Opinión

Poca añoranza despertará en un futuro quien actualmente dirige el Ministerio de Tecnologías de la Información y las Comunicaciones (Mintic), la señora Karen Abudinen. Su escaso espíritu analítico y su poca claridad para enfrentar la situación por el contrato otorgado a la unión temporal Centros Poblados, con miras a llevar internet a 10.000 sitios rurales del país, hacen presumir de su incapacidad ministerial y administrativa, así como de su desconocimiento a propósito de la noción de lo público, un concepto que debe ser del dominio de todo aquel que ocupe un cargo de tal alcance. Ante la ignorancia sobre este término por parte de funcionarios como la ministra Abudinen, pueden resultar oportunas algunas ideas en torno al sentido y los alcances de lo público.

Pensar en lo público remite necesariamente a la esfera de lo social, que no es otra cosa que la expansión del oikos (hogar) griego, dedicado en exclusivo a obedecer las leyes privadas y, en consecuencia, a servir a la vida doméstica. Según Hannah Arendt, este concepto se entiende como el tránsito del oikos tradicional al ámbito de lo social, donde lo cotidiano empieza a ser dirigido y administrado por la organización estatal.

Tal precisión semántica constituyó el ingreso al mundo de la política y de lo público, hecho que borró las fronteras entre esta esfera y lo privado, redefiniendo, en consecuencia, las acciones específicas del que dejó de ser universo doméstico y pasó a un territorio concebido por la apertura hacia lo colectivo con implicaciones fundamentales para los ámbitos ya mencionados.

Pero hay algo también interesante, y es que la misma dicotomía entre lo público y lo privado remite a una idea de “ciudadano”, concebido como igual y libre, rasgos que se conquistan en tanto se ingresa o, mejor, se hace parte del mundo de lo oficial. Este universo entonces vincula la ciudadanía con la identidad política; aquella no es natural, aunque es, sí, el resultado de una construcción, entendida como voluntaria, según la pensadora ya referenciada.

En tal sentido, los ciudadanos que ingresan a la esfera oficial son sujetos libres que, luego de separarse de su mundo personal, particular y de sus limitaciones, están en condiciones de encontrase y compartir con los otros. El sujeto gubernamental es quien puede ingresar a la escena de las representaciones públicas y allí se hace visible a través de sus acciones y de sus palabras expresadas en forma clara e independiente. Efecto del artificio político de la ciudadanía, el individuo oficial se hace acreedor de derechos y deberes, de los que goza y cumple, siempre y cuando sus actos estén mediados por la transparencia y la responsabilidad.

Así, la visibilidad que conceden al funcionario su palabra y actos claros y responsables le otorgan el privilegio de la igualdad y del reconocimiento. De lo contrario, la representación de quien incumple sus funciones, entre ellas la de velar por lo estatal, se verá expuesta a la sanción social, moral, política y jurídica de todos los demás que hacen parte del mismo oikos. Obrar, entonces, desconociendo el sentido de lo oficial, como en el caso de la ministra de las TIC, es atentar contra el patrimonio de la nación, acción que se traduce en una forma obscena de profundizar la brecha de la desigualdad, y constituye una limitación inadmisible para que el país rural acceda de igual forma al urbano, al mundo de la información y al terreno de lo social.

Hoy por hoy, un país sumido en la democratización del esfuerzo mínimo mira con asombro al gobernante que se obstinó en mantener en su cargo a la ministra Karen Abudinen, quien desde su despacho aprobó un contrato billonario y “oscuro” con el que frustró las expectativas de maestros y de niños del mundo rural que, esperanzados en la conectividad digital, no pudieron volver a la escuela a través de un clic, ni tampoco retomar la lección que espera a sus aprendices en un salón aún vacío.

Septiembre 8/2021

Notas:

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