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Opinión

¿Por qué le seguimos apostando a la guerra?

28/10/2016
Por: Diego Jaramillo Giraldo, Comunicador Dirección de Regionalización

"... Lo que pasó en Colombia con la votación del 2 de octubre, fue el resultado de una profunda desinformación, entremezclada con una  manipulación calculada y premeditada por fuerzas políticas opuestas a la ruptura de viejas prácticas políticas clientelistas y corruptas,..."

NO. Esa fue la decisión de la mitad más uno de colombianos que salieron a votar el pasado domingo 2 de octubre en el plebiscito que intentó refrendar los Acuerdos de Paz entre el gobierno nacional y la guerrilla de la Farc Ep, cuyo propósito era ponerle fin definitivo a uno de los conflictos más largos, complejos y sanguinarios, que perviven en el hemisferio occidental. La negativa de los colombianos al Acuerdo, tuvo un eco que dejó aturdidos a amplios sectores del país y la comunidad internacional, quienes aún intentan sobreponerse y explicarse que pasó.

Explican algunos, que en política moderna, una buena manera de convencer y obtener apoyo del electorado es diseminando el miedo a través de las ‘’artes’’ de la propaganda negra, lo que pareciese un retorno a los tiempos de la guerra propagandística en la cual Joseph Goebbels fue su más notable precursor en la Alemania Nazi.

Esta postura quedó confirmada con las declaraciones del excandidato a la Alcaldía de Medellín y hasta hace poco miembro del Centro Democrático, Juan Carlos Vélez, quien en su rol de gerente de la campaña por el NO, le contó al Diario La República, cómo a través de estrategias de desinformación, convocaron a diferentes segmentos y regiones a votar, apelando a la indignación. Más grave aún fueron sus aseveraciones sobre la omisión y tergiversación de información trascendental para la comprensión de los Acuerdos por parte de la ciudadanía.

Más allá de todo este huracán mediático desatado por Vélez y el Centro Democrático, hay quienes sostienen que Colombia es un país donde su población carece de formación ciudadana y cultura política. Que el problema de los colombianos es que “tragamos entero” y nos cuesta trabajo entender con argumentos. Preferimos lo fácil, las explicaciones con poco raciocinio y las fórmulas simplistas. Y así, como una masa maleable, nos dejamos convencer desde ficciones y quimeras. Sin embargo ante ello, nos dice Héctor Abad Faciolince, que da la impresión de que la “ignorancia” de los colombianos no es buena explicación. “Si lo nuestro es ignorancia, forma parte de la misma ignorancia global, del primer mundo que destruye la idea de una Europa unida y en paz, del segundo mundo que elige una y otra vez al mafioso de Putin, y del tercer mundo del extremo oriente y del extremo occidente”.

Nos enfrentamos entonces a un problema no solo local, sino global. Basta observar como Donald Trump ha logrado movilizar millones de ciudadanos en Estados Unidos bajo el lema “Make America Great Again” (haz de América un país grande nuevamente), un tagline que encierra sin dudas, una clara incitación a la xenofobia y a una especie de endogamia nacionalista, que observa como despreciable y peligroso todo lo que es distinto, lo que es raro, lo que viene de afuera.

Y es allí, en esa violencia discursiva donde se construye esa otredad, ese enemigo público, que en mercadotecnia política se ha vuelto tan efectivo para movilizar las masas, para legitimar la violencia como forma única y eficaz de resolver conflictos; y que algunos no solo en Colombia, sino alrededor del mundo, han sabido capitalizar para favorecer sus intereses personales, políticos y partidistas. El miedo como principal herramienta del poder y la creación de un enemigo público, para manipular a las masas.

Ese enemigo público en Colombia ha tenido diferentes nombres: liberales, izquierda, comunismo, guerrilla, narcotráfico y más recientemente la “ideología de género” o el ‘’castrochavismo’’, términos que bajo la lupa de la academia, carecen de todo fundamento teórico y rigurosidad conceptual. Hay sectores retardatorios que pujan con todas sus fuerzas para que el enemigo persista, lo obligan a mutar para que no se acabe, porque es quien justifica el ejercicio de su poder, sin enemigo ellos no son nadie y a través del miedo, del pánico colectivo diseminado a través de modos tan creativos como ilegítimos, logran acaparar la atención, logran movilizar, tener la credibilidad que de otra forma no obtendrían.

A propósito de ellos, nos dice Carlos Fajardo1  que “detrás de los actuales debates teóricos sobre nacionalismo, sobre identidad, sobre política y fundamentalismo religioso, hay un tema oculto: la pasión"…y prosigue… “la pasión es siempre impulsiva, sin mediaciones: lo quiere todo o nada".

De esto al fascismo no hay distancia alguna. Sus resultados son los dogmatismos, el terror, las persecuciones, las acusaciones, y, por ende, paranoias y atrocidades.

Lo que pasó en Colombia con la votación del 2 de octubre, fue el resultado de una profunda desinformación, entremezclada con una  manipulación calculada y premeditada por fuerzas políticas opuestas a la ruptura de viejas prácticas políticas clientelistas y corruptas, que además se soportan en la idea de un enemigo al que hay que destruir a toda costa.

Michel Foucault en su concepto de Biopolítica, explica que las sociedades modernas se caracterizan porque el poder ya no se ejerce sobre el cuerpo, sobre el individuo sino sobre la masa, de allí el concepto emergente de ‘’población’’ en los estudios políticos contemporáneos. Explica Foucault que el poder político requiere el desarrollo de tecnologías de control, normalización y estandarización de las sociedades. Es en este punto donde la guerra aparece como una nueva tecnología de la biopolítica que tiene su base en fenómenos como el racismo, la exclusión y el rechazo de lo que no entra en el campo de lo "normal”.  "Ésa  es la  primera  función  del  racismo,  fragmentar,  hacer censuras dentro de ese continuum biológico que aborda el biopoder’’.  Explica Foucault que "el racismo, justamente, pone en funcionamiento, en juego, esta relación de tipo guerrero –si quieres vivir, es preciso que el otro muera–".

Podríamos afirmar entonces que elegir la guerra y la violencia como camino, es un asunto íntimamente entrelazado con fenómenos históricos, culturales y globales, que encuentran en países como Colombia, condiciones propicias para su profundización. Ciertamente hay sociedades más proclives a la violencia que otras, hay países que sin duda, tienen una mayor tendencia al conflicto y que ven en la guerra la posibilidad de eliminar al otro, evitando así la dolorosa verdad y la confrontación; eludiendo el compromiso con su historia, con su memoria.

En contraste a ello, y desde otras latitudes, vemos como algunas naciones han decidido poner fin a la guerra, en contextos aún más complejos que el colombiano. Valdría la pena entonces que nos preguntáramos ¿por qué en Colombia seguimos tan seducidos por la guerra?
________________________

1La Emocracia Global. Carlos Fajardo Fajardo. Le Monde Diplomatique. Mayo de 2012

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Nota

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