El individualismo en la pandemia
El individualismo en la pandemia
A finales de diciembre de 2019 aparece en la localidad de Wuhan, China, una infección que fue interpretada en su momento como uno más de los virus respiratorios que aparecen cada cierto periodo de tiempo, producto de las múltiples variaciones por su facilidad genética de mutar.
En un mundo globalizado, el virus rápidamente se expandió y convirtió en la pandemia que tiene en jaque a la humanidad y que aún estamos lejos de superar por el escaso conocimiento que tenemos de la covid 19 y la incertidumbre que ha generado. Este panorama no deja de ser algo desolador, con el agravante de que los fenómenos socioeconómicos del mercado, el cambio climático y la inequidad, juegan un papel importante en la evolución de la pandemia. Pasado un año del reporte del primer caso, tenemos más de 2.5 millones de personas fallecidas y aún no se avizoran soluciones de fondo en el control del virus.
En cuanto a la salud, en las grandes pandemias de la humanidad siempre hemos tratado de prevenir el contagio. Medidas restrictivas como las cuarentenas y la promoción masiva del uso del tapabocas, para evitar contacto con microgotas de saliva de personas contagiadas, permiten que el control de la propagación dependa de cada uno y obliga a promover intensamente el autocuidado, para evitar enfermarse y contagiar al otro.
Este concepto preventivo, el de me cuido por mí y por los «otros», ha puesto en cuestión la cultura individualista que desde mediados del siglo XX irrumpió en nosotros para afianzarse de manera definitiva en estos últimos años. Valores como la solidaridad, la compasión y la empatía fueron extinguiéndose de los sujetos por el consumismo y el mundo capitalista, donde el «deseo a desear» hizo de nosotros individuos cada vez más ensimismados en la falta de afectos arraigados y del reconocimiento del «otro» como razón de existencia.
Esta «cultura líquida», como la llamó el sociólogo y filósofo Zigmunt Bauman, ha llevado a que los valores éticos y la moral hayan cambiado sustancialmente. Las generaciones actuales han modificado sus relaciones con el mundo y la vida, se estructuraron conceptos como autonomía y libertad que se convirtieron en el eje que gobierna nuestros comportamientos; y en las relaciones sociales, los afectos son considerados como mercancía —«doy puesto que recibo»—. Si sumamos a esto un mundo que se ha colmado de información y su consumismo, nos convierte en seres volátiles y angustiados.
Hace 25 años Bauman no imaginó que hoy su trabajo sería fundamental para entender por qué no podemos siquiera prevenir el contagio y no logramos transformar comportamientos sociales. Cambiar una cultura que se ha instalado en la vida de los sujetos en casi cien años es pretencioso —por no decir utópico—, más aún si creemos que lo haremos en un año.
Cosas sencillas como «me cuido como acto de responsabilidad y amor con los “otros”» no se introyecta. No podemos obtenerlo porque nacimos convencidos que soy yo y mi existencia, mis libertades y mi autonomía las que gobiernan mi vida. Por ahora, y como urgencia manifiesta y necesaria, debemos retomar el camino que habíamos abandonado como sociedad y cultura: el camino de la solidaridad, la compasión y la empatía.