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Karol (G) Kapitalista: not so amazing

19/05/2025
Por: Wilson Arturo Orozco Jimenez. Profesor de la Escuela de Idiomas de la UdeA.

«El padre se le tira encima mientras ella se explaya en el piso, gritando ella con sorpresa: «¡Paaapiiii!»... En fin, el documental nos muestra hacia el final cómo Karol G llega a su tierra a darnos un concierto. Lo logró, la rompió. Porque, como todo buen antioqueño, no olvida sus raíces después de ese, su largo peregrinaje pleno de trabajo, sudor y lágrimas. A todo esto y en pocas palabras, Carolina Giraldo sigue encarnando el más conservador de los comportamientos y el más vacuo de los discursos. No es casualidad entonces que llene estadios por donde pase».

El documental de Netflix sobre Karol G juega con lo más clásico del relato: niña que canta y baila. Adolescente acosada sexualmente y, por ello, abandono momentáneo de su incipiente carrera musical. Pero, regreso a ella. Éxito. Ayuda a los pobres como buena millonaria. Todo muy bonito.

Las palabras más utilizadas por Karol G son: «proyecto», «inversión», «mujer con obstáculos». Una de sus seguidoras habla incluso de que, su música, tiene que ver con la Women Power. Habría que decir más bien el poder de consumo de la mujer que, algunas, ven como liberación sin percibir que caen en una de las tantas formas de esclavitud capitalista. Y Karol G sí que es una eximia ofrecedora de servicios para sus clientes.

Cada concierto es una posibilidad de ofrecer lo mejor. Cada concierto es más grande, más espectacular, muy propio de los tiempos obesos que vivimos. Conciertos con todos los artilugios del mundo del espectáculo donde la música ya pareciera algo secundario. Con una ética laboral admirable, pero, con un perfeccionismo que la hace sufrir, es decir que, por supuesto, la llena de goce: todo le parece una chimba y amazing. Y, a la vez, nada le parece una chimba ni amazing. Los «errores» de sus conciertos, como bien se lo hace saber uno de sus servidores, no los ve sino ella. Pero eso no es obstáculo para que viva constantemente estresada, llorosa. Lágrimas que constantemente le arruinan su maquillaje. Lo bueno es que tiene a todo un séquito de servidores que vuelve y la maquilla. Hasta la próxima lagrimiada. Porque lo suyo es una insatisfacción estructural: no está satisfecha con su peso, con su cuerpo, con su ropa, con lo que hace.

Eso sí, todo su discurso es el de una empresaria que lo logró: todos esos esfuerzos de niña al lado de su padre. Toda esa «inversión» que tuvo sus buenos resultados. En últimas, sigue encarnando todo el ethos del capitalista antioqueño. No es una Bancolombia, pero lo parece. Porque ella constantemente está hablando de visualizarse, de creérselo. Mejor, en sus propias palabras, de romperla. Por supuesto, todo eso lo hace retrospectivamente y, por eso, parece que su discurso tiene sus efectos. Habría que pensar en toda la gente que hace lo mismo, que se visualiza, y no lo logra. Esos que son legión. Y que no la rompen por más que lo intentan.

Karol G parece aún una niña. Esa linda sonrisa espontánea y naif. Esa forma de hablar. Esas lágrimas. Esas letras catárquicas. Toda esa parafernalia infantil, tanto de las carátulas de sus trabajos como de sus conciertos. Y, por más que haya recorrido medio mundo, no parece haber salido de Provenza. Peor, no parece haber salido de su asfixiante círculo, tanto laboral, de público, como familiar. De hecho, parece asfixiada por toda esa gente que la rodea y a la que, paradójicamente, no quiere dejar de complacer. Con razón duerme poco. Eso sí, si bien por dentro siente que no vale nada, por fuera da la imagen de ser toda una bichota. He ahí una de sus tantas dolorosas paradojas.

Pero volvamos a su familia. Después del acoso de siempre, la envían a Nueva York, adonde una tía, a estudiar inglés y administración de empresas. Es decir, todo en la línea de las aspiraciones de la clase media emergente. Su hermana es una de sus asistentes. Su madre no la abandona ni de noche ni de día. El padre se le tira encima mientras ella se explaya en el piso, gritando ella con sorpresa: «¡Paaapiiii!»... En fin, el documental nos muestra hacia el final cómo Karol G llega a su tierra a darnos un concierto. Lo logró, la rompió. Porque, como todo buen antioqueño, no olvida sus raíces después de ese, su largo peregrinaje pleno de trabajo, sudor y lágrimas. A todo esto y en pocas palabras, Carolina Giraldo sigue encarnando el más conservador de los comportamientos y el más vacuo de los discursos. No es casualidad entonces que llene estadios por donde pase.


Notas:

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