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Cultura

Se reduce la cultura a la voracidad del mercado: Ariza

18/11/2019
Por: Elizabeth Cañas Rodríguez- Periodista

Patricia Ariza habla del teatro colombiano y de su convicción por la paz. Recientemente reconocida con el Premio Nacional de Cultura Universidad de Antioquia, asegura que es obligación del Estado garantizar el derecho a la cultura.

Patricia Ariza se distingue por su activismo político y un trabajo dramatúrgico que gravita sobre los problemas sociales y del país. Foto: Corporación Colombiana de Teatro.

«Me llena de alegría y me estimula para seguir luchando por las causas que creo, y para no dar mi brazo a torcer, especialmente el brazo izquierdo», dijo la maestra Patricia Ariza Flórez al recibir el 17° Premio Nacional de Cultura Universidad de Antioquia a las Artes y a las Letras.

Fundadora del Teatro La Candelaria, activista, exmilitante de la Unión Patriótica y reconocida por su trabajo dramatúrgico y literario, Patricia Ariza tiene en su cabeza al país. En su discurso en la ceremonia de gala de los premios, explicó cómo se enroló en el teatro y en el activismo político que, según dijo, le ha permitido vivir la realidad del país de otra manera y sostener una cierta obsesión por la defensa de la paz, «tan esquiva como necesaria», advirtió. También dijo que mantendrá su dedicación al teatro, que «no es un teatro aislado de la vida, sino una vida desde el teatro». Alma Mater habló con ella. 

A pesar del contexto social y político del país y de su experiencia como exintegrante de la UP, ¿mantiene el optimismo por la paz?

Sí. Sé que este es un país en disputa en todos los sentidos y la paz también está en disputa. Hay unos sectores retardatarios de un viejo país y pensamiento que se niega a morir y un país muy nuevo que no logra del todo nacer, pero que ahí está. Si vemos el tiempo con el tiempo real de nuestras vidas, es muy largo, pero como tiempo histórico, es muy corto. Hace muy poco que se suscribieron los acuerdos, sabíamos que no iba a ser fácil pero tampoco pensamos que fuera a ser tan difícil. Creo que esto está cambiando la mentalidad y los imaginarios de los colombianos. No hubiera sido posible en otro momento, por ejemplo, que una persona como Petro obtuviera ocho millones de votos o que los sectores del «sí», hubiéramos logrado seis millones de votos. La utopía es lo que parece inalcanzable. Sin embargo, siempre que se consigue algo abre otra utopía. Me considero una persona llena de utopías y también de esperanzas, porque la situación que vivimos en Colombia es muy dura, pero estamos saliendo de ella. Por ejemplo, estamos saliendo del patriarcado, hay afán en recuperar del peligro al humanismo y de la preservación de la humanidad y de la naturaleza. Mi creencia en las utopías es porque veo más gente en la resistencia, en lo alternativo y en sectores que se la están jugando por algo distinto. Creo que las utopías son el motor de los humanistas y si no existieran estaríamos conformes. Tengo la certeza de que la humanidad saldrá adelante.

¿Qué inspira a la Patricia Ariza dramaturga y poeta?

Muchas cosas. El dolor y también la fiesta. En La Candelaria hemos tomado situaciones, personajes y acontecimientos que han pasado, los desmenuzamos, construimos, buscamos entenderlos y hacerles preguntas. Me entusiasma hablar de todo lo humano desde la perspectiva de género y también de la elaboración minuciosa y artística del teatro. Uno en el teatro no puede decir cualquier cosa ni, de cualquier manera, hay que ser responsable. En el trabajo y en lo que soy, también están presentes mis padres; una madre que era una mujer muy tesa; y mi papá, quien era muy sensible artísticamente. La inspiración para escribir me viene de la realidad y de la musa; también del amor, que, para mí, se trata de una larga conversación, porque creo que el enamoramiento es conver sar con el cuerpo, con los ojos y las palabras. Cuando se acaba la conversación, hay que salir corriendo.

