Formas de traicionar al progresismo (y dormir tranquilo)
Formas de traicionar al progresismo (y dormir tranquilo)
«Persistir en dividir aún más a la sociedad en bases de clasismo y diferencias económicas, es una traición flagrante al progreso del país. El verdadero progresismo trabaja en construir puentes, no en segmentar, señalar y exacerbar las diferencias. Es comprensible que la oposición, en muchos casos, actúe con interés propio, egoísmo o simple obstáculo, pero un líder progresista debe entender que la gestión pública implica diálogo, negociación y límites claros, no enfrentamientos en redes. La verdadera fortaleza reside en la capacidad de construir consensos y en saber cuándo ceder o cuándo insistir sin perder la compostura».
Muchos líderes caen en el error de no aceptar sus propias limitaciones: desorden, depresiones, vanidad, conflictos, paranoia, incumplimientos. Antes de aspirar a una posición de liderazgo, el autoconocimiento, la autocrítica y la madurez emocional son fundamentales.
En la política moderna, y en democracia se supone que indiferente a las banderas, se busca avanzar en igualdad, justicia social y soberanía popular. Sin embargo, existen prácticas que, en lugar de fortalecer esas causas, las minan desde adentro, traicionando sus propios principios. Estas son doce formas —estructuralmente dañinas— en que el progresismo se traicionó a sí mismo.
1. Guardar secretos vergonzosos con los enemigos del ideal. La transparencia progresista muere cuando los líderes esconden corruptelas tras la «confidencialidad», confiando en cuestionables operadores que chantajean. Los secretos se convierten en un escudo para no afrontar errores o corrupción, dejando expuesta la credibilidad del movimiento. Esto en lugar de promover una cultura de honestidad y rendición de cuentas, perpetúa la impunidad y favorece el descrédito social. El secreto, cuando protege impunidad, no es estrategia: es complicidad.
2. Nombrar incompetentes por lealtad tribal. Promover al amigo inepto o al militante sin formación —bajo el eufemismo de «confianza política»— empobrece la gestión pública. El clientelismo con discurso revolucionario sigue siendo clientelismo.
3. Hablar en metáforas vacías y creer que eso es gobernar. Discursos altisonantes sobre «tormentas perfectas» o «batallas épicas» no pagan salarios. Cuando la poesía política reemplaza a los planes concretos, el progresismo se convierte en un taller de narrativa, no en un proyecto de país.
4. Combatir a la oposición en vez de combatir desigualdades. Cuando el enemigo deja de ser la pobreza para ser «el fascismo», se abandona la lucha por transformar para dedicarse a la pelea por trending topics.
5. Desaparecer en crisis con estilo cosmopolita. Ausentarse en eventos con excusas nada creíbles revela las prioridades. Un «líder» que viaja a foros mundiales con innecesarias y costosísimas comitivas, mientras su pueblo sufre por la iliquidez del país, no es internacionalista, es turista con banda presidencial.
6. Usar al pueblo como escenografía. Llevar a seguidores pobres a marchas con consignas emocionales e incendiarias, sin darles herramientas reales de movilidad social, es pobreza instrumentalizada.
7. Polarizar como táctica. Alimentar grietas para ocultar falta de resultados es el último recurso del mediocre. El verdadero progresismo construye mayorías, no enemigos imaginarios. La intolerancia hacia quienes no comparten una visión puede dividir aún más un país fracturado.
8. Apoderarse de símbolos caducos para movilizar emociones. Resucitar banderas históricas descontextualizadas —o mitificar revoluciones pasadas— para tapar la falta de ideas nuevas es nostalgia política: útil para mítines, inútil para gobernar.
9. Vivir como la élite mientras se predica contra ellas. Transmisiones con el pueblo en actos oficiales atacando con cañonera la concentración del poder en élites no compensan un gobierno de corte igual de elitista, inoperante e incoherente que sigue ocultando sus agendas.
10. Relativizar la violencia. Condenar muertes según quién las comete —y no por ser muertes— es cinismo humanitario. El dolor no tiene ideología, y quien lo politiza pierde autoridad moral.
11. Anunciar revoluciones y entregar reformitas. Hablar de «cambios estructurales» para luego administrar el statu quo con retoques cosméticos es el engaño definitivo. Si tras años en el poder las jerarquías siguen intactas, hubo marketing, no revolución.
12. Creerse el personaje. El peor pecado: cuando el líder termina creyendo su propia mitología, rodeado de aduladores que le ocultan la realidad. El progresismo que no tolera críticas se convierte en una secta.
El progresismo no debería traicionar ni los lineamientos ni a sus seguidores. Lo cierto es que no se está haciendo nada realmente útil y sí un daño estructural para cualquier futuro movimiento de cambio social. La fotografía muestra que todo sigue igual.
La verborragia vacua es palabrería adornada con metáforas absurdas o frases poéticas y filosóficas… que solo distraen, desinforman o, en el mejor de los casos, evaden la responsabilidad de responder. La falsa idea de que dar discursos grandilocuentes equivale a gobernar, en realidad, es una traición a la política responsable.
No toda violencia puede reducirse a buenos y malos. La tendencia a atomizarla, atribuyéndola a ciertos actores, obvia su complejidad y las problemáticas sociales y humanas conexas. Permite lavarse las manos y desentenderse con argumentos que se caen por su propio peso. Ubicar en el panorama a agresores y víctimas en algún lado, es atenuar taimadamente un desgobierno.
Cuando se gobierna se hace con el ejemplo. Cuando se desaparece sin explicación —como un niño que huye de sus responsabilidades—, no solo abandona sus funciones, sino que traiciona la confianza de quienes creyeron en su liderazgo. Mas parece un síntoma de un ego que prioriza caprichos sobre obligaciones y se sumerge en la frivolidad: gustos excéntricos, conductas desobligantes. Y cuando el escapismo y el narcisismo gobiernan, solo queda un saldo: un país huérfano, y un presidente que, en vez de historia, acumula anécdotas penosas.
Así mismo, el uso oportunista de símbolos y discursos independentistas en un contexto de crisis social y económico es otra traición al progresismo. Tomar símbolos patrios para enaltecer una causa, puede estar alejada de necesidades genuinas. Esto fomenta una movilización superficial, que, en lugar de soluciones, alimenta la emocionalidad y la populista euforia, alejando a la población de la reflexión crítica y la participación consciente.
Persistir en dividir aún más a la sociedad en bases de clasismo y diferencias económicas, es una traición flagrante al progreso del país. El verdadero progresismo trabaja en construir puentes, no en segmentar, señalar y exacerbar las diferencias. Es comprensible que la oposición, en muchos casos, actúe con interés propio, egoísmo o simple obstáculo, pero un líder progresista debe entender que la gestión pública implica diálogo, negociación y límites claros, no enfrentamientos en redes. La verdadera fortaleza reside en la capacidad de construir consensos y en saber cuándo ceder o cuándo insistir sin perder la compostura.
No se puede soslayar que el comportamiento de algunos líderes muestra estar obsesionados con su apariencia, mientras no enfrentan sus propios problemas emocionales. La dismorfofobia, la vanidad superficial y la búsqueda constante de reconocimiento generan un ego inflado, desconectado de la realidad social.
Por último, burlarse de sus ministros y ningunearlos… invisibilizar a su vicepresidente por incomoda, al decir verdades de a puño o botar a ministros valiosos y solo mantener a los que se pliegan a su mandato y obedecen, no es democracia… es soberbia, sino autocracia.
Estas formas son una serie de traiciones al espíritu amplio del progresismo. Es importante que quienes se autodenominan así se cuestionen sin prejuicios y eviten la reactividad acrítica y fanática que produce el culto a la personalidad. Estas traiciones son síntomas de una degeneración que produce el poder. El progresismo auténtico no necesita villanos externos para justificarse. Mientras estos vicios sigan, la derecha seguirá riendo... y los pueblos, esperando para decidir entre malos y muy malos.
El progresismo no es una ideología, es un compromiso visceral con la dignidad humana. Por eso duele tanto ver cómo estos —revolucionarios—, convierten la esperanza en un chiste cruel. Los animales políticos al final defraudan, desencantan. Se desperdició una oportunidad… el progresismo se suicidó y siguen besando el anillo del poder que juró combatir. La historia los juzgará.
Plus: Un periodista preclaro: El nuevo gobierno no es cambio, es solo el turno de otros para saquear el fisco con distinto disfraz.
- * Investigador en ciencias de la salud y observador de asuntos globales.
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