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La Reunión Constituyente de la Villa del Rosario de Cúcuta de 1821 y el nacimiento de Colombia

13/05/2021
Por: Rafael Rubiano Muñoz, Doctor en Ciencias Sociales (Flacso-Argentina), profesor titular, UdeA

«... El nacimiento de nuestra nación hace 200 años nos invita a reflexionar en el marco de las circunstancias de hoy, en medio de las convulsiones sociales, la turbulencia y la agitación política ¿Qué tipo de país hemos construido y hacia dónde se dirige?...»

“Un pueblo soberano, ha dicho Montesquieu, es un caballo indómito que muy pronto derriba su jinete”, Simón Bolívar, San Cristóbal, 19 de abril de 1820, Carta a José Antonio Páez.

El 6 de mayo de 1821 se instauró por Antonio Nariño, la reunión constituyente en la Villa del Rosario de Cúcuta que le daría vida a la República de Colombia[1] hace 200 años. Como antecedente de esa formalización jurídica y política, se cuenta que, en Venezuela, dos años antes se había realizado el Congreso de Angostura[2] que estableció la ley orgánica fundamental que convocaba la asamblea constituyente para enero de 1821 en la que se concibió la idea de constituir la República de Colombia que unía los dos territorios hermanos.

La reunión de la Villa del Rosario de 1821[3], tuvo muchas adversidades, no solamente en la efectiva convocatoria en términos de la participación concebida, llegaron como diputados menos de los 57 que eran los convocados, sino también estuvo plagada de dificultades que parecerían irresolubles, por las distancias geográficas, las precariedades de las comunicaciones terrestres, por las severidades climáticas, por las deplorables infraestructuras urbanas y la insalubridad, por la escasez de los recursos económicos y la calidad de vida, en fin, nuestro país contaba con condiciones existenciales penosas y ante todo infra-desarrolladas.

Santander fue vicepresidente y Bolívar presidente en octubre 14 se cerró y se promulgó la constitución en 1821. El nacimiento de nuestra nación hace 200 años nos invita a reflexionar en el marco de las circunstancias de hoy, en medio de las convulsiones sociales, la turbulencia y la agitación política ¿Qué tipo de país hemos construido y hacia dónde se dirige? Lo primero que semeja al ciudadano interesado en comparar nuestros orígenes y la actualidad son algunas problemáticas que siguen vigentes y otras que ya parecen solucionadas. La guerra y las disputas armadas locales y regionales eran el pan de cada día. En esa época todavía no se finiquitaba las independencias, Venezuela y Colombia se unían en una sola República (República de Colombia) y la campaña libertadora que uniría Ecuador y Perú o incluso Panamá estaba en ascuas. Las insurrecciones de caudillos regionales y locales opositores al Republicanismo centralista de Simón Bolívar estaba al orden del día.

Obviamente la beligerancia de ayer se diferencia de los conflictos nacionales de hoy, porque las luchas armadas de esa época se orientaban, o a crear una grande patria integrada o a defender la fragmentación política y el regionalismo. Hoy las protestas y movilizaciones se dirigen a la recuperación de una democracia, con una ciudadanía soberana que ha visto conculcados y vulnerados sus derechos a causa de un gobierno cesarista que ha burlado con sus decisiones, especialmente con una Reforma Tributaria y un despotismo que raya en el autoritarismo estatal, las garantías ciudadanas y una calidad de vida mínimamente aceptable.

Esta autoritarismo se enfoca ante todo a vaciar la desigualdad social propia de la democracia y basada en una sociedad fundada en el capitalismo con un igualitarismo bíblico, de los patriotas y los buenos somos más, en la que se neutralicen la diversidad social y el disenso de las opiniones en la que sea crea el ideal comunitarista excluyente y ante todo discriminatorio bajo la concepción corporativista totalitaria de moralmente los que apoyamos el Estado y la institucionalidad somos los patriotas, los otros son vándalos, terroristas, subversivos y guerrilleros, como si las voces de las disidencias no tuvieran valor, validez y legitimidad.

Hace 200 años se constituyó un país que formalizaba jurídica y políticamente el territorio, y esta es otra de las paradojas a la luz de lo que es el país hoy, porque en esa época la geografía, los territorios, incluso sus costumbres y pobladores, con todo el planteamiento de virtudes y méritos que pudiera construir Simón Bolívar en su ideal de República para su noción de la nación colombiana, se superponía o yuxtaponían a la constitucionalidad. Al día de hoy, el orden jurídico del país está profundamente deteriorado, de hecho, la Bancarrota del derecho, en lo que corresponde al farsamente llamado “Estado social de derecho”, es un hecho fáctico del país.

Frente a los derechos ciudadanos (ni humana ni universalmente) se aplican con racionalidad las normas y leyes en el país, porque domina el capricho personal e individual, en incluso, es habitual la partidización jurídica, y se aplica con severidad y con terror sin ningún contorno de comprensión a ciudadanos inermes porque protestan, se movilizan con la fuerza armada estatal (y paraestatal) y este terrorismo de Estado según sea el oportunismo es aplicado con severidad pese a los dos siglos de corrupción, clientelismo, incluso desangre mediante las grandes obras de infraestructura (Hidroituango, Odebrecht, por poner dos ejemplos).

De otro modo las contiendas entre centro y periferias eran el pan de cada día, y aunque Bogotá fue elegida como el centro del naciente país, su eficacia como poder central era cuestionado por el imperio o el capricho de caudillos locales y regionales que imponían sus reinados en haciendas o en territorios mediante relaciones clientelares, reclutamientos, violencias y lealtades oportunistas y ocasionales.

En esa época, las clases sociales estaban divididas. Tanto los realistas españoles (Cachopines, o gachupines) como algunos nacidos en América Latina (indígenas, afrodescendientes, mestizos y blancos), quienes indistintamente componían los ejércitos realistas como los libertarios, algunos por convicción y principios, otros por necesidad y oportunismo. Claro está que las formas de reclutamiento eran divergentes de región a región y dependía de las razones o de las emociones. En esta turbulencia y agitación provocada por el deseo de ruptura con la colonia española, se empezaron a delinear ideológicamente los contornos políticos de lo que luego serían los liberales y los conservadores latinoamericanos a lo largo del siglo XIX.

Pero las fronteras ideológicas no necesariamente fueron determinadas económicamente, porque, entre los hacendados criollos hubo igual, rebeldes republicanos y antirepublicanos monárquicos, así mismo en el siglo XIX, las mezclas no fueron raras o asombrosas, progresistas radicales y revolucionarios, progresistas moderados, o progresistas nominales y camaleónicos, o reaccionarios extremos, retrógrados tibios, conservadores liberales y monárquicos rebeldes.

Pese a que hubo avances jurídicos, en conjunción de decretar la República de Colombia que unía Venezuela y Colombia, se avanzó en ciertas libertades, se extirpó la censura y la inquisición, se decretó la libertad de imprenta, la alcabala, se estableció el sufragio universal, pero estaba restringido a los hombres de 21 años, con propiedad, alfabetismo y capital, no podían votar las mujeres, los afrodescendientes, los indígenas y demás grupos sociales, se impulsó la industria nacional y se empezó a regular con criterios moderno los pesos y las medidas a nivel nacional. En retrospectiva la Constitución de 1821 sembró las bases del país, creó “una nación pese así misma”, para decirlo con David Bushnell.

Pero al calor de los acontecimientos de los últimos días, desde el 28 de abril no sorprende cuánto ha retrocedido este país frente a ciertas expectativas que se estipularon hace 200 años, por ejemplo, el dominio personalista y caudillista de la política, pero de un personalismo antipartidista (colectividades y organizaciones democráticas) fundado en el carisma y en el poder unipersonal; reducción de la sociedad compuesta por la pluralidad de clases a dos clases en contienda, inclinación a la polarización y el extremismo, como los ultraradicales federalistas y centralistas, destrucción del espacio y debate público por el monopolio de los medios de comunicación (en esa época dominaba la cultura oral, muy poco la escrita por el analfabetismo), hoy hay más analfabetos que saben leer y escribir por los mass medias y las redes social, siendo alternativa tienden a la gravitación incontrolable de imágenes y discursos de todo orden.

El abuso de la racionalidad emocional era imprescindible en esas épocas, la bandera, las fiestas patria, los símbolos patrios, hoy se le manipula con un desparpajo criminal, el suo de lenguajes sentimentales e irracionales está al orden del día y oportunistas hay en todos los niveles y en todas las clases, en especial, por ejemplo, se contamina el debate público creando una desigualdad en las condiciones de la controversia pública (hay unos buenos mayoritarios y otros malos minorías que salen a las calles). Las nuevas formas de legitimidad se camuflan en intolerancia ciega y en el llamado a actitudes de sacrificio y lealtad, sin contenido y sin argumentos, la reacción por la reacción. Las garantías al disenso, la controversia y la discusión hoy cada vez más se ha derruido y en 200 años la oposición política no tiene garantías ni espacio, porque en el país solo se puede pensar en extremos y bajo la polarización.

Lo más terrible y horrífico de hoy es la estrategia de los camaleones. La estrategia camaleónica es la posición del silencio argumentando neutralidad y mediación pacífica, son los que no sientan posición por nada, ni por nadie, los oportunistas y los que se llaman ser diplomáticos por naturaleza. Esos que callan o esperan que la turbulencia pase, para eso sí capitalizar según las circunstancias de acuerdo a cómo ellas se decantan, y aparecer como los opinadores que tenían razón, como los únicos autorizados moral e intelectualmente, como los analistas pulcros y despreocupados.

El estratega camaleónico silencia o calla para luego de que las aguas del conflicto social bajen y se calmen, opinar y sentar posición ideológica y verse como autoridad intelectual o como la voz a seguir en el desierto. Lo cierto es que una nación no se edifica bajo el consenso absoluto de los que tienen el poder de las instituciones y el Estado, una nación se construye aceptando razonablemente el conflicto y el disenso como elementos indispensables de la integración política.

Referencia bibliográficas

[1] Cruz Santos, Abel. Federalismo y centralismo. Bogotá. Banco de la República, 1979

[2] (S.F.). Congreso de Cúcuta de 1821. Constitución y Leyes. Bogotá: Kelly, 1971

[3] Uprimny, Leopoldo. El pensamiento filosófico y político en el Congreso de Cúcuta. Bogotá: Instituto Caro y Cuervo. 1971


Notas

1. Este es el espacio de opinión del Portal Universitario, destinado a columnistas que voluntariamente expresan sus posturas sobre temáticas elegidas por ellos mismos. Las opiniones aquí expresadas pertenecen exclusivamente a los autores y no reflejan una opinión o posición institucional de la Universidad de Antioquia.

2. Si desea participar en este espacio, envíe sus opiniones y/o reflexiones sobre cualquier tema de actualidad al correo mediosdigitales@udea.edu.co con el asunto «Columna de opinión: Título de la columna». Ver criterios institucionales para publicación.

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