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Opinión

Carta a Ciro Guerra

28/05/2015
Por: Selnich Vivas Hurtado Escritor y profesor de literatura indígena UdeA

El escritor y profesor de literatura indígena Selnich Vivas Hurtado en este texto hace algunos comentarios de la película El abrazo de la serpiente del director Ciro Guerra, la cual obtuvo recientemente un galardón como mejor película de la quincena en Cannes.

Estimado Ciro:

Permítame que proceda en contra del sentido común: le quiero explicar El abrazo de la serpiente. Ver una película, en estos tiempos, es un acto rutinario, incluso, mecánico. En mi caso, he visto filmes para acelerar el cansancio y caer profundo. En sentido estricto, consumo imágenes para terminar de fatigar el cuerpo y neutralizar el pensar. Para no pensar en nada. Hay, quién lo creyera, sin embargo, en medio de la contaminación visual, otras películas, también colombianas, que provocan más bien el deseo de sacudirse de uno mismo y despertar de un letargo histórico.

A esas películas pertenece la que ustedes han producido. Podrá llegar, ojalá ocurra, a un público masivo y, tal vez, se convierta en un éxito de taquilla, pero lo no negociable de la película es su terrible invitación a formularse preguntas rasquiñosas que hacen sudar por dentro. El tema de la película no es como se ha dicho el viaje por la selva amazónica de los dos etnógrafos, cada uno por su lado y con cuarenta años de diferencia, cada uno enfermo a su manera y en busca de una planta curativa, la yakruna. La historia tampoco se reduce al encuentro de Karamakate con Theo y Evan en dos momentos de su vida.

Aquí ha habido un desplazamiento del sentido habitual que tenemos para formularnos un tema colombiano. Era habitual que los de afuera (los académicos, los antropólogos, los lingüistas, los botánicos, los curas, los escritores y un largo etc. en el que es anodino decir los blancos) hablaran de los de adentro (los kubeos, los minika, los muinane, los magütagü, los yukuna, los karijona y un largo etc. en el que es un irrespeto seguir diciendo indígenas). Hablar de otro es siempre un hablar mal, es decir, un hablar desde los prejuicios. Los de afuera también inventaron el hablar por, el hablar en lugar de. Y esta fórmula retórica sirvió para que ellos representaran a los de adentro, pues los de adentro no eran capaces de hablar por sí mismos. Sus formas de hablar no eran válidas para los de afuera, que sabían mejor que los de adentro de qué se tenía qué hablar cuando de hablar de los humanos se trataba. Y eso incluía, por supuesto, en qué idioma se debía hablar.

El abrazo de la serpiente no habla de, ni por ellos; les da la palabra y, al hacerlo, dignifica sus lenguas, sus formas de elaborar el pensamiento, de concebir la historia, en igualdad de condiciones frente a otras lenguas supuestamente privilegiadas para el conocimiento. Lo que, en este caso, significa concebir, parir, otra historia desde un vientre hasta ahora no legitimado. Una historia distinta en la que es posible entender y vivenciar, en cuerpo propio, que no existe una historia única. Toda historia única es recorte, es decir, manipulación y violencia. En cambio, una historia en la que varias narrativas se juntan para contradecirse y tensionarse es un canto de dulzura y sabiduría.

La primera gran conquista del proceso de humanización fue ese instante en el que pudimos hablar el idioma del otro con la misma fluidez que él hablaba nuestro idioma. No hay idiomas superiores. Entre más idiomas le aporte a mi comunicación más herramientas y garantías tendrá el anhelado proceso de humanización, la generosa compañía del diálogo. Quienes hablan varios idiomas aprenden a valorar el conocimiento del otro. Manduka habla alemán y defiende a Theo no porque sea su sirviente sino porque ha descubierto en qué consiste la pasión de quien dibuja, colecciona, clasifica, estudia piedras, mariposas, plantas y hasta vocabularios de varias lenguas. Pero a su vez Manduka habla el kubeo del joven Karamakate, es decir, comparte con él una historia común y sabe entender sus odios y sus dolores, sus carcajadas y sus secretos, sus modos de aprendizaje: silencioso y solitario en medio de la selva. Que Evans y el viejo Karamakate se comuniquen en minika más que en español no es una exageración de la película ni una fantasía lingüística. Es parte de la otra historia que no nos habían contado. Muchos alemanes se hicieron indígenas antes que los colombianos.

Colombia no es ni era un territorio en el que únicamente se hablaba español. La lengua hegemónica se impuso para el beneficio de un modelo económico particular, para el privilegio de una élite incapaz de hablar las lenguas de los de adentro. Mientras Karamakate y Manduka son políglotas, los colombianos ya formateados por la historia única son monolingües, es decir, incapacitados para la presencia del pensar del otro en la cabeza propia. Obligar a los otros a hablar mi lengua y solo mi lengua es el anuncio de la masacre. Permitir que la lengua impuesta borre las lenguas de los otros es un acto de complicidad con el etnocidio. Y a esto se han dedicado las instituciones del Estado, la iglesia, los intelectuales, las academias y hasta el arte, sin excluir al cine. Que una película colombiana incluya de manera natural, con hablantes nativos, las lenguas de los otros puede ser el principio del principio. De ese principio que la historia única se ha negado a declarar: somos diferentes y solo la diferencia nos ratifica la humanidad.

No hay artificialidad ni exotismo en la película. Cuando Karamakate dice jibie (mambe, en minika) se refiere exactamente a lo mismo que Theo cuando dice Kompass (brújula, en alemán) o Evans cuando dice cientista (científico, en portugués). Solo que nos encontramos con epistemes distintas, modos distintos de producir y transmitir el conocimiento. Que no necesariamente tienen que ser mejores o peores. Karamakate, el joven, le aclara a Theo en kubeo que el conocimiento es para todos, el de los kubeos y el de los alemanes. A su vez Theo explica que adoptar el conocimiento foráneo en olvido del propio es un riesgo demasiado peligroso. El Theo y el Evan de la película no son los típicos gringos que vienen a mandar en la selva. En medio de sus debilidades humanas (el obsesivo coleccionista de piezas para museos y el buscador de materias primas baratas para ganar la guerra, respectivamente) llegan a entender que los habitantes de la selva también poseen un saber científico válido, capaz, por ejemplo, de curar sus fiebres o su impotencia onírica y, por tanto, benéfico para la humanidad entera. Eso explica que hablen las lenguas de los que no son europeos, que valoren el poder de las plantas. Cada especie, animal o vegetal, es portadora de una parte de la memoria del planeta. Atender a esa memoria es crecer en respeto de sí mismo como especie.

El abrazo de la serpiente es un principio para romper el discurso oficial dominante. Como ruptura inicial tiene, es obvio, algunas fallas. Esperables: los errores de traducción. Varias expresiones del kubeo y del minika fueron interpretadas de otra manera y traducidas a la ligera. Esto es comprensible, pues estamos al comienzo de una reivindicación del otro después de más de quinientos años de desprecio. Vale la pena, sin embargo, que se corrijan estos detalles. Bene bi, por ejemplo, no es mira, sino ven a aquí. Cuestionables son los errores que siguen reproduciendo los clichés contemporáneos. Los cantos empleados como música de fondo fueron desperdiciados. Y se hubieran podido recuperar dentro de la semántica narrativa general. Uno de ellos dice: Jitoma, Jitoma biiyi. Buinaima, Buinaima biiyi. El ruaki o canto, seguramente adaptado de la versión de María Mulata, habla de la llegada de dos fuerzas poderosas, el dueño de las energías lumínicas y el dueño de las energías del agua. Qué bello hubiera sido que Theo (que representa la boa) y que Karamakate (que representa al jaguar, el sol), hubieran cantado su parte respectiva. Cuando se habla de la caapi no se debe pensar necesariamente en alucinógenos y en sus efectos psicodélicos como sucede en la película cuando se pasa al viaje y a las ridículas figuritas de colores. Caapi es limpieza interior, búsqueda del conocimiento. Así mismo el título de la película porta más el ambiente sensacionalista y comerciar que el saber ancestral. Hubiera podido emplear los conceptos de las lenguas ancestrales. Yakruna, el nombre de la flor tan ansiada y buscada, hubiera sido suficientemente enigmático y suscitador como para activar la inquietud de los espectadores en todo el mundo. Pero estos lunares son apenas observaciones en medio de celebraciones.

Por favor, no deje de volver a ver su película, pues las culturas que participan en ella no se han perdido de ninguna manera. Están allí para enseñarnos todo lo que hay que desaprender y aprender de un país que se ha negado a sí mismo.

 


Nota

Este es el espacio de opinión del Portal Universitario, destinado a columnistas que voluntariamente expresan sus posturas sobre temáticas elegidas por ellos mismos.  Las opiniones aquí expresadas pertenecen exclusivamente a los autores y no reflejan una opinión o posición institucional de la Universidad de Antioquia.

 
 
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