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Opinión

Una invocación al diálogo

22/10/2020
Por: Judith Nieto López, escritora y profesora Escuela de Microbiología UdeA

«... si algo es urgente en el momento de alta tensión social y cultural por el que pasa Colombia, es pensar y si es posible retomar la vía del diálogo como recurso esencial para conseguir el acuerdo de convivencia una vez más resquebrajado...»

Quizá ninguna actividad humana ha cobrado tanta importancia en los últimos tiempos, marcados por el conflicto y la dificultad para el acuerdo, como el diálogo.

Los sujetos en condición de hablantes y de seres de lenguaje hemos vivido gobernados por el “privilegio del diálogo”, circunstancia que ha operado más como intento que como realidad, a pesar del legado de dialogantes antiguos, para quienes la palabra siempre fue viva y cobró vida.

Sin embargo, en el actual panorama nacional son frecuentes los casos y las demandas de atención estatal cuya salida se consigue por la fuerza, de manera que se desplaza la palabra a una condición inferior e insignificante frente a las armas.

Las guerras se explican por el temor a las armas; son también las preferidas por quienes en medio de documentos, persecuciones y legitimadas declaraciones, no ven otra alternativa más favorable a la solución de un conflicto, lejos de las palabras. Casos recientes y de conocimiento nacional confirman esta afirmación: basta recordar los hechos del 9 y el 10 de septiembre en Bogotá.

De ahí que, si algo es urgente en el momento de alta tensión social y cultural por el que pasa Colombia, es pensar y si es posible retomar la vía del diálogo como recurso esencial para conseguir el acuerdo de convivencia una vez más resquebrajado.

Y un llamado subyace al recurso del diálogo, que puede expresarse mediante paráfrasis de Bajtín, para quien lograr el acuerdo es una de las aspiraciones de toda relación dialógica, pero como puede ocurrir que no se logre la disposición, si se aspira a alcanzar el respeto por un punto de vista diferente y la independencia de los criterios, cabe la esperanza de la comprensión no obstante su ausencia.

Conviene considerar a propósito del diálogo, que asumir que la lengua cumple una función plural es requisito para dar lugar a la comunicación. Se trata de ir más allá del deseo de intercambio con el otro, de la comprensión, formalidad difícil, mas no imposible, de todo ejercicio de este alcance. Entonces, ¿de qué se trata finalmente? Quizás de saber incluir la singularidad del otro hablante en el marco de la pluralidad compartida.

Es así como desde la polis hasta el mundo globalizado de hoy, la dinámica de la política ha estado concentrada en la creación de grupos, comunidades, partidos y todo tipo de asociaciones; vinculada por fragmentos de colectivos capaces de dar cuenta de cómo, en un mundo extendido, pero no exento de fronteras por más global que se declare —como sucede con el actual—, sigue siendo posible acceder a los otros, estar juntos entre los diversos.

Obliga esta aproximación a una legitimación del otro —entendido como el diferente, como el integrante de una comunidad ajena a la común, como el que mira y percibe el mundo de otra manera, como el que ama y sueña de otra forma—, pues el ejercicio de cercanía que se acaba de expresar reclama reconocimiento de ese diferente que también hace parte de la colectividad y que, en tanto tal, concede razón de ser a uno de los ejercicios políticos más anhelados y más difíciles: el de la democracia.

Nota: cuando escribo estas líneas a través de las que invoco el diálogo, pienso en los más de ocho mil indígenas que el domingo llegaron a Bogotá en busca de cercanía y acuerdo con la primera autoridad del país y a la espera de una política acertada hacia sus pueblos. ¡Presidente Duque: escuchar la voz de los pueblos indígenas es una manera de reconocer la pluralidad del país que usted gobierna!


Nota

Este es el espacio de opinión del Portal Universitario, destinado a columnistas que voluntariamente expresan sus posturas sobre temáticas elegidas por ellos mismos. Las opiniones aquí expresadas pertenecen exclusivamente a los autores y no reflejan una opinión o posición institucional de la Universidad de Antioquia.

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