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La colonización para el campesino es la felicidad de encontrar un pedazo de tierra: Darío Fajardo

10/12/2021
Por: Vladimir Montoya Arango - Profesor del Instituto de Estudios Regionales

Darío Fajardo es una figura relevante del pensamiento crítico colombiano. Su trabajo en torno al problema de la tierra y la reforma agraria en Colombia, es una de las guías indispensables para la reivindicación de la vida campesina, indígena, afrodescendiente y rural. Sobre estos temas fue su participación en la reciente Cátedra Hernán Henao Delgado, organizada por el Instituto de Estudios Regionales —Iner—. A propósito de ello, compartimos esta entrevista realizada por Vladimir Montoya, profesor del Iner. 

Darío Fajardo, Antropólogo, profesor de la Universidad Externado de Colombia. Tiene un posgrado en Historia de la Universidad de California en Berkeley. Foto: Cortesía Comisión de la Verdad Colombia. 

El Profesor Fajardo ha desarrollado investigaciones sobre políticas agrarias, desarrollo rural, colonizaciones y conflicto armado. Es autor de libros tan importantes como: Espacio y sociedad: Formación de regiones agrarias en Colombia; Para sembrar la paz, hay que aflojar la tierra: comunidades, tierras y territorios en la construcción de un país y Agricultura, campesinos y alimentos en Colombia (1980-2010). Fue uno de los expertos invitados a integrar la Comisión Histórica del Conflicto y sus Víctimas — CHCV— en la Mesa de Conversaciones de La Habana.

El problema agrario en Colombia, según el maestro Darío Fajardo, está marcado por la histórica expulsión del campesinado de las tierras que ellos, han transformado con su trabajo, sus conocimientos y su voluntad encomiable, obligándole a un continuo tránsito de campesino a colono, desconociendo el aporte de la construcción espacial campesina al desarrollo de la Nación. 

Con una admirable profundidad analítica y un ritmo pausado, propio de su experiencia y conocimiento, el profesor Fajardo acudió a la Cátedra Hernán Henao Delgado, organizada por el Instituto de Estudios Regionales —Iner—, el pasado 18 de noviembre. Allí enalteció la memoria de Henao Delgado —director del Iner, asesinado en 1999—, quien fuera su compañero de pregrado en la Universidad Nacional, sede Bogotá. Recordó, además, otros trabajos colaborativos con la Universidad de Antioquia y resaltó los aportes a la ciencia social de la maestra María Teresa Uribe. De la conversación que nos ofreció, sobresalen las ideas presentadas a continuación.

En su trabajo académico siempre ha estado presente la vida campesina; para nosotros como universitarios es clave comprender qué y cómo se puede aprender de ello. ¿Qué implicó para usted ese acercamiento a los conocimientos y saberes campesinos y cuáles son los aprendizajes de esa visión dialógica y compenetrada con el territorio? 

Tengo una deuda inmensa con la geografía y con el geógrafo Ernesto Guhl, quien fue mi guía a lo largo de toda mi vida profesional. Él nos llevaba, como estudiantes, a una región fundamental: el Páramo de Sumapaz, ubicado al sur de Bogotá, un macizo de la cordillera oriental de carácter estratégico en todo sentido Él no podía entender que uno estudiara geografía o antropología y no conociera el Páramo. Después del pregrado, regresé a la Universidad Nacional y trabajé con él en un estudio sobre el páramo, fuimos varias veces y a mí me llamó mucho la atención lo que veíamos allá. A una altura de más de 2.700 metros había surcos, ya cubiertos por una hierba muy fina, labrados por campesinos que huían de la violencia y que habían tenido que internarse en el páramo para salvar sus vidas. Era la huella de unas comunidades que en determinadas circunstancias, con características culturales propias, siendo campesinos de la región central colombiana, habían construido una forma de vida en ese espacio. Nos encontramos, además, un rastro terrible de la guerra, los escombros de una prisión que se había construido durante el gobierno del general Rojas Pinilla. Estaban esos elementos en torno al conflicto y la ocupación de esa tierra. Por lo tanto, no era llegar allá los sabios, ¿qué sabios?, esa es gente campesina que construyó allí la vida y que hoy se sostienen contra viento y marea.

