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Academia Sociedad

Las desobedientes: mujeres e intelectuales latinoamericanas

08/03/2021
Por: Rafael Rubiano Muñoz- Profesor Titular Universidad de Antioquia y doctor en Ciencias Sociales -Flacso-Argentina

A propósito del 8 de marzo, día Internacional de la mujer: Quien estudia a América Latina emprende un viaje que no tiene tierra firme y que desafía a quien se arriesga, a redescubrir y a redescubrirnos, le exige romper las certezas ya envejecidas y fractura las definiciones escleróticas y enmohecidas, las precisiones inalteradas e inalterables.

Lienzo de Tlaxcala: Hernán Cortés y Malintzín en su encuentro con Moctezuma II en Tenochtitlan, 8 de noviembre de 1519. 

 

En las dos últimas décadas se ha posicionado, ya no como campo de ocio y de curiosidad, la Historia Intelectual en nuestros medios académicos del continente. El debate que ha suscitado ha hecho imprimir libros y ha solicitado la discusión de algunos reconocidos personajes de las ciencias sociales a nivel mundial, además ha estimulado en nuestras tierras, el resquebrajar prejuicios y dogmas, y por supuesto, ha empujado a repensar a América Latina, con nuevos horizontes y perspectivas.

Uno de los aportes de la Historia Intelectual, es que le ha quitado el monopolio a algunos paradigmas científicos que siguen circulando -o se siguen adorando- bajo idolatrías y fanatismos en algunas unidades académicas, e incluso se han constituido en fortines de algunos profesores y profesoras que se anclaron y enclaustraron en sus especialidades, como creyéndose hacendados (as) o señores (as) feudales.

No es necesario mencionar a cuáles paradigmas nos referimos, lo que no es inaudito es que en medios como el nuestro, algunos profesores y profesoras asuman misionalmente o sea autoconciban profetas o son simplemente populistas, para decirlo con la crítica de Max Weber en su relato sobre la ciencia como vocación.

Frente a una cultura universitaria moderna y secular, en nuestros recintos académicos, todavía rezagados en el colonialismo hispánico y en la mentalidad católica medieval, esos docentes son mercenarios o se autoproclaman como soldados de esos paradigmas, se sienten como cruzados a quienes no les es dable, ni les es posible, ni comprensible, el debate público de sus especialidades, porque se lo prohíbe el «culto al que se arrodillan» y se lo impide su propia naturaleza, como si se tratara de Castellios contra Calvinos, -Conciencias contra violencias- para decirlo con el famoso libro de Stefan Zweig.

La institucionalización de este saber del conocimiento, que difiere de la historia de las ideas, las ideologías o del pensamiento y que, además, cuestiona la pedagogía de la enseñanza universitaria en términos de los tiempos, de los espacios, los actores y las fuentes, se viene logrando con mucho éxito, en algunas latitudes de nuestras tierras, primordialmente en México, Ecuador, Chile, Brasil y Argentina, dado que en estas geografías han existido tradiciones, tales como Facultades dedicadas a los estudios Latinoamericanos, las dos más representativas Flacso y Clacso.

Por el contrario, en Colombia, pese a que existan Facultades de sociales y humanidades, hasta el día de hoy no se ha consolidado, al menos como proyecto de largo aliento e institucional, los estudios latinoamericanos, pesa más, el mal de vereda y el parroquialismo producto de una estrecha mirada regional, localista o barrial, sin que sea menospreciable obviamente, pero una mirada continental es casi un artilugio o una superstición.

En la actualidad, la Historia Intelectual ha empujado a la realización de actividades que no se sintetizan en la buena voluntad, - como suele ser corriente de nuestros predios, porque no hay diferencia entre la campaña electoral del político de la localidad, vereda, región y el país, con aquella otra, por ejemplo, campaña y actividades que realiza un jefe de departamento, un decano y un rector, esto es, hacer una lista de promesas, que más bien es propaganda barata para llegar al poder.

