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Cultura

Fragmento de poeta

06/05/2017
Por: Periódico Alma Máter

A propósito del libro 40 poemas de la escritora Piedad Bonnett que presenta la Editorial Universidad de Antioquia en la Feria del Libro de Bogotá, el periódico Alma Máter “recupera” fragmentos del programa radial Diálogos: arte y conversación. En una entrañable charla con el profesor Carlos Vásquez Tamayo, la autora de “Lo que no tiene nombre” desnuda su alma sobre el suicidio, la enfermedad, el dolor, el amor, la literatura como perdón.

 

Dice Piedad Bonnett:

De lo que me he dado cuenta es que uno no sabe de qué es capaz. Los seres humanos estamos preparados para todo. Eso me han dicho los lectores, que se me han acercado, algunos conmovidos con la obra literaria, pero la gran mayoría con un dolor encima.

Para mí es una recompensa, que eso que no tiene nombre, que es la pérdida de un hijo y sobre todo después de un enorme sufrimiento, al ser trasladado a la literatura, ahora comprendo que tiene un sentido porque le da voz a otros, sobre todo en este caso en que estamos ante unos tabús: el tabú del suicidio, que todavía en esta sociedad se oculta, y el tabú de la enfermedad mental.

Yo sí soy una persona que, podríamos decir, ancla su poesía en una sensación de desilusión última.
Tengo una profunda conciencia de lo perecedero, de la soledad última a que estamos todos abocados, y de alguna manera de la falta de sentido en general de la vida; porque no soy una persona que piense que hay un más allá que va a justificar mi aquí. 

Yo he buscado en la belleza y en esta especie de orden de la naturaleza en que uno se mueve, un sentido, pero también en el quehacer cotidiano.

Y en ese sentido, el arte para mí resulta salvador. Lo fue siempre desde que era una niña; desde que era una niña rebelde, que no aceptaba un montón de imposiciones que no tenían un porqué. 

Entonces, la palabra es muy sanadora; la escritura tiene un efecto terapéutico. Las universidades y los medios, muy hiperracionales hoy en día, se han olvidado de que la literatura tiene también esa función, la función de sanar, la función de curar. 
Perdonar cura. Yo creo que eso está dicho por todos los terapeutas: en el momento en que uno perdona, empieza a curarse de sus dolores. 

La literatura puede ser también una manera de perdonar. 

A mí me gusta más la palabra “solidaridad” que “bondad”. Yo crecí en una casa en la que me enseñaron a mirar al que no tenía, al distinto, y acogerlo. Y claro, ahí tiene sentido la palabra bondad, pero se manifiesta en solidaridad permanente. Hay unas solidaridades naturales, las que salen del amor muy profundo, del amor familiar, de la mamá por los hijos. 

Pero a mí me parece que es maravilloso ir por el mundo, no sintiéndose bueno, porque eso es distinto, eso es como hacer méritos como nos enseñó también el catolicismo: a dar la limosna y a regocijarnos de darla. Sino que yo pienso que en el escritor, siempre en el fondo, hay una mirada comprensiva, comprensiva en el sentido de comprender lo otro, lo diferente. El escritor siempre está mirando y está tratando de penetrar en la oscuridad del otro. Y entonces, eso lleva a comprender.

Y yo creo que ese gesto de comprender ya es bondad. Yo creo que lo que mata a esta sociedad es la indiferencia; que no se está mirando al otro ni tratando de comprender, ni siquiera pensando en su circunstancia.

Yo no creo en un Dios bondadoso que nos lleva y nos trae o nos castiga, lo que sí pienso es en un orden, en el que estamos inscritos, y me gusta llamarlo con las palabras de Montale, que es la “divina indiferencia”; hay una especie de divina indiferencia.

Entonces, como no hay manera de estrellarse contra la realidad, porque sería un acto estúpido, yo creo que es más sabio y sobre todo más sano, aceptar. Estoy de acuerdo con una bondad que no es la bondad cristiana, sino la bondad que nace de la comprensión de que hay realidades inamovibles, y de que hay realidades transformables. Y, en ese movimiento entre lo inamovible y lo transformable, es que vivimos nosotros; esa es la lucha que damos día a día.

Y eso se traduce en la literatura, no en formas moralizantes ni en consejos a nadie, sino en una representación de la realidad que entraña siempre un fondo trágico, y al que le damos sentido en el día a día, los que de alguna manera nos aferramos a esa vida, y que otros, al no tener sentido, justifican el abandono de esas leyes en las que estaban inscritos, contra las cuales ellos se rebelan.

 

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