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El profesor Héctor Abad Gómez en palabras de tres de sus alumnos

02/12/2021
Por: Redacción UdeA Noticias

A propósito de los 100 años de su natalicio, que se cumplen este 2 diciembre, tres alumnos de Héctor Abad Gómez escriben sobre uno de sus maestros más inspiradores. Silvia Blair, Esperanza Echeverri y Jaime Arturo Gómez —hoy también profesores de la Universidad de Antioquia— recuerdan la visión particular del médico, su voz crítica y la vocación de ese profesor humanista que perdura en sus recuerdos y es una huella en su ejercicio profesional.

Héctor Abad Gómez y tres de sus alumnos en la Universidad de Antioquia: Jaime Arturo Gómez, Esperanza Echeverri y Silvia Blair. Fotografía: cortesía Corporación Héctor Abad Gómez.

«Mirar al otro como un legítimo otro en la diferencia»

Silvia Blair Trujillo*

¿Quién fue para mi Héctor Abad Gómez? Era la década de los años setenta —del siglo XX—, habíamos terminado ya algunos semestres básicos y clínicos en la Facultad de Medicina y llegamos a hacer rotación de Medicina Preventiva y Salud Pública, área coordinada por el doctor Héctor Abad.

En ese salón del tercer piso de la Facultad de Medicina, nos recibió un doctor muy bien vestido, elegante, de traje y corbata; con alegría, como si nuestra llegada lo entusiasmara. Esa fue mi primera sorpresa: ¡ser bien recibidos!, con un saludo y una carcajada transparente. Nos preguntó a cada uno el nombre y cómo nos sentíamos como estudiantes. Esta fue la segunda sorpresa: este Profesor nos permitía ser y hablar con tranquilidad.

Posteriormente, y después de algunas palabras amables, habló de la enfermedad como un proceso que se gestaba de forma relacional entre aspectos sociales, económicos, culturales y biológicos. Nos dijo también que esas enfermedades de la pobreza se podían prevenir mejorando la calidad de la leche y la alimentación, adecuando las casas donde las personas vivían, haciendo acueductos y alcantarillados y evitando la contaminación de las aguas.  

En ese momento no entendí de qué se trataba esa medicina. Llegaba de ver biológicamente cómo se diagnosticaba y trataba una enfermedad o muchas enfermedades, en un paciente individual, sin mirar ninguno de los aspectos enunciados por Abad. Puedo decir que el profesor Abad me abrió la mirada a realidades que enfermaban diferente, entendí las enfermedades de la pobreza y el abandono del Estado, la desigualdad y la injusticia, el poco acceso de una mayoría de personas a una vida digna, con educación y salud para todos.  

A partir de ahí aprendí a quererlo para siempre. En mi caso personal, Abad fue un reto fundamental para tratar de ser mejor persona, y mirar al otro como «un legítimo otro en la diferencia». Esa visión del mundo fue una impronta en mi vida como humano. Abad concibió la política sólo como un camino para ejercer la justicia social.  

El Profesor Abad me entregó el diploma de médica en 1974. Mientras lo hacía, alguien gritó en el auditorio: «¡debe ser comunista!». Yo no sabía que era ser comunista, como creo que nunca tampoco lo entendió el profesor Abad. Lo cierto es que Héctor Abad Gómez fue el papá que soñé, el Maestro —entre otros que recuerdo ahora con afecto y reconocimiento— que me llenó de pasión la existencia, me abrió los caminos  a la investigación y me hizo asumir la vida comprometiéndome con un grave problema de salud pública como la malaria.  

* Silvia Blair Trujillo es médica, investigadora y profesora emérita de la Universidad de Antioquia.  Ha recibido diversos premios y reconocimientos, entre ellos la Medalla Héctor Abad Gómez al mérito en Salud Pública, en 1992. Foto: cortesía archivo personal. 

