenimiento de poblaciones naturales». 

Pero el tema trasciende lo puramente urbano: la conversión de bosques en planicies de cultivo afecta a todos los organismos; en el caso de las comunidades de anfibios, uno de los grupos más amenazados del mundo, es nefasto. En la actualidad las ranas también enfrentan una pandemia, se trata del hongo batrachochytrium dendrobatidis, estrechamente relacionado con los cambios climáticos generados por acciones humanas que han favorecido su esparcimiento.

Esta es la invitación de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales para que a través de la etiqueta #FaunaEnMiCiudad, la comunidad comparta en twitter y facebook, sus fotos y videos de la fauna que recorre la ciudad:

La huella humana en la Tierra

Fernando Parra Velandia, investigador de la Sede de Ciencias del Mar,  explicó que el panorama de la llegada de estas especies a las ciudades tiene que ver con que el  confinamiento humano les proporciona seguridad para moverse por espacios que antes veían amenazantes. «A ningún animal le gusta tener una amenaza para sus crías, pero los humanos los empujamos a vivir en rangos tan pequeños de espacio, que usualmente tienen que compartir sus hábitats con sus mismos predadores», dijo. 

Situaciones como la explotación de los recursos mineros y la contaminación de aguas por pesticidas y plásticos, han dejado una huella en la vida de especies con requerimientos ecológicos más especializados —más sensibles— ya que las prácticas humanas sobrepasan su umbral de equilibrio, entonces ellas se aíslan de lo que antes era su hábitat, perdiendo su lugar de vida. 

Los hábitos de consumo son una pequeña parte de los efectos de las personas en la fauna silvestre, ya que la concepción de progreso y desarrollo pisotea el equilibrio y la salud de la propia especie humana. Parra Velandia aseguró que el efecto humano sobre otros ecosistemas es tal, que los protocolos internacionales no apuntan ya a dejarle algo a nuestros hijos sino a la supervivencia de las generaciones vivas.

Esta no va a ser la última situación de emergencia de la humanidad, así que es oportuna una pregunta: ¿de qué hablamos cuando hablamos de progreso? La discriminación entre humanos y con otras especies tiene una misma raíz que sería fundamental revisar para disminuir la inequidad y racionalizar el consumo. 

«Aunque los humanos no vivimos solos en el planeta, hemos asumido que lo manejamos todo, pero la vida se abre paso, incluso, de maneras que no podemos prever y que a veces no quisiéramos», reflexionó Riascos.  

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