Esta especie de corrupción es aquella que se torna en la normalidad de la actividad y los funcionarios públicos de la universidad, que analizó con agudeza Maquiavelo en su obra El Principe y si estos funcionarios públicos académicos leyeran algo, se avergonzarían de lo que hacen, porque los vicios van contra la virtud, lo que destruye la República (la patria o la nación), replicaría el florentino.

Promesas vulgares que endulzan los oídos de los mediocres acostumbrados al mando, al mando medio por necesidad y costumbre, por hipocresía y por oportunismo de sobrevivencia. Dichas promesas de demagogos son palabras que se las lleva el viento, por ello, valga reiterarlo, a diferencia de Colombia, en algunos países del continente la institucionalización de los estudios latinoamericanos ya cumple con hechos concretos y realidades que son palpables en la variedad de eventos, publicaciones, redes, intercambios, diálogos y vínculos.

Una vez más hay que insistir en ello, como diría González Prada, el anarquista y liprepensador peruano, hasta el cansancio. Se grita a todo pulmón que los estudios latinoamericanos en Colombia han arribado a nuestras aulas con discursos de decolonialidad o poscolonialidad, que es más moda y otro tipo de propaganda, además estar fundados en una ideología católica.

Lo católico es europeo hispánico, porque se absolutiza y sustancializa de mala fe, esto es, se ontologiza y es un palo mal puesto en la rueda de la historia, a América Latina, porque, los adalides de este lenguaje como propaganda, usan y abusan de las etnias y las razas, las que se cristalizan con mirada religiosa, o sea se postula de mala fe, porque siendo conscientes de ello, los de y los postcoloniales luchas y se desgarran defendiendo lo latinoamericano con un fascismo al revés, que genera fieles, mas no científicos.

Los estudios latinoamericanos convertidos en la «bolsa o la vida» de maleantes sin moral, tienen el apoyo, el interés, cuando se trata de ambiciones personales, pero no contienen una dimensión pública de debate sereno y racional, al menos en nuestros predios sirve para fortalecer pequeños reinos y reinados de profesores emergentes que encuentran allí su cueva platónica con la que pretenden ilustrar, pero lo que propician son siervos y esclavos de una receta y una fórmula. Los estudios latinoamericanos entran por la puerta de atrás de la anormalidad y no de la normalidad científica, diría en este interregno el historiador argentino latinoamericano, José Luis Romero.

 

 

Lo latinoamericano, como estudio, investigación, construcción científica, es episódica como espacio universitario en nuestros contornos, es una pandemia que tiene sus picos y sus bajas, pero no una constancia y una mirada de largo plazo, ya que no es del querer y de la inquietud, de directivas universitarias -de su burocracia administrativa y académica-, que exigen como en la Gestapo, como en Auschwitz, con racismo, antecedentes judiciales.

Pareciera que para crear estudios latinoamericanos, se necesitaran antecedentes, como por ejemplo, crear una semicasta o crear según su institucionalidad, grupúsculos, que certifiquen el deseo y el interés, la voluntad en lo latinoamericano, luego exigen papeles, líderes carismáticos, incluidos fieles y seguidores. Literalmente bajo la concepción de esta semi burocracia racional administrativa y académica, se exige un proyecto de campo de concentración, ellos son los que saben -y toman las decisiones y tienen el sello y la firma- ¿de qué son los estudios latinoamericanos?, ¿cómo institucionalizarlos y adecuarlos a nuestra realidad sin interesarse en las escritoras y escritores, pensadores y pensadoras, letrados y letradas de la utopía de América?

En nuestras mal llamadas comunidades científicas, lo latinoamericano ni se ha concebido como proyecto a mediano plazo, menos aún se intuye como escenario ineludible de estudio y de investigación, pese a que existe una larga, pero muy larga lista de personajes -mujeres y hombres-, obras y autores tan dignos y universales en creación y pensamiento, quienes con sus trayectorias y existencia se encuentran en condiciones de igualdad con Estados Unidos y Europa.