Conversamos con ellos y así llegamos a un estudio que se hizo en el año 1975, cuyo mérito, para mí, es que se hizo con los campesinos en la zona del valle alto para entender cómo vivían en lo que había sido una hacienda que se parceló con la Ley 200 de 1936. ¿Cómo desarrollan ellos sus formas de vida y cómo se van articulando desde su producción con el mercado de alimentos de Bogotá? Esos campesinos conservaban elementos culturales, históricos y técnicos de lo que era la producción de la papa y los mercados. Estos elementos fueron configurando la idea de “espacios discretos”, resultantes de una transformación permanente de la comunidad con las condiciones ambientales. La comunidad que ocupa un espacio comienza a transformarlo y el espacio también la va transformando. Eso creo que tenemos que rescatarlo, no por romanticismo, sino porque la crisis en la que estamos viviendo nos implica cambios en la forma de ver el tema alimentario, y quienes producen los alimentos, a pesar de todo y por todo, son los campesinos.

Se ha descrito la conformación de los espacios rurales de la nación colombiana como resultado de gestas heroicas de colonización, pero usted ha referido la colonización como una tragedia. ¿Se refiere a los múltiples conflictos por la tierra y a la estigmatización del colono?

¿Por qué llega el campesino al Sumapaz? Llegaron en el siglo XIX por las guerras civiles que los sacaron de Boyacá y Cundinamarca. Fueron llegando a las haciendas del Sumapaz y en esa historia comienza la tragedia del campesino que se le impide profundizar su arraigo y es expulsado por la guerra. En el siglo XX cuando ya están asentados allí, viene la crisis de las haciendas exportadoras y la lucha de la reivindicación campesina por la tierra y, obviamente, la correlación de fuerzas no les da espacio. Entonces viene esa violencia que les contaba de los surcos. El campesino es expulsado y continuamente tiene que entrar en el plan de colono, es un proceso formativo de nuestra historia, por eso hablo de la tragedia, porque el campesino comienza a manejar y construir su espacio y allí se forma una cultura de campesinos colonos.

Los campesinos que fueron expulsados del Sumapaz, y que bajaron por las laderas para ubicarse en los ríos Guayabero y Ariari, tienen que dar una pelea muy fuerte; primero en el marco de la violencia, y segundo, en un país cuyas jurisdicciones agrarias no aseguran la tierra para los campesinos. Eso lo presenta el censo agropecuario para el 2014, es decir, la frontera agraria se amplía, pero es el resultado de la presión de las grandes propiedades sobre los pequeños campesinos a los que van desplazando. Ese tránsito del campesino al colono es una tragedia en medio de las políticas de un Estado que no asigna tierras dentro de la frontera agraria y que configura áreas protegidas que son también tierras de exclusión, lo cual no es una cosa de la violencia de los años cincuenta, es de hoy. Felicidad es encontrar un pedazo de tierra, pero la tragedia es cuando lo sacan, y eso pasa una y otra vez. 

Usted ha trabajado persistentemente en el establecimiento de las zonas de reserva campesina, ¿qué le podrían aportar al país en términos de la democratización y de la función social de la propiedad?

Los campesinos llevan en la mochila esa idea de la colonia. Si hacemos un rastreo de lo que pensaban en los años treinta, esa idea de la colonización organizada ya estaba muy fuerte. Después, durante la violencia, no solamente huyen, sino que llevan la organización en la mochila y adonde llegan empiezan a organizarse espacialmente. Por eso el papel tan importante en la paz de esa figura de reservas campesinas incluida en la Ley 160 de 1994. Arrancamos con un proyecto piloto que va caminando y ya tenemos 10 reservas campesinas creadas y otras 40 en proyecto. Eso lo que quiere decir, es que los campesinos en medio de la guerra comparten ese propósito de la construcción territorial, dicen que no harán una república —republiquetas—, lo que dicen es que vamos a hacer una construcción de país con institucionalidad renovada de abajo hacia arriba. ¡Eso es democracia y paz! Un país que quiere reconstruirse con una ruralidad fuerte, que también tiene resguardos indígenas y consejos comunitarios que no son adversarios, tiene como reto reconocerlos y apoyarlos desde el Estado consciente; un Estado interesado en la paz y en la construcción territorial en el interior y hacia las fronteras. Tenemos una potencia como país productor y exportador de alimentos, es decir, por donde uno mire esa construcción territorial campesina no genera sino ventajas. La idea de la construcción con el campesinado de abajo hacia arriba nos puede enseñar mucho y aportar en la nueva historia del país.
  
 

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