Un maestro que interpelaba desde su humana integridad

Esperanza Echeverri López*  

Héctor Abad representa la presencia viva del espíritu libre, respetuoso y laico en la Universidad. Lo conocí en los ochenta presidiendo el Comité de Derechos Humanos. Como estudiante asombrada y cautivada por su palabra y su acción política comprometida, seguí su trayectoria a través de la lectura de sus libros y de las columnas de opinión que él escribía en el periódico El Mundo, que era para entonces un medio plural, y de las reseñas de terceros, amigos, colegas y compañeros de vida. A la Universidad de Antioquia, con su impronta libertaria pero no ajena a los vaivenes de los poderes de turno, e inscrita en una sociedad conservadora, le resultaría incómodo que un maestro interpelara desde su humana integridad la indiferencia de los gobiernos ante las profundas inequidades sociales de Medellín y del país; y que nos enseñara con el ejemplo una salud pública que pusiera en el centro el derecho a la vida digna de los seres humanos y el compromiso con las poblaciones más pobres, con los olvidados de siempre, y con la construcción de paz.

Hoy ese legado cobra vigencia porque Colombia sigue siendo uno de los países más desiguales del mundo, necesitamos revitalizar el pensamiento crítico y la acción política comprometida que nos enseñó el maestro Héctor Abad, para transformar un sistema de salud injusto, basado en la rentabilidad económica y en la sostenibilidad financiera, hacia la salud como un verdadero derecho fundamental enfocada en la resolución de las necesidades de la población, y hacia una salud pública entendida como práctica social y política humanista, para construir vidas que merezcan la pena ser vividas, con los ciudadanos, las organizaciones sociales y los estudiantes, y para acompañar procesos sociales que vayan en esa dirección. Que en estos tiempos duros de pandemia y de profundización de inequidades socio-sanitarias podamos sensibilizarnos ante el sufrimiento social para convertir las derrotas en aprendizajes, para ejercer la docencia desde la democracia y el reconocimiento de otros saberes, como un oficio que nos acerca a la utopía de un mundo más justo, solidario, que le apueste a la difícil y necesaria tarea de construir la paz, donde la vida sea honrada como el máximo valor.

Ese es el mayor homenaje al Maestro, al amigo, al defensor de los Derechos Humanos, que su legado restañe la herida que significó su muerte para el alma de la Universidad , porque como él dijo: «Cuando veamos los problemas demasiado grandes y la inmensa oscuridad de las guerras, los prejuicios y los fanatismos humanos que se oponen a la construcción de un mundo mejor, recordemos el proverbio oriental: "en vez de maldecir la oscuridad, prende aunque sea una pequeña luz"».

* Esperanza Echeverri López es docente e investigadora de la Facultad Nacional de Salud Pública de la Universidad de Antioquia; doctora en Salud Colectiva y tiene dos maestrías de la Alma Máter: en Salud Pública y en Ciencias Políticas. Sus áreas de investigación son el derecho a la salud y las luchas sociales por la salud en Colombia. Aunque no fue alumna  en estricto sentido de Héctor Abad, lo conoció e interactuó con él en escenarios de derechos humanos y en grupos de estudio sobre salud. Foto: cortesía archivo personal. 

No solo nos dejó ser, nos estimuló a ser

Jaime Arturo Gómez Correa*

Acepto honrado la invitación a plasmar algunas ideas-sentimientos sobre Abad en el centenario de su natalicio, pero a la vez siento temor y gran dificultad en hacerlo, considerando las múltiples ocasiones en que ha sido homenajeado y rememorado por pensadores destacados de nuestra región, que ya han dicho lo más relevante acerca de su vida como persona, profesor, salubrista, defensor de derechos humanos entre otras dimensiones que desarrolló en su intensa y prolífica vida. 

