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Opinión

El Centro de Medellín: evocación y anhelo

17/04/2017
Por: Mario Yepes Londoño, profesor Facultad de Artes, UdeA

"... Hoy el Centro, arrasado en su arquitectura inolvidable, sigue siendo fascinante para quien se sienta en su ciudad y en su país. Para quienes no pueden despojarse de su condición de clase para juzgarlo todo, es un horror indecible; algunos ni siquiera volvieron y otros no lo conocen..."

Mis primeros años de crianza, entre 1947 y 1953, fueron en una casa de propiedad de mi abuela materna, ubicada en la Avenida de la República: el cuarto nombre de las vías que se alargan junto al cauce de la Santa Elena, la quebrada que empieza en La Playa y sigue en las avenidas Primero de Mayo y De Greiff; ésta muere en el cruce con Cúcuta, la carrera sostenida por un puente de ladrillos oculto por la cobertura pavimentada pero que nosotros veíamos, desde el tramo descubierto al frente de nuestra casa, cuando cruzábamos un puente estrecho que nos llevaba a uno de nuestros lugares favoritos de juego: la estatua de Francisco Antonio Zea, inmerecido mármol del maestro Marco Tobón Mejía; entonces la plazuela era un parque y no el muladar de hoy.

Siguiendo la quebrada llegábamos a la Estación Villa, donde todos los domingos íbamos con padres, tíos y primos a ver la llegada imponente, sobrecogedora, del tren de vapor de Puerto Berrío. En 1953 nos fuimos a vivir en el barrio Los Libertadores (San Joaquín), pero volvimos durante un año en 1956, cuando ya avanzaban los trabajos de cobertura del último tramo de la quebrada. Entonces desaparecieron de sus márgenes los guayacanes y las “mionas” cuyas flores llenas de agua nos lanzábamos a la cara. También desapareció la tienda donde mi abuelo paterno nos “vendía” bocadillos, y desapareció la infancia, y en poco tiempo se acabó el ferrocarril.

El Centro sigue siendo para mí un territorio donde se concreta Medellín, el rostro convulso de su organismo social. Viví varios años en el Parque de Bolívar y, alternando con barrios periféricos, recurrí a la misma zona siendo soltero en Bolivia con Bolívar, y luego casado (mi esposa se crio por allí) y con mis hijas, hasta cuando el avance del lumpen desterró a todo el que no viviera de cinco pisos para arriba y quisiera criar hijos sin peligro. Tuve que resignarme a no escuchar más las campanas de la Catedral (los curas han acabado con toda la buena música). Hace 35 años vivo en Envigado pero casi todos los días bajo al Centro.

Para mí, además de Guayaquil y otros bajos fondos, el Centro es el lugar donde escuché muchas veces la Retreta de la Banda de la Universidad de Antioquia, desde la era Joseph Matza; donde con buenísimos amigos fui a innumerables conciertos de Pro Música en el Lido y en el Junín; y donde estrené y mantuve obras de teatro y de ópera en el Pablo Tobón Uribe y en el Pequeño Teatro, y luego en El Tablado, hasta cuando vino el despojo.

Hoy el Centro, arrasado en su arquitectura inolvidable, sigue siendo fascinante para quien se sienta en su ciudad y en su país. Para quienes no pueden despojarse de su condición de clase para juzgarlo todo, es un horror indecible; algunos ni siquiera volvieron y otros no lo conocen. Sí, por allí circula toda la agitación, “el sonido y la furia”, pero también la belleza y la vida. El Centro es el vientre, la circulación obligada de una ciudad que ahora, al contrario de cincuenta años atrás, tiene gente viviéndola, que llega desbordadamente y la atraviesa desde todos sus puntos cardinales.

La mayoría se encuentra en el límite de la supervivencia, del rebusque sin pausa y del todo vale, es cierto. Pero eso fue lo que construyó nuestra “clase dirigente”, la misma que se pasó a dirigir el mismo libreto y el mismo destino desde alturas cada vez más inaccesibles.

Tengo la plena certeza de que el Centro es recuperable, pero no lo hará por sí mismo ni solo: tendrá que hacerlo toda Colombia, cuando haya igualdad de oportunidades y educación en el respeto por la diversidad; cuando la gente recupere (o aprenda por primera vez) el disfrute del silencio y pueda conocer alternativas en la cultura que no sean más de lo mismo que le han molido.


Nota

Este es el espacio de opinión del Portal Universitario, destinado a columnistas que voluntariamente expresan sus posturas sobre temáticas elegidas por ellos mismos.  Las opiniones aquí expresadas pertenecen exclusivamente a los autores y no reflejan una opinión o posición institucional de la Universidad de Antioquia.

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