¿Cuál es el pueblo pobre del presidente Petro?
¿Cuál es el pueblo pobre del presidente Petro?
«Petro podrá amar a los pobres, pero existen los pobres antipetristas, los mismos que eligieron sus representantes al Congreso y que se oponen o tienen reparos a las reformas presentadas por el presidente».
El presidente pretende que lo apoye el pueblo pobre. ¿Pero quién es el pueblo y qué tan factible es agrupar a todos los pobres de Colombia en una única esquina de la política?
El pueblo y el antipueblo
El presidente Petro insiste en que su estrategia de gobernabilidad incluye la organización y movilización del pueblo para que defienda las reformas presentadas por su gobierno ante el Congreso y para evitar su derrocamiento —«golpe blando»— a manos de la oligarquía o el establecimiento. Las movilizaciones, según el presidente, deben «interpelar» esos poderes de facto, que serían ilegítimos porque no fueron elegidos por el pueblo.
El pueblo invocado constantemente por el presidente son los pobres, los excluidos «el que nunca ha tenido ni poder ni riqueza y ha sido excluido o excluida en la sociedad colombiana».
En el caso de Colombia, si seguimos datos del Dane, esos pobres podrían ser aproximadamente el 40 % de la población, la mayoría de ellos ubicados en zona rural. En la zona urbana, la mayoría de pobres está en las grandes ciudades. Posiblemente, esos pobres sean más si el análisis es en términos del «que nunca ha tenido poder», pero no hay datos disponibles al respecto.
Para Petro el sujeto pueblo tiene un doble papel: es la víctima de la injusticia social y también el protagonista de la vida política, el actor del cambio.
Como el pueblo no logra auto organizarse, el líder —el presidente— tiene que cumplir una tarea: estimular la construcción de la identidad del pueblo, para lo cual recoge las distintas demandas sociales, económicas y políticas de los pobres. Para el caso, las reformas de salud, pensiones, laboral, agraria y educativa condensarían tales exigencias.
Petro podrá amar a los pobres, pero existen los pobres antipetristas, los mismos que eligieron sus representantes al Congreso y que se oponen o tienen reparos a las reformas presentadas por el presidente.
Igualmente, el líder, el presidente, tiene que definir el adversario, o incluso el enemigo, del pueblo: el antipueblo. Para esto utiliza denominaciones amplias, como la oligarquía, los grupos dominantes, el establecimiento y otras que permitan al líder cobijar con ellas a quienes él considere opositores.
La injusticia social es el resultado de la acción del antipueblo, es decir de la oligarquía o el establecimiento. Para librarse del opresor, el presidente considera que el pueblo víctima debe organizarse, movilizarse y confrontar al antipueblo. El pueblo debe convertirse en un actor político protagónico de las transformaciones.
De esta manera, el presidente, que hace un llamado a un acuerdo nacional, al diálogo, a la reconciliación y al amor, crea en la práctica una línea divisoria entre dos bandos antagónicos: el pueblo, que él representa; y el antipueblo, los que se oponen a sus reformas.
En esas circunstancias, las movilizaciones para «interpelar» a la oligarquía o el establecimiento se mueven en una delgada línea entre presión y amenaza subrepticia para que en efecto las reformas a favor del pueblo pobre sean aprobadas por el Congreso. Miedo para el antipueblo y amor para el pueblo.
Esa delgada línea puede traspasarse fácilmente según el discurso que utilice el presidente. Si el antipueblo está instalado en el Congreso, como sugiere el presidente, quizás el pueblo petrista decida que deben tomarse el capitolio.
En esa perspectiva, conviene tener presente la toma de la sede de la revista Semana por parte de algunos indígenas que participaron en la movilización convocada por el presidente en la capital de la república. El presidente no dio la orden de tomarse esa sede, pero algunos de sus seguidores consideraron que allí está parte del antipueblo.
El pueblo y la Constitución
Estimular la organización, la movilización y la participación de actores populares en la vida política del país contribuye a fortalecer la democracia. De hecho, visto así, es aportar al desarrollo de la Constitución en lo tocante a democracia participativa.
Pero reducir el pueblo a los pobres tiene inconvenientes para quien funge como presidente de todos los colombianos. El pueblo del presidente Petro es un pueblo distinto del que aparece en la Constitución que él juró acatar.
Según el artículo 3 de esta Constitución, «La soberanía reside exclusivamente en el pueblo, del cual emana el poder público. El pueblo la ejerce en forma directa o por medio de sus representantes, en los términos que la Constitución establece». El pueblo de la Constitución es el conjunto de la población y está integrado por todos los ciudadanos que habitan el territorio nacional y con los cuales el Estado y el gobierno colombiano tienen obligaciones. El pueblo de la Constitución no se reduce al pueblo pobre.
Además, el pueblo de la Constitución y el pueblo pobre de Petro no son un grupo compacto ni homogéneo. Ambos pueblos son heterogéneos. El pueblo de la Constitución —todos los ciudadanos— es uno plural y diverso, de hecho, ese es un rasgo destacado de la carta política de 1991. El pueblo invocado por Petro —los pobres— también es plural y diverso.
El gobierno no aglutina el 40 % de los pobres de Colombia ni los representa a todos. Los pobres no obran como un actor colectivo único o inscrito a un solo partido. El Pacto Histórico, la vertiente partidista del presidente, no recoge ni representa a todos los pobres del país.
Lo plural y lo diverso
Los pobres que participan en política tienen distintas orientaciones, como bien puede apreciarse en las bases sociales de distintos partidos políticos en el territorio nacional. Petro podrá amar a los pobres, pero existen los pobres antipetristas, los mismos que eligieron sus representantes al Congreso y que se oponen o tienen reparos a las reformas presentadas por el presidente.
Para entender y respetar esa pluralidad y diversidad es menester tomar distancia de la teoría de la alienación según la cual, dentro del modelo capitalista, las personas pierden invariablemente la capacidad de determinar su vida porque han sido privadas del derecho a pensar y decidir sus propias acciones.
Reducir el pueblo a los pobres tiene inconvenientes para quien funge como presidente de todos los colombianos. El pueblo del presidente Petro es un pueblo distinto del que aparece en la Constitución que él juró acatar.
Los pobres que están con el presidente serían entonces los pobres «verdaderos», los que piensan por sí mismos, porque tienen conciencia de clase, mientras que los otros serían los alienados porque están con el opositor, que los manipula y oprime.
Bajo el marco de la democracia
Mejorar la calidad de vida de los pobres es un propósito que buena parte de la población colombiana puede suscribir, pero intentar hacerlo por encima de los mecanismos e instituciones democráticas como el Congreso implicaría un choque de tal magnitud que el problema que se quería resolver, la pobreza, pase a segundo plano.
La revolución por medio de reformas, para beneficiar al pueblo pobre del presidente, es posible siempre y cuando el gobierno, respetando el Estado democrático de derecho, logre conseguir mayorías en instancias como el Congreso.
Hacerlo en el marco de la democracia y las instituciones que el presidente representa, y debería respetar, exige capacidad negociadora del equipo de gobierno para lograr acuerdos que rara vez en la contienda democrática se logran si están inspirados por intereses maximalistas —todo o nada—.
Los grandes cambios suelen empezar con pequeños logros, y quizás esos pequeños logros sean las bases de la transformación que el presidente aspira para el país.
- Esta columna de opinión fue publicada en Razón Pública el 9 de octubre de 2023.
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Notas:
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