¿Cuál es su evaluación del teatro colombiano y cómo se refleja el país en este?

El teatro no se escapa de fuerzas en pugna, hay sectores desalentados, pesimistas. Otros creemos que ser artista es un privilegio, pero también una responsabilidad. En la Corporación Colombiana de Teatro, en La Candelaria, buscamos hacer teatro para trabajar por el cambio, por ejemplo, nuestro trabajo con las víctimas y las organizaciones sociales. Lo hacemos para pasar de la cultura de guerra a la cultura de la paz, para otorgarle a este proceso de paz la dimensión cultural. El movimiento del teatro es un movimiento desigual en el que se refleja todo lo que hay en el país, pero es un movimiento fuerte, poderoso e importante. Hay grupos como el Matancandelas y La Candelaria, que a pesar de todas las dificultades seguimos como
grupo, creyendo en la vida colectiva y en la creación. América Latina tiene un aprecio grande por el teatro colombiano, porque la mayoría de los grupos hacen teatro propio y hay un movimiento dramatúrgico. También están surgiendo las mujeres en la dramaturgia y en la dirección.

A propósito, ¿cómo ve la participación, y el desarrollo de esa participación, de las mujeres?

En teatro estamos emprendiendo, las mujeres se están subiendo al escenario a hacer papeles masculinos, porque estuvimos años impedidas para subir al escenario y, ahora, es muy lindo que se pueda hacer. En este momento estamos haciendo la obra de teatro Soldados, que en realidad son mujeres. Es una obra que recoge La Casa Grande, la obra literaria de Álvaro Cepeda Samudio. En la obra, las actrices van demostrando su condición de mujeres y se transforman en soldados. La estructura profunda es para qué está el Ejército, a través de la pregunta de dos jóvenes soldados que son mandados a reprimir una manifestación.

El Gobierno nacional ha venido planteando retos al sector artístico frente a su autosostenibilidad, leconomía naranja y el emprendimiento. ¿Qué opina de esto?

Me preocupa que la mirada del Estado sobre la cultura se reduzca a la lógica del mercado y que los artistas se sometan a esa lógica. Hay quienes lo logran y se convierten en grandes empresarios y empresas de cultura. Pero un Estado que se respete tiene que mirar la cultura completamente diferente. La cultura es más compleja, porque es lo que vuelve a los seres más humanos y tiene que ver con los modos de ser, pensar y el hacer de las sociedades. En muchos países, como Francia, hay leyes de protección y reserva ante los tratados de libre comercio para preservar la cultura frente al mercado, porque este solo quiere vender. No se trata de negar las industrias culturales, pero no puede ser que se reduzca a eso. ¿Qué va a pasar con
las culturas populares? El Estado tiene que garantizar que los jóvenes tengan derecho a crear. Me preocupa que el Ministerio esté enfocado en la economía naranja. Obviamente hay que dar alivios tributarios a las empresas que inviertan en cultura, ¿pero en cuál cultura van a invertir?, ¿qué entienden por cultura? Prevalecerá el entretenimiento sobre la obra de arte y un arte fácil de vender. Claro que es muy bueno que se venda, pero este no es el propósito. Es lamentable y un retroceso que se reduzca la noción de cultura a la voracidad del mercado. En el país hay una irrupción de la mirada naranja bastante fuerte en el teatro de chistes, del que hay muchos, pero tan pocos Garzones (como Jaime Garzón), porque el de él sí era humor profundo.

¿Cuál es su valoración del teatro universitario en Colombia?

El teatro universitario y el teatro escolar son importantísimos. Ojalá los niños en el colegio, desde el kínder, tengan cómo representar la vida, aunque luego no se dediquen a eso. Es con la música y la formación en el arte que se da la sensibilidad. Pero falta más apoyo. En el ámbito de la universidad, esta no solo tiene que preocuparse de la formación en teatro y de profesionalizar a quienes trabajan de manera empírica, sino que también debe ocuparse de incidir en las políticas públicas, para que se valore al teatro.
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