Son célebres las frases extraídas de sus distintos textos y plasmadas incluso en grafitis en muros de nuestra Universidad, pero ahora me viene a la memoria una de Letamendi, que siempre le atribuyeron: «El que solo de medicina sabe, ni medicina sabe». Esta ha sido la consigna para enseñar a nuestros estudiantes, invocando a Abad, la comprensión integral —económica, social, política, biológica— del proceso salud-enfermedad. En la misma dirección está la frase de Rudolf Virchow: «La medicina es una ciencia social y la política no es más que medicina a gran escala». No recuerdo habérsela escuchado, pero siempre me hace pensar en que condensa de manera nítida el pensar y el hacer de nuestro gran y querido maestro en el pleno y bello sentido de esta palabra.

Mi primer encuentro con Abad fue definitivo: yo estudiaba los primeros semestres de Ciencias y Humanidades en la U. —por allá en 1978— e iniciaba con impericia mis primeras búsquedas intelectuales. No recuerdo cómo, seguro ya estaba en el referente intelectual de la época Héctor Abad, pero entre lecturas de Fernando González y de Frederick Nietzsche, se me «coló» un pequeño libro de una edición muy modesta: Una visión de mundo. Lo leí y releí con pasión; despacio, sorbo a sorbo, como se leen aquellos textos que en cada línea te obligan a parar, pensar, digerir, volver a leer. El título me pareció fantástico porque reflejaba su contenido: no era la visión del mundo; era una visión del mundo, una entre otras, entre tantas otras. Nada de dogmatismo. Todo lo contrario: ¡la inclusión, la diversidad, las múltiples posibilidades, una mente abierta!  Nunca he entendido por qué este libro casi ha desaparecido y no se menciona como una de sus obras relevantes.

Al pasar a la Facultad de Medicina lo tenía referenciado, pero mi timidez impidió acercarme a él; sin embargo, no dejé de observarlo, de apreciarlo. El profesor Héctor Abad siempre estaba rodeado de estudiantes; o en la cafetería estaba reunido con profesores, planeando la próxima asamblea profesoral. Tales asambleas eran siempre multitudinarias, en una época en que la política era el eje central de la Universidad. A veces solo escuchaba su risa a carcajadas limpias y brillantes. Y desde esta distancia seguía aprendiendo y esperando la oportunidad.

Aquel momento se dio cuando yo cursaba el octavo semestre, en el curso de Medicina Preventiva y Salud Pública. El grupo se dividía en subgrupos para realizar una investigación y yo, por supuesto, me apunté en el de Abad. Propuso que estudiáramos La Violencia. Éramos un grupo de estudiantes algo díscolos, pero intelectualmente muy vitales y algunos bastante arrogantes. Siempre me maravilló esa cualidad de destacar lo bueno de cada uno; cada idea, cada locura de nosotros la celebraba como lo más brillante. No solo nos dejó ser, sino que también nos estimuló a ser. Todos trabajamos con pasión y alegría en esa investigación estudiantil, pero creo que él fue el que más la disfrutó; recuerdo su gran alegría y satisfacción luego de la presentación pública del trabajo. Nos invitó a celebrar a su finca en Santa Elena, si mal no recuerdo. Allí, por medio de un juego, nos invitó a conocer al otro, al compañero. Aún en el juego, nos seguía enseñando.

Puedo afirmar que Abad, cien años después de su nacimiento, sigue vivo en los que heredamos su legado y por tanto amamos y vivimos la salud pública como la plataforma de defensa y de conquista de una vida digna para la humanidad: la política como medicina a gran escala.

Nunca he dejado de pensar que a Abad le aplica perfectamente la sentencia que Choquehuanca le presagió a Bolívar: Con los siglos crecerá vuestra gloria, como crece la sombra cuando el sol declina.

* Profesor jubilado de la Facultad de Medicina de la Universidad de Antioquia, donde se destacó en su ejercicio docente y profesional por liderar proyectos con población vulnerable. Fue el promotor del Centro de Extensión de esa Facultad y fundador y director del Consultorio de Seguridad Social Integral. Foto: cortesía archivo personal. 
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