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Opinión

La necesidad de una cibercultura crítica

25/10/2017
Por: María Sofía González Peláez, Lic. Educación Básica enf. Ciencias Sociales Magister en Educación Docente Departamento de Pedagogía UdeA

"...la cibercultura también implica la incorporación de una cultura informacional que promueva, no sólo las capacidades para acceder y usar la información, sino también, desplegar el potencial social que ella alberga...."

La producción global de tecnologías digitales (TIC), en permanente expansión, ha creado un ambiente natural y cercano de interacción social que se articula a diversos ámbitos de la vida académica, laboral, política, cotidiana individual y colectiva, incluso a lo más recóndito de la intimidad.

Esta realidad detenta lazos estratégicos identificables entre producción de tecnologías y su exacerbado consumo del cual hacemos parte. En este contexto es menester que la comunidad universitaria promueva un consenso común que enfatice la apremiante necesidad de comprender la esencia de las relaciones sociales que se ponen en juego con el advenimiento de un mundo tecnologizado. Surgen varias inquietudes, entre otras.

¿Cómo estamos construyendo sociedad en el entramado tecnológico actual? ¿Cuál es la representación de la tecnología en la cotidianidad?

Resulta innegable que la experiencia humana está modulada por la interacción cultural ahora en vía de la tecnologización. Lo que significa una influencia de la cultura digital sobre la identidad de las personas (Sibilia, 2012, p. 20). Así las cosas, muchas de las nuevas prácticas sociales que se desarrollan vía internet, en la virtualidad o como diría Lévy en el ciberespacio, facilitan la expresión de toda clase de conductas humanas, sobresaliendo el fenómeno de exhibición de la intimidad tan violentada en estos tiempos o, en otras palabras, la constitución de una sociedad del espectáculo, en donde la privacidad de nuestros actos se convierte en mercancía, como diría Paula Sibilia, “se es lo que se ve”.

El potencial que concentran las tecnologías digitales puede asumirse a partir de dos caminos de comprensión. El primero conlleva a concebirlas como un medio para la instrumentalización del pensamiento y como forma de racionalización de todo tipo de actividad social. Esta interpretación de lo tecnológico como instrumentos socialmente útiles, considera su valor por la función más no por su sentido: el uso exorbitante de dispositivos, videos, enlaces, aplicaciones, redes digitales, usar, usar, usar. Esta forma de comprensión presupone un “imperativo” que trae consigo la promesa de garantizar la eficiencia, la eficacia y la racionalidad en el logro de los procesos, indistintamente de su naturaleza. Una especie de fetichismo de la idea de progreso que desconoce las complejidades y necesidades humanas, cuya centralidad está en el seno de una formación social, crítica, humana y sensible, y no en la habilidad tecnológica.

Bajo estas ideas, se contempla una dependencia gravitacional que sirve de base a una automatización de la sociedad y de la conducta humana. Una forma de determinismo tecnológico donde la persona, los colectivos y las instituciones se ven obligadas a adoptar la omnipresencia de las nuevas tecnologías. “Adoptar una tecnología necesariamente implica adoptar ciertas prácticas conectadas con su uso” (Feenmberg, 2016, p. 102).

Si bien las relaciones entre grupos de personas de diferentes culturas podrían validarse en su autonomía al compartir su pensamiento, no obstante, desde esta perspectiva se limitan al uso de dispositivos y redes de internet, y se les somete a manipulaciones, conjeturas e incluso ridiculizaciones manifiestas en osadía de la ira. Basta navegar las redes sociales para encontrar los desafueros que lindan mucho más con un estrado de engaño y agresividad. Palabras irónicas que hieren el corazón de quien piensa diferente y clavan el veneno del sarcasmo.

Lo anterior llama la atención “sobre la necesidad de pensar las relaciones entre el desarrollo tecnológico y la comprensión de lo humano” (Barragán Giraldo, 2013, p. 125). A lo sumo, la comprensión frente a la tecnología ya no se le puede considerar el uso de “una serie de dispositivos novedosos, sino que es menester su sentido social y horizonte cultural” (Feenmberg, 2016, p. 109).

El segundo camino conduce a comprender las tecnologías digitales a partir de un horizonte constructivo, ético, estético y en permanente cuestionamiento. Esto posibilita la oportunidad para situarnos y hacernos parte de una cibercultura crítica. En ella, la proliferación de tecnologías digitales nos convoca a asumir una postura y un hacer crítico en el escenario educativo y profesional. Se trata, no solamente de descifrar la pertinencia tecnológica en términos de su uso, formas de adecuarlas y resultados obtenidos en los procesos académicos como la investigación, la enseñanza, los aprendizajes y otros ámbitos más sociales como la comunicación, la socialización y la apropiación del tiempo mediado por computadores y redes de internet, el acceso a la información, la publicación o divulgación de información. Se trata especialmente de enfatizar en el ser humano que se está gestando: las múltiples formas de ser o de construcción de sí mismo y las concepciones frente al mundo que se ponen en juego en las relaciones humanas de las sociedades mediáticas actuales.

Comprender la cibercultura nos remite a propiciar nuevas formas de habitar el espacio o escenario ahora virtual, a otras maneras de interacción, a unas maneras de actuar y de vivir; esto es, a una construcción y puesta en común de sentidos -dimensiones sociales todas complejizadas en este espacio-tiempo tecnológico digital- que ya no se corresponde con los modelos universales de conocimiento, socialización y racionalidad propios del sujeto de la modernidad ni el de sus instituciones (Rueda, 2013). Se hace necesario propiciar espacios de formación en cibercultura que construya elementos conceptuales, interpretativos, metodológicos y prácticos sobre el fenómeno tecnológico imperante, y ahora presente en todos los ámbitos de la vida.

No es que no existan intentos serios de avalar teórica y vivencialmente esta visión crítica de la cibercultura. Desde mediados del año 2011, la Facultad de Educación de la Universidad de Antioquia ha llevado con sigilo esta reflexión a través de diferentes espacios de formación e investigación que interrogan la razón instrumental y digital, y promueven una forma de decolonización epistémica en las prácticas educativas, actualmente ajustadas por la cultura digital.

Finalmente, destacar que la cibercultura también implica la incorporación de una cultura informacional que promueva, no sólo las capacidades para acceder y usar la información, sino también, desplegar el potencial social que ella alberga. Igualmente, hacer consciencia frente a los intereses o monopolios económicos y políticos que subyacen a las condiciones de acceso a la información. Por otra parte, entender que nosotros somos los mayores consumidores de tecnologías, de las grandes empresas productoras situadas en el corazón del Silicon Valley.

Estas consideraciones suponen la formación en competencias (habilidades, conocimientos y valores o como se le prefiera nombrar), de naturaleza social, intercultural, ética, política, constructivista, afectiva, sensible y crítica, para hacer frente a los retos de la era digital. En definitiva, es necesario redireccionar el modelo educativo centrado en desarrollos tecnológicos, funcionales y operativos, en busca de una cibercultura crítica universitaria que privilegie el sentido humano de las interacciones sociales.


Nota

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