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Academia Ciencia Vida

Contaminación lumínica, estrés de la vida silvestre

26/07/2021
Por: Natalia Piedrahita Tamayo- Periodista

Las mismas luminarias que en las ciudades ayudan a reducir la accidentalidad y que garantizan el desarrollo de actividades humanas nocturnas pueden generar «estrés oxidativo» en la fauna diurna y nocturna. Estas son las afectaciones que sufren los seres vivos, incluyendo humanos, a partir de la luz artificial.

Ilustración: Carolina Gómes. 

En medio del sueño, alguien entra a su habitación y apunta con una linterna directamente a sus ojos; aparte de despertarlo, probablemente altere su ánimo y la capacidad de dormirse nuevamente, y será peor si la luz permanece encendida durante su lapso de descanso. Esta «contaminación lumínica» para humanos se aplica también para la fauna nocturna: mamíferos, aves e insectos sufren gran estrés por la iluminación artificial, como la del alumbrado público de las ciudades.

Aunque no solo se afecta la fauna nocturna, los estragos también se dan en los animales diurnos: «La luz artificial tiene un efecto fisiológico que hace que duerman menos. Algunos de los organismos más perjudicados son las aves rapaces, los búhos, los coleópteros y las gallinas ciegas», aseguró Héctor Fabio Rivera Gutiérrez, biólogo e investigador de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales.

En sus investigaciones doctorales, al grabar aves para analizar el efecto de la luz artificial asociada al canto en el campus de la Universidad de Amberes, Bélgica, observó por método científico la alteración inmediata que generaban modificaciones de los niveles de luz —contaminación lumínica— en las dinámicas de la fauna silvestre que allí habitaba.

Aves como los búhos y las gallinas ciegas compensan sus organismos a través de la visión nocturna. En el caso de los primeros, el exceso de luz produce un aumento en la densidad de los bastones del ojo, que son los fotorreceptores asociados a la baja contaminación lumínica; con ello sus organismos se descompensan. En el caso de las segundas, en sus sistemas oculares se forma un mecanismo de espejo llamado tapetum lucidum, que refleja la luz que entra al ojo hacia la retina, concentrándose en un solo punto, por lo que el exceso de la iluminación las estresa.

En cuanto a su canto, Rivera Gutiérrez explicó que «las afectaciones son dramáticas, ya que los machos expuestos a estas fuentes contaminantes comenzaron a cantar casi una hora antes que los que estaban en territorios oscuros, y también varió la duración total del canto del amanecer y los individuos afectados cantaron muchas más estrofas». Según el investigador, estos resultados revelan que las especies tienden a tener menor éxito reproductivo si se despiertan estresadas.

Una analogía con los humanos puede ser ilustrativa: una persona normalmente se acuesta a las 9 p. m. y se levanta a las 6 a. m., pero padece los efectos de un nuevo vecino que no la deja dormir. Algo similar sucede con las aves: acortar sus ciclos de descanso las afecta, ya que todos los organismos necesitan ciclos de sueño y descanso adecuados. Si estos no se dan, acumulan un estrés oxidativo que termina siendo perjudicial para la salud de los seres vivos. En casos extremos, pueden llegar a alterar sus sistemas oculares.

Muchas personas ignoran el impacto que sus acciones y decisiones tienen sobre la fauna silvestre y esto incide en la planeación de la infraestructura y espacios de las ciudades, con un agravante: la contaminación lumínica de los grandes centros urbanos no se restringe a su territorio, sino que se extiende por cientos de kilómetros, llegando hasta poblaciones más pequeñas. Y aunque se tengan grandes parches de bosques sin iluminación alrededor, estos no alcanzan a compensar los efectos de las zonas inundadas de luz artificial.

En Antioquia, actualmente no existe una reglamentación para la protección de la fauna ante este tipo de contaminación, ya que se ha regido de acuerdo con las necesidades humanas. Considerar al entorno —fauna y flora— como parte activa de las ciudades es fundamental para preservar el bienestar integral de sus dinámicas.

Desde la perspectiva de Rivera Gutiérrez, una recomendación para los entes medioambientales que regulan las ciudades es hacer estudios de impacto en las zonas en las que se ubiquen luminarias. La protección de la fauna circundante depende de los niveles de intensidad a los que se sometan, y a la observación de la luz habitual que tienen esos sitios para no afectar drásticamente el hábitat.

Ciclos de sueño en humanos

La especie humana ha evolucionado siguiendo las fases de la Luna y del Sol, es decir, la relación con el entorno se da a través de la luz que estos irradian sobre la Tierra. Por ello, existen los ciclos «circadianos» o «circadiarios», que significa «cercano de un día», los cuales duran entre veintitrés y veinticinco horas.

Luis Guillermo Duque Ramírez, médico y especialista del sueño, explicó que las personas también padecemos las molestias de la contaminación lumínica cuando estos ciclos son alterados, ya que «la cantidad exagerada de luz artificial afecta las estructuras fotosensibles como son la retina del ojo y el núcleo del tálamo, en el cerebro. Este último es el encargado de recibir la información de la luz para que en el día se active el cuerpo y en la noche se genere la somnolencia».

El derecho a un cielo despejado

Los excesos de luz artificial representan también la pérdida de uno de los grandes patrimonios de la Tierra: la vista al firmamento despejado, según la Declaración sobre la defensa del cielo nocturno y el derecho a la luz de las estrellas de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura —Unesco— de 2007.

«En las ciudades muchas personas nunca han visto un cielo estrellado y en ello reside una ausencia cultural significativa que les impide tener una conciencia universal, esto es, de que habitan un planeta y de que el universo se expande mucho más allá de él», comentó Ignacio Ramón Ferrín, quien ha estudiado desde la astronomía este fenómeno.

Opciones para una iluminación sana

La elección de las fuentes lumínicas, los colores e intensidad de las lámparas, así como su disposición, pueden reducir esa problemática. Las bombillas fluorescentes, las luces LED, las de mercurio y las blancas son altamente contaminantes. Existen alternativas —ver infografía— como las bombillas de sodio de alta presión, de colores rojo o anaranjado. También pueden ayudar las lámparas que centralizan su luz hacia un punto determinado.

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