Opinión

Es claro que en el mundo se han dado apuestas decididas por promover la ciencia, la tecnología y la innovación como camino hacia la competitividad; y con ello, aumentar el desarrollo económico y social, éstas han sido las premisas de los países que se han embarcado en la lógica de la globalización e incluso de las ideologías neoliberales. Sin embargo, con las oportunidades vienen los retos, pues en la medida que conozcamos cómo sacar provecho de ellas, superaremos la visión de no estar montados en una ola que puede terminar por arrojarnos al mar de manera despiadada y sin salvavidas a la vista.

Si bien Medellín, el Valle de Aburrá e incluso las subregiones de Antioquia desde hace algún tiempo han incorporado la CT+i a sus planes de desarrollo, hoy se suma un nuevo aditivo, no nos referimos a la materialización del emprendimiento, políticas públicas o intercambio tecnológico Universidad-Empresa, nos referimos a la apuesta de ser el Valle de software en el marco de la cuarta revolución industrial.

El primer paso ya está dado con el reconocimiento a la ciudad bajo la figura de Distrito Especial de Ciencia, Tecnología e Innovación, con lo cual se tendrá mayor autonomía, flujo de capital, inversión y por ende posicionamiento regional e internacional para fortalecer y crear redes de intercambio económico, técnico y humano; vale la pena hacer un acto de contrición y preguntarnos: ¿Cómo están cada uno de los agentes del ecosistema de Ciencia, tecnología, innovación y emprendimiento desde sus capacidades? ¿Cómo están sus apuestas de cooperación para vernos como un territorio integrado desde sus capacidades humanas? Es posible que vengan dudas al respecto, pero también certezas, las más importantes se centran en los pilares que todo sistema de innovación debe tener en cuenta, ellas son:

Primero, el talento humano cualificado, no sólo la formación desde edades tempranas hasta formación posgradual; sino también, las capacidades con que debemos dotar a nuestros maestros actuales y futuros. 

Segundo, el foco al que queremos apuntar, es decir, determinar con claridad dónde deben estar las apuestas de crecimiento social y económico, para que los indicadores de bienestar y administración de los recursos públicos sean pensados con la ciudadanía promoviendo espacios de conversación y co-creación.

Tercero, el relacionamiento, bajo modelos de interacción universidad, empresa, estado, sociedad y medio ambiente; no sólo bajo una mirada utilitarista, de cumplimiento de indicadores o para estar en los rankings; por el contrario, implica una apertura cooperada y asociada que invite al crecimiento colaborativo, en condiciones técnicas y humanas para conectar la producción de conocimiento (ciencia) con la creación de tecnologías (conocimiento aplicado) y que nos lleven a la innovación (uso del conocimiento para fines sociales y económicos). 

Cuarto, la internacionalización, aprovechar el hecho que somos un país con una ubicación geográfica estratégica, y que hoy las tecnologías de información han potenciado; de manera que nuestra visión de crecimiento no sea opacada por las montañas que rodean el valle, si no por una visión amplia y ambiciosa que genera vínculos de valor con otros territorios del mundo.

Finalmente y no menos importante, el fomento de habilidades para la vida, pues no podemos olvidar el conocimiento es producto de la capacidad humana; quien está al otro lado del intercambio de conocimiento es una persona, por ende, habilidades personales en creatividad, pensamiento crítico, comunicación, trabajo en equipo, toma de decisiones entre otras, deben ser fines de todo proceso formativo.  

En conclusión, ser Distrito Especial de Ciencia, Tecnología e Innovación, es claramente una oportunidad, que conlleva una serie de retos con un rol por parte de cada uno de nosotros, no vale ser actores pasivos de la nueva realidad; por el contrario, es una oportunidad personal de ser líderes y gestores del cambio, donde la educación superior tiene un papel fundamental para conectar a los demás actores del ecosistema.

Nota

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