Opinión

El encierro al cual nos condujo la pandemia obligó a los miembros de la Universidad de Antioquia a desarrollar las actividades desde la casa. Estar por varios meses estudiando, enseñando, investigando, administrando, etc., desde el lugar de residencia, evidenció que no todos tenían allí las mejores condiciones para cumplir con las respectivas tareas en su papel de estudiante, profesor, investigador, administrador, entre otras. 

Supimos que además de afrontar la carga psicológica del encierro y el temor al contagio del virus, también había que enfrentar el desarrollo de las actividades académicas en viviendas hacinadas, con dificultades para contar con un espacio propio y con un computador para poder cumplir con el trabajo, el estudio, con la investigación, en fin, con todas esas actividades características de la Universidad.

A falta de espacio también se tuvo que lidiar con el ruido producido por los miembros de la familia —humanos y no humanos— que entorpecían la capacidad de concentración. Reto mayor cuando a esos ruidos propios de la casa se sumaron los de los vecinos y los megáfonos de los vendedores ambulantes. 

Igualmente, ese ruidoso ambiente de encierro se vio agravado por los olores de la cocina propia y ajena. Ante estas circunstancias, no fueron pocos los que añoraron retornar al Campus con el deseo de encontrar allí las condiciones que ni la casa ni el barrio ofertaban para llevar a cabo un proceso educativo.

El retorno paulatino a la normalidad académica posibilitó, en principio, contar con esas condiciones añoradas para estudiar. Sin embargo, a medida que el campus fue adquiriendo el ritmo propio de la presencialidad, también retornaron ciertas prácticas consideradas problemáticas para tener justamente esas condiciones para el estudio y la enseñanza, tan difíciles de encontrar en hogares y vecindario. 

Fue así como las mesas y lugares de estudio para estudiantes volvieron a escasear, no solo por el regreso de los miles que habitamos diariamente la Ciudad Universitaria, sino también porque en ciertas áreas del Campus esos lugares empezaron a ser utilizados para ventas informales de diferente tipo. 

Algunas de esas ventas además de ocupar mesas de estudio también han afectado el ambiente para las labores académicas con ofertas de productos como alimentos que los vendedores preparan allí mismo, expeliendo olores que invaden el entorno, o sea mesas de estudio alrededor, oficinas y salones. Alimentos que son consumidos por miembros de la Universidad sin tener en cuenta si han sido preparados con mínimas medidas de salubridad.

Al olor de la comida se suma el ruido proveniente de música constante que utilizan algunos de los vendedores para entretenerse o darle un «aire» de acogida al negocio. O simplemente música que algunos estudiantes ponen en volumen alto sin tener presente a quienes intentan estudiar allí porque en la casa no encuentran forma.

Esta situación resulta en ocasiones acompasada por el humo generado por fogatas hechas para la cocción de alimentos en el marco de la celebración o conmemoración de distintos eventos. Humo que, dado el lugar de la fogata, termina por llegar también a mesas de estudio, oficinas y salones. También distintos miembros de la ciudad universitaria encuentran problemático el humo de cigarrillo y marihuana que recorre algunos sitios del campus y que, a su juicio, poco contribuyen a la labor de enseñanza aprendizaje. 

Situaciones como las descritas anteriormente son las que han contribuido para poner en duda si en efecto algunos lugares de la Ciudad Universitaria son propicios para desarrollar las labores académicas. Son ese tipo de situaciones también las que han dado pie para que la administración central de la Universidad impulse un espacio de diálogo entre quienes habitamos la Ciudad Universitaria: Tenemos que hablar... hablemos pues. 

Para el miércoles 15 de marzo, a las 9:00 a. m., en el auditorio del Bloque 10-223 de Ciudad Universitaria, estaremos abordando el tema Usos del campus: ¿qué comemos, qué fumamos y qué nos metemos en la UdeA? ¿Cómo se relaciona el consumo con la convivencia? ¿Deberíamos cambiar algo en nuestros patrones de consumo?¿Te le mides hablar de esto asuntos? Esperamos contar con tu presencia, reflexiones y propuestas. ¡Hablemos pues!

• * Adrián Restrepo, doctor en Ciencias Sociales y profesor del IEP de la UdeA, quien por años ha trabajado en temas de consumos, cannabis y libre desarrollo de la personalidad.
   

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Notas:

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