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La costa de Turbo: entre lo salvaje y lo urbano

26/07/2017
Por: Juan Felipe Blanco Libreros. Profesor titular Instituto de Biología

Primeros días de la exploración científica del Caribe sur, con registro fotográfico y cartográfico de manglares, playas y acantilados de Turbo.

Foto: vista aérea del municipio de Turbo.

El objetivo de este primer viaje de quince días es hacer un registro fotográfico y cartográfico de los manglares, playas y acantilados. Recolectaremos muestras de animales invertebrados, de plantas y también sedimentos, para planear las etapas posteriores de muestreo, que se realizarán durante cerca de un año. Todo esto es parte de la expedición, cuyos preparativos administrativos y logísticos iniciaron seis meses antes, y que tiene como meta construir el primer mapa detallado de las costas de Antioquia y Chocó, conocidas como Caribe sur.

Día 1

Es la madrugada del viernes 5 de junio de 2009, fría como de costumbre en la ciudad de Medellín. A las 4:00 a. m. el despertador anunció que debía levantarme para abordar a las 6:00 a. m. una avioneta rumbo a Carepa, la puerta de entrada por vía aérea al Urabá antioqueño. Con un voluminoso morral, llego al aeropuerto Enrique Olaya Herrera, donde me espera un grupo de profesores y de estudiantes, con el que recorreré por primera vez, de punta a punta, por vía marítima la región de Urabá.

Después de veinte minutos de viaje sobre las nubes que cubren las montañas de Antioquia, se abrió bajo la avioneta la extensa planicie de Urabá, tapizada con los cultivos de banano y cruzada por sinuosos ríos que descienden de la Serranía del Abibe y se dirigen hacia el golfo de Urabá. Al cabo de media hora, ya en el aeropuerto, situado entre los cultivos del corazón bananero, el calor húmedo nos dio la bienvenida. Y no cesó hasta llegar, una hora después, a Turbo, a orillas del golfo, donde la brisa fue un merecido premio.

Día 2

Hoy sábado, comenzó un primer recorrido entre el río Suriquí (al sur) y el pueblo de Necoclí (al norte). Salimos desde El Waffe, el puerto de Turbo, a las 6:00 a. m. Abordamos la lancha por un rústico muelle de madera, en medio de la congestión formada por turistas que se dirigían al Chocó y por pescadores que arribaban desde varias partes, con su carga de pescado, camarones y jaibas.

Arrancamos y pasamos al lado de los barcos de cabotaje, que habían arribado desde Quibdó el día anterior cargados de madera y otros productos comerciales. Como todo puerto, El Waffe es un hervidero de vida, un crisol de colores y un foco de contaminación. Cinco minutos después estábamos en la boca de la bahía Turbo, aprovisionándonos de combustible; atrás había quedado el bullicio urbano.

La bahía está bordeada por manglares que no dejan ver las casas ubicadas detrás de ellos y que poco a poco se disipan, conforme nos dirigimos al sur. Pasada una larga hora navegando paralelamente a la costa oriental, los manglares continuaron bordeando la costa, pero ahora enmascarando las fincas bananeras que se ubicaban unos cientos de metros tierra adentro.

Ya estamos en el río Suriquí, el sitio más sureño del golfo de Urabá y de todo el mar Caribe. Entramos por su boca y navegamos río arriba. Es un pequeño río que recoge las aguas de varios humedales que se forman por pequeños ríos, que vienen tanto de la cuenca del Atrato, al occidente, como de la cuenca del río León, al oriente. Es el punto de encuentro entre Chocó y Antioquia; el Chocó selvático, la Antioquia bananera. Las aguas nos muestran ese contraste, a pesar de que vienen recorriendo, por decenas de kilómetros, extensos humedales inhóspitos. Esas aguas cuentan la historia de lo que sucede en las cabeceras.

En la Serranía del Abibe, al oriente, los bosques permanecen en la cima, pero las laderas han sido taladas; la planicie ha sido plantada con extensas bananeras. En la Serranía del Darién (al occidente) y las estribaciones de la Cordillera Occidental (al sur) aún permanecen densas selvas lluviosas, agarradas a las empinadas laderas del cañón del río Riosucio. Ahora pienso que, contrario a nuestro arribo en el aeropuerto, en este río estoy inmerso en un mar de pastizales naturales y bosques típicos del Chocó, como los cativales. Particularmente en la desembocadura, estamos rodeados por manglares.

Han pasado un par de horas. Hemos bajado de la lancha en varios puntos y encontramos gigantes mangles rojos, también conocidos como colorados por el líquido rojizo que brota de su corteza cuando se corta. También se conocen como canillones, por sus raíces gigantes en forma de zancos, que les permiten sostenerse en el medio fangoso y anegado. Tomamos algunas fotos de los árboles y muestras de fango. La profesora Ligia Estela Urrego, ingeniera forestal de la Universidad Nacional de Colombia, Sede Medellín, nos habla de los contrastes de este sitio con otros que había estudiado en el río Sinú, La Guajira y San Andrés. No imaginé estar en un sitio selvático tan cerca de Turbo. Sin embargo, a pocos cientos de metros, regresando a la desembocadura, vemos una casa que nos muestra que hasta aquí ha llegado un colono que vive solitariamente en medio de la selva.

Salimos nuevamente a la bahía Colombia, y nos dirigimos al oriente hacia la boca del río León. Algunas barcazas salen desde Nueva Colonia, un sitio de acopio, río arriba, y llevan miles de cajas de banano tipo exportación a los barcos que están fondeados en el golfo, esperando para ser cargados. Ahora, al regresar por la costa oriental, veo con más detenimiento los vestigios que los humanos hemos dejado en los manglares y las playas: basura, árboles talados, bananeras y potreros, en algunos puntos, ubicados apenas a unas decenas de metros tierra adentro.

Pasamos de largo por Punta Las Vacas, el sitio donde nos aprovisionamos de combustible. Ahora noto el puesto de guardacostas y, más al norte, la playa turística con sus restaurantes y bailaderos que, con improvisados espolones, luchan contra el mar para que no se los lleve la erosión. A partir de este punto, observamos manglares dentro de pequeñas lagunas como bahía El Uno y desembocaduras de pequeños ríos. Pasamos las playas turísticas de Camerún, La Martina y El Totumo. Ya empezaban a llenarse y la música de moda se escuchaba desde los primeros restaurantes abiertos.

Nos bajamos en El Totumo a tomar algo y descansar del golpeteo de la lancha. El profesor Iván Darío Correa, geomorfólogo de la Universidad EAFIT, nos da una clase sobre la erosión costera a lo largo del litoral oriental del golfo.

Prosiguiendo nuestro camino, nos acercamos a Caimán Nuevo y luego a Caimán Viejo, ambos ríos. Sobre las riberas del primero de ellos se ubica el resguardo indígena de la comunidad Tule, de la etnia Cuna. Un legado ancestral de las migraciones indígenas desde la región del Darién panameño. No nos bajamos porque no habíamos pedido autorización. El silencio retorna.

Al norte de este sector, inicia el municipio de Necoclí. Es principalmente rural y ganadero. Solamente llegan al mar pequeños ríos y sobre ellos los reducidos manglares luchan contra la erosión costera… y los potreros que llegan hasta la parte superior de las playas. Nos bajamos de la lancha: tomamos algunas fotos y muestras de arena de playa. Señalando las raíces expuestas de un solitario mangle rojo que está a punto de caer, el profesor Andrés Fernando Osorio, ingeniero de costas de la Universidad Nacional de Colombia, sede Medellín, nos explica que algunos procesos erosivos pueden ocurrir en cuestión de minutos u horas, durante los mares picados o “de leva”, asociados con las tormentas que vienen del Caribe.

Son las 4:00 p. m. Llegamos al casco urbano de Necoclí, en medio de un aguacero que se desató de repente y que nos recuerda que estamos en Urabá. Desembarcamos en la playa, en medio de las embarcaciones de pescadores artesanales. Entramos rápidamente al hotel y restaurante que nos esperaba desde las 2:00 p. m. Nos dicen que el almuerzo es corvina o sierra frita, o sanchoco de res… todos nosotros, hambrientos, ordenamos.

Empezó a escampar y se abrió el atardecer, mostrándonos el perfil de la Serranía del Darién, al otro lado del golfo. No podían faltar las fotos. Pienso que al fondo está Panamá. Mañana es domingo y descansaremos tomando un baño de lodo en el volcán en “La Virgen del Cobre”. El lunes iremos a la ensenada de Rionegro, una reserva natural costera.

*Una crónica entre la realidad y la ficción. El orden del recorrido se ha modificado, en aras de la unidad narrativa.

Texto publicado originalmente en la Revista Visión Total Caribe.

Caribe Sur: un “pequeño país” sostenido por los manglares

El mar es la despensa del mundo. Esta afirmación debería reflejarse en la importancia que se da al sector pesquero artesanal de Antioquia, que posee la segunda costa más larga del Caribe colombiano después de La Guajira. Sin embargo, este sector atraviesa una profunda crisis social y económica hace muchos años, y sus clamores rara vez tienen eco en la sociedad antioqueña del interior. Vivimos de espaldas al mar y a sus gentes.

 

La exploración científica del Caribe sur

Urabá es un crisol no solo de culturas sino de riqueza biótica, como quiera que allí confluyen las regiones pacífica y caribe.

 

 


De Necoclí a Arboletes: el mar Caribe de Antioquia

Bordeando la costa de Necoclí a Arboletes, se encuentran volcanes de espeso lodo, canales de agua negra cual espejo, una playa de desove de tortugas marinas, ríos y caños de agua dulce que entran al salado mar, acantilados, una punta que el mar se llevó…

 

Darién chocoano: donde la montaña se encuentra con el mar

En el Darién chocoano nos esperaban sorpresas como altos acantilados de basalto, formados hace más de 3 millones de años en Acandí, los desarrollos turísticos en las grises arenas de Capurganá, la tranquila bahía de Sapzurro, cabo Tiburón que limita a Colombia de Panamá, descubrir que la serranía del Darién continúa elevándose, la bahía de Triganá y otros sitios inolvidables.

 

El Atrato: el río que se vuelve mar

En la última etapa de recorrido por el Caribe Sur, encontramos el laberinto de bocas, brazos, canales y ciénagas del delta del río Atrato, con bosques costeros de una exuberancia no vista en las etapas previas.

 

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