Basta mencionar de Sor Juana Inés de La Cruz a Clorinda Matto de Turner, de Flora Tristán a María Cano, de Juana de Ibarbourou a Victoria Ocampo, de Alfonsina Storni a Gabriela Mistral, de Andrés Bello a Domingo Faustino Sarmiento, de José Martí a Manuel González Prada, de José Carlos Mariátegui a Alfonso Reyes, de Baldomero Sanín Cano y Pedro Henríquez Ureña a Rafael Gutiérrez Girardot.

Juana de Ibarbourou, o Juana de América, poeta uruguaya. Imagen del libro «Estampas de la biblia». 

 

De modo que, frente a lo anterior, hay que expresar que, la Historia Intelectual nos invita a desbordar los límites -que muchos consideran infranqueables-, en el caso específico, para pensar y repensar nuestro continente, porque es plural y abierto, no cerrado y hermético, ya que rehúye los sentimentalismos oportunistas, o los exotismos autoritarios, porque quien estudia América Latina emprende un viaje que no tiene tierra firme y que desafía al que se arriesga a redescubrir y a redescubrirnos; le exige romper las certezas ya envejecidas y, de otra parte, fractura las definiciones escleróticas y enmohecidas, las precisiones inalteradas e inalterables, constituye un viaje de búsquedas y no de obstinados con el pathos obsesivo de la ruta segura.

En últimas, este campo novedoso cuestiona los modos acartonados de enseñar en algunas disciplinas ya tradicionales como la sociología, la ciencia política, el derecho, la filosofía y la historia, porque, como lo admite uno de los precursores sobre su institucionalización, Carlos Altamirano, la Historia Intelectual, es un campo emergente, donde no hay consensos absolutos, sobre sus alcances y límites conceptuales o categoriales, no hay un acuerdo definitivo sobre su metodología y no cuenta con una concepción unánime y unilateral de lo que constituye su proceso de investigación, porque es «emergente, abierto, flexible y plural», está en proceso de constitución, no obstante, lo anterior, no significa que carece de legitimidad, validez y de rigor.

Un poco de historia, a propósito. En el año 2012 se realizó en la Universidad de Antioquia, el Primer Congreso de Historia Intelectual de América Latina, dirigido y auspiciado por el GELCIL, grupo liderado por el profesor Juan Guillermo Gómez García. Tras el éxito y los logros obtenidos se han realizado dos congresos más: en Buenos Aires, Argentina, organizado con la preeminencia de la Universidad de Quilmes, que cuenta con un grupo de profesores e investigadores dedicados a la Historia intelectual, con un centro, maestría y con la revista Primas, y el Cedinci -Centro de Documentación e Investigación de la Cultura de Izquierdas-, uno de los recintos que en nuestras tierras, atesora uno de los archivos más completos para los estudios e investigaciones latinoamericanos creado por Horacio Tarcus. El tercer congreso se realizó en México, con el auspicio del Colmex -Colegio de México- y en 2020 se iba a realizar el cuarto en Montevideo, Uruguay, pero por las circunstancias de la pandemia se postergó para el presente año.

Gabriela Mistral y Alfonsina Storni. Archivo de www.cervantesvirtual.com

 

Esos congresos cuentan hoy con seminarios permanentes en diversas universidades, especialmente sobresale el de Colmex en México, dirigido por Alexandra Pita, Carlos Marichal y Aimer Granados. La Historia Intelectual se ha posicionado, con audaces miradas, donde se rompen los esquemas y las concepciones rígidas disciplinarias y además invita a auscultar con novedad y creatividad las mal llamadas fronteras disciplinares que hacen tanto daño.

Uno de los pilares metodológicos que sustenta la fortaleza, solidez y la consistencia de la Historia Intelectual es que cuestiona el tiempo en la ciencia, la temporalidad y la periodización -que se fija en ciclos, fechas o el calendario-, propicia otras formas de concebir el tiempo, e incluso agrieta la linealidad, la unilateralidad.

También, cuestiona la espacialidad, las mal concebidas congruencias y los paralelismos, además, permite una ampliación en los estudios porque confronta las fuentes, esta es la parte esencial del campo emergente, porque las ideas, el pensamiento, el intelecto se estudian a través de documentos, registros, testimonios y una multiplicidad de archivos, tales como biografías y autobiografías, epistolarios, viajes o relatos de viajes, prensa, revistas, editoriales y proyectos editoriales, bibliotecas personales, diarios personales o borradores y notas de lectura, diplomacia, conferencias, banquetes, congresos, cátedra, las traducciones y los traductores, la fotografía, la cartografía, y muchos otros referentes más.

 

 

 

 

Madres reclamando por sus hijos desaparecidos. Archivo memoriaabierta.org.ar

 

En los últimos diez años la profusión de publicaciones latinoamericanas en la perspectiva de la Historia Intelectual sobre letrados, pensadores, escritores, intelectuales, artistas; se ha visto acompañada por contribuciones sobre el papel de los editores, las revistas, la prensa, los movimientos sociales, vinculados con los problemas políticos, sociales y culturales, en los que se han reconstituido los actores, los tiempos, los espacios y los temas y problemas de nuestro continente, y se ha incluido a las mujeres, pero todavía con cierta timidez y endeblez.

Sin embargo, después de 2008, año en que se publicó el primer volumen de Historia de los Intelectuales en América Latina, coordinado por Carlos Altamirano, y en el 2010, que se publicó el segundo volumen, se han visto circular centenares de divulgaciones, pero no hay de nuevo una obra colectiva que merezca si se realiza el cuarto congreso en Montevideo, una mayor revitalización del campo.

Ahora será imprescindible en esa nueva tarea, -en nuestros medios es impensable por la mezquindad, la vanidad y arrogancia de los pocos que estudian América Latina, propiciar una labor en conjunto y en comunidad-, contar con LA MUJER y otros actores que son imprescindibles recuperar y reconstruir, visibilizar, las realidades latinoamericanas, desde los ojos de indígenas, obreros y campesinos.

Pero ojalá lo que suscita indagar en esos actores, no se conviertan en fetiches sacros sino en objetos humanos de auténtica valoración, que no sean utilizados como mercancías para la autodefensa o la custodia oportunista del puesto de trabajo o como suele ser en nuestros medios, para ser adulado y tener seguidores o fieles, sino como parte fundamental y esencial de los estudios e investigaciones latinoamericanas, ocultados por la historia oficial o por otros intereses y actitudes.
En dos libros, Las Desobedientes: Mujeres de Nuestra América y Escritoras de Hispanoamérica se logran dar a conocer y estudiar con seriedad y solidez, las mujeres en sus variadas dimensiones: de lo privado a lo público, en sus roles y funciones sociales. Ambas obras se centran en su contribución en la construcción de identidad y soberanía latinoamericana, es decir, de nuestra América Latina.

Desde la Gaitana y la Malinche a Frida Kahlo, de Rigoberta Menchú a las Madres de la Plaza de Mayo; esos dos libros constituyen una brújula para ese viaje intelectual, tan fascinante y obligado, sobre las mujeres intelectuales de América Latina. Sea esta la ocasión para dignificarlas, ya no con la presión del mercado, porque cuando se trata del reconocimiento de las mujeres, de la equidad de género y el feminismo, «solo es dable una flor». Como lo expresó José Martí en sus relatos de Nuestra América, se trata de construir sobre bases sólidas y consistentes el porvenir y la utopía del continente porque «trincheras de ideas valen más que trincheras de piedra». Y el esfuerzo, como lo planteó Pedro Henríquez Ureña en La Utopía de América, no es de uno solo, sino mancomunado y de todos- Habría que agregar, no es de uno solo o sola, sino de todos y todas.

 

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