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Tradicionalmente el juego se ha entendido como el lenguaje propio de los niños y las niñas, como la actividad central de su desarrollo y potenciador de sus capacidades imaginativas, lingüísticas, exploradoras, motoras, afectivas, entre otras, olvidando que el juego nos pertenece como humanidad e incluso los animales juegan en diferentes edades para mantener su bienestar.

Un estudio citado por National Geographic (2015), sobre elefantes africanos adultos, ha concluido que el juego es beneficioso para su bienestar mental y físico.

Los consejeros y consejeras de Medellín han puesto este planteamiento en los siguientes términos: «Los adultos son aburridos porque no juegan, si jugaran pasarían como más bueno», (Consejeros de Santa Elena) y además sostienen: «El juego haría más felices a los adultos» (Consejeros de El Popular).

Esta asociación entre juego y placer que nos presentan pone en escena el poder del juego en el cerebro humano, en tanto genera hormonas que reducen el estrés (serotonina), favorecen la concentración (acetilcolina), transmiten calma (endorfinas) y estimulan la creatividad (dopamina). Esta química cerebral encargada de generar estados de tranquilidad y felicidad, es una oportunidad que pierde y descuida el mundo adulto para su bienestar.

En este sentido, podemos preguntarnos ¿Cuáles actividades de juego y placer podemos incluir en nuestra cotidianidad para favorecer el bienestar físico y mental? No se trata de infantilizar el mundo adulto, pero sí de retornar a actividades placenteras que puedan generarnos nuevos estados mentales y emocionales.

Para algunos adultos se traduce en actividad física y deportiva, para otros en espacios para la lectura o la música, en otros casos, momentos para la meditación o prácticas espirituales, o en espacios para jugar en familia con hijos e hijas. En definitiva, este planteamiento de los consejeros y consejeras es una invitación que cada uno puede recibir para reconectarse con el placer, la creatividad, la alegría y